domingo, 30 de julio de 2017

Los Testigos Y Las Transfusiones

Mucha tinta se ha vertido acerca de la proscripción que los testigos de Jehová imponen contra las transfusiones de sangre -y por extensión, también hacia los trasplantes de órganos-. Desde gente para quienes esta normativa es una demostración de que estamos frente a una secta de ignorantes idiotas (uso la palabra en su sentido clásico griego, esto es, persona sin ideas y que no cuenta ni le interesa adquirir habilidades para intervenir en un debate serio), hasta aquellos que exigen respetar las creencias de los otros y sacan a la luz prohibiciones y obligaciones de otros credos que al tenor de los nuevos descubrimientos científicos resultan igualmente ridículas, como el impedimento para los fieles católicos de usar anticonceptivos. En medio de estas discusiones, y por lo demás como debiera ocurrir, se han instalado los mismos integrantes de la Watctower, quienes se esmeran en defender su controvertido dogma, a veces, sin tener claro su origen ni su motivación.

Aunque la explicación más frecuente que dan los testigos sobre este tema radica en el mandato bíblico de la abstención de la sangre (que entre otras cosas, se emplea para condenar tanto el asesinato como el consumo de glóbulos rojos, ritual muy común en diversos credos paganos de la Antigüedad), el auténtico fundamento de esta proscripción se halla en una interpretación del Viejo Testamento respecto al significado que en la religión clásica hebrea (y en el judaísmo actual) se da a los términos cuerpo (cabod), alma (nefesh) y espíritu (sark) -al griego dichos conceptos serían traducidos por soma, psyjé (psiquis) y pneuma- que los considera como distintas manifestaciones de la persona humana antes que elementos ínter dependientes pero con características propias lo que facilita su supuesta separación tras la muerte física del ser. Es un argumento que se utiliza de manera común para negar la inmortalidad del alma, y así se lo emplea de parte de la teología católica y algunas iglesias reformadas más tradicionales, ya que consideran que esa doctrina tiene un trasfondo dualista y gnóstico, además de restarle la importancia requerida a la resurrección. Como todos sabemos, los chicos de la Watchtower son quienes advierten con mayor prolijidad acerca de esta potencial herejía, contando a su favor conque las capas populares del catolicismo y las iglesias evangélicas de cuño pentecostal la aceptan sin reparar en su origen heterodoxo.

Ahora, y como claramente se demuestra en este ejemplo, el problema se suscita cuando el exceso de celo acarrea resultados que son contraproducentes, tanto desde el punto de vista de la relación que un creyente tiene con la sociedad como con el mismo Señor, esto último en el marco de la espiritualidad. Al insistir con el asunto de la inmortalidad del alma, y para que no se produzcan las dudas que recién apuntamos se daban en un sector significativo de la feligresía de otros credos, los más piadosos terminan apuntalando sus insistencias con elementos tanto y hasta más dudosos que aquellos a los cuales se esmeran en combatir. Porque cabod, nefesh y sark bien podrán ser meras manifestaciones de la persona, incluso en términos puramente abstractos, pero en caso alguno estamos hablando de palabras que fungen como sinónimos. De hecho bastaría una simple explicación respecto de cómo en el Israel antiguo se empleaban esos conceptos para arrastrar a la audiencia más o menos al convencimiento que se desea estampar. Sin embargo, eso requiere un estudio acabado y paciente del contexto en el cual fueron acuñados los vocablos. El que no sólo debe contemplar aspectos puramente religiosos o teológicos, sino también filosóficos, históricos, literarios, arqueológicos y antropológicos. Algo que no creo estén dispuestos a efectuar los testigos, que se consideran la única forma correcta de alabar al Señor y por ende los destinatarios exclusivos de la salvación. Lo que en la práctica significa el rechazo absoluto a cualquier fuente externa y no sólo por provenir de una mente impía o no convertida. Aparte de que al igual que ciertos evangélicos, deben imaginar que estudiar demasiado distrae de la preocupación por las cuestiones verdaderamente divinas -como la adoración- y contamina al interesado con cosas ajenas a la auténtica palabra.

En tal situación, de todas maneras, el argumento que se podría esgrimir para rechazar la prohibición de las transfusiones y trasplantes es bastante simple. Si una norma es atentatoria con la integridad humana, ya sea física o mental, colocando -aunque ni siquiera- en riesgo la vida del afectado, entonces debe ser abandonada porque no corresponde a las leyes divinas ni a la verdadera fe. No se necesita incluso escudriñar de forma denodada la Biblia para llegar a afirmar eso, pues los mismos que la leen y siguen sus preceptos -los testigos de Jehová entre ellos- hablan de no sólo evitar sino de hasta protestar contra la denominada cultura de la muerte, término con el que tantos creyentes se refieren a los cuerpos judiciales que tantos países han elaborado a favor del aborto y la eutanasia. En idéntico talante, si un tratamiento permite evadir el fallecimiento de un enfermo y además garantizar su recuperación cuando menos casi total (por lo que quedan descartados todos esos medicamentos y mecanismos que buscan prolongar la existencia artificialmente sólo por unos días o meses más en no muy aptas condiciones físicas), claramente debe ser apoyado o en el peor de los casos aprobado. Lo demás es un lamentable error que no conducirá a la salvación precisamente, ya al alma sola como con su cuerpo en la resurrección.

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