La víspera de Navidad nos ha traído un terrible regalo: el asesinato, tras doce horas de tortura, de un menor de trece años llamado Alan, que días antes había huido de un centro del Sename de Temuco, donde permanecía internado como medida de "protección" debido a que unos sicólogos y otros supuestos profesionales dictaminaron que sus parientes biológicos eran incapaces de cuidarlo. El crimen fue cometido por cuatro adultos, entre ellos los padres de una niña de cinco años que acusó al malogrado adolescente de haberla violado, delito que tras practicar los exámenes médicos de rigor, no ha sido comprobado.
Así como los abusadores sexuales merecen todo el repudio posible, no importando su condición social, su estado de salud, su género o su edad (de haber sido cierto lo denunciado por la niña, hasta yo mismo tendría deseos de participar en la agresión), es igualmente significativo agotar todas las instancias de investigación cuando alguien, sobre todo si no tiene antecedentes respecto de esta clase de aberraciones, es señalado como autor de una de ellas. Y cuando hay involucrados seres de muy corta edad, la cautela debe ser mucho mayor. Por una serie de circunstancias, entre las cuales se hallan los prejuicios y las sicosis colectiva que en primera instancia padecen los adultos pero que a poco andar terminan traspasando a sus pupilos, uno de éstos es capaz de asociar, de modo completamente ingenuo, cualquier cosa que ve con un ultraje, a veces sin tener la menor idea de lo que significan esos términos y en un contexto absolutamente ajeno a dichas situaciones. Y lo peor, ciertos tutores, motivados por la sobre reacción irracional recién descrita -que sólo ellos pueden experimentar, pues entre los más chicos ese lugar lo ocupa la inocencia- al oír estas conexiones arbitrarias emitidas vaya uno a saber en qué contexto, arman un escándalo que crece como bola de nieve y acaba perjudicando no sólo al acusado injustamente, sino también al mismo infante desde donde surgió el malentendido, que queda en la imposibilidad de aclarar el error porque es algo de lo que se están haciendo cargo quienes lo cuidan y por ende saben qué es lo mejor para él, además de tratarse de una supuesta víctima de un suceso traumático. Si les parece descabellado lo que digo, vean "Jagten" (La Caza) filme de Thomas Viterberg. O remítanse a casos reales como la Casa de Acogida en Portugal.
En el hecho que ahora nos atañe, hablamos de un menor de trece años, proveniente de una familia quebrada, donde la madre había abandonado el hogar y el padre, debido a su pobreza y su necesidad de trabajar lejos de su lugar de residencia, había él mismo aceptado que su hijo fuera internado en esos recintos que las más recientes investigaciones han constatado que son un paradigma de los peores mitos creados en torno a los orfanatos. Y de los cuales escapaba bastante a menudo, aunque a veces, movido por el desamparo, regresaba. A eso hay que agregar que, a modo, de justificar aún más la reclusión, un grupo de sicólogos le diagnosticó asperger, uno de esos cuadros clínicos de nombres rimbombantes que estos sujetos no se atreven a llamar enfermedad, porque dado que no son médicos, no pueden efectuar ese tipo de dictámenes, aún cuando en su fuero interno saben que así será considerado por la sociedad y sobre esa base escriben sus informes, teniendo en cuenta el miedo que la comunidad suele expresas hacia quienes ellos califican de desquiciados mentales. El cóctel suficiente para que una jauría de adultos afectados por la más peligrosa de las sicosis colectivas, la que surge desde la ignorancia y los prejuicios, planeara una inaceptable venganza, que de seguro será parte significativa de la historia criminal chilena. Un mozalbete sin progenitores responsables, por lo tanto sin alguien que lo corrigiera, ni siquiera la ley por el asunto de la edad de responsabilidad penal, más encima calificado por los expertos como el más ominoso de los antisociales. Sólo él debía cometer un hecho tan abominable como la violación. Y sólo él se merecía una muerte tan atroz.
Una clase de lógica que no resulta extraña en el sur profundo chileno, donde las violencias patriarcal y patronal se funden en un todo que funge de paradigma, donde una depende de la otra y ambas se yerguen como demostraciones, aunque no lo queramos, de una cultura ancestral, difícil de erradicar a causa del poco acceso a la información. El asesinato de este niño, es parte de un círculo vicioso que incluye las agresiones hacia los mapuches y de éstos contra quienes los maltratan en actos que trascienden la legítima defensa. También abarca los crímenes propios de la delincuencia común, que allá son poco frecuentes, pero brutales. Una zona que siempre ha parecido tan distante de la civilización, y cuyos habitantes parecen estar orgullosos de su situación. O al menos no tienen intención de cuestionarla.
domingo, 18 de diciembre de 2016
domingo, 27 de noviembre de 2016
La Fiesta de los Gusanos
Entre las diversas reacciones que provocó el deceso de Fidel Castro, hubo una que atrajo especialmente la atención de los medios masivos de comunicación: las expresiones de júbilo de los llamados cubanos anticastristas afincados en una gruesa colonia en Miami, quienes salieron a celebrar a las calles con champaña y la típica música desechable que se emplea en estos eventos. Se unieron, de ese modo, a los diversos grupos formados en torno a una ideología -ya sea para apoyarla o rechazarla- que en los últimos años han festejado de manera espontánea el fallecimiento de un adversario político importante, como ocurrió en Chile con los opositores a Pinochet cuando murió el dictador, o con los israelíes y palestinos cuando, respectivamente, Yasser Arafat y Ariel Sharon corrieron idéntica suerte.
Hay cubanos repartidos por todo el mundo, quienes han emigrado de su isla por diversas causas, entre las cuales pueden citarse las económicas e incluso políticas en el sentido de expresar una postura crítica al régimen de Castro. Sin embargo, cuando cualquier medio de comunicación, o la mayoría de los analistas, quiere hablar de disidencia respecto del sistema cubano, siempre termina recurriendo a esa colonia compactada en Miami, presentándola como el símbolo de una supuesta heroica resistencia contra un totalitarismo que durante sesenta años ha subyugado a un pueblo ya fuere por el miedo (en el caso de los habitantes de Cuba) o la complicidad de la prensa internacional izquierdista (en el caso de los connacionales residentes en el extranjero). En circunstancias de que en diversos países del orbe se puede encontrar a personas que son partidarias abiertas de Fidel -y en caso alguno constituyen una minoría-, que prefieren el diálogo con las autoridades comunistas o que, pese a identificarse como directos opositores, al menos tienen mayor dignidad y significan un aporte intelectual y práctico bastante mayor que sus compatriotas de Florida.
En cambio, el grupúsculo de Miami está formado por una turba de niños y viejos mimados que en seis décadas sólo han sabido crear locales de comida rápida y música de horrorosa calidad (misma de la cual ofrecieron unas muestras en su más reciente celebración). Con privilegios especiales en Estados Unidos -debido a causas obvias- no enfrentan las situaciones de pobreza y exclusión de inmigrantes o incluso refugiados de otros lugares del caribe que han pisado suelo norteamericano, por ejemplo los puerto riqueños que viven en el Bronx. Eso los ha impulsado a encerrarse en sus barrios periféricos, donde expresan esa actitud propia de pueblerinos a la vez ignorantes y arrogantes que no imaginan otra forma de ver el mundo fuera de la suya, por cierto la misma conducta que le atribuyen a los partidarios de Castro, y que no obstante es cercana a lo que ocurre con aquellas colonias europeas trasplantadas durante el siglo XIX a otros continentes, como los bóer en Sudáfrica, donde las prebendas entregadas por el territorio de acogida les permite preservar sus más rancias tradiciones. Quizá la situación de quienes analizamos ahora, difiera un tanto porque se trata de sujetos arribados en una época más reciente a una nación muy grande que ya contaba con sus foráneos oligárquicos. Pero al final las consecuencias son parecidas.
Las que se traducen en una identidad surgida desde el mal gusto y la oquedad más intrascendente, propia tanto de personas como de colectivos mimados. Eso es lo que ha llevado a definir a estos cubanos con neologismo reservado sólo para ellos: el de anticastristas. Porque ni siquiera los calificativos de disidente u opositor son satisfactorios para identificarlos, aunque enseguida se atribuyan la representación de todos sus compatriotas que expresan algún nivel de conflicto con el régimen de Castro (y también de los que no). Si bien la rica y generosa lengua española ha permitido que un antiguo vocablo extraído de sus propio seno permita individualizarlos del modo más certero que se ha conseguido: el de gusanos. Y la verdad es que eso son tanto en términos sociales como políticos en vez de cualquier otra palabra que exprese inclinación partidista o alineamiento con alguna tendencia.
Hay cubanos repartidos por todo el mundo, quienes han emigrado de su isla por diversas causas, entre las cuales pueden citarse las económicas e incluso políticas en el sentido de expresar una postura crítica al régimen de Castro. Sin embargo, cuando cualquier medio de comunicación, o la mayoría de los analistas, quiere hablar de disidencia respecto del sistema cubano, siempre termina recurriendo a esa colonia compactada en Miami, presentándola como el símbolo de una supuesta heroica resistencia contra un totalitarismo que durante sesenta años ha subyugado a un pueblo ya fuere por el miedo (en el caso de los habitantes de Cuba) o la complicidad de la prensa internacional izquierdista (en el caso de los connacionales residentes en el extranjero). En circunstancias de que en diversos países del orbe se puede encontrar a personas que son partidarias abiertas de Fidel -y en caso alguno constituyen una minoría-, que prefieren el diálogo con las autoridades comunistas o que, pese a identificarse como directos opositores, al menos tienen mayor dignidad y significan un aporte intelectual y práctico bastante mayor que sus compatriotas de Florida.
En cambio, el grupúsculo de Miami está formado por una turba de niños y viejos mimados que en seis décadas sólo han sabido crear locales de comida rápida y música de horrorosa calidad (misma de la cual ofrecieron unas muestras en su más reciente celebración). Con privilegios especiales en Estados Unidos -debido a causas obvias- no enfrentan las situaciones de pobreza y exclusión de inmigrantes o incluso refugiados de otros lugares del caribe que han pisado suelo norteamericano, por ejemplo los puerto riqueños que viven en el Bronx. Eso los ha impulsado a encerrarse en sus barrios periféricos, donde expresan esa actitud propia de pueblerinos a la vez ignorantes y arrogantes que no imaginan otra forma de ver el mundo fuera de la suya, por cierto la misma conducta que le atribuyen a los partidarios de Castro, y que no obstante es cercana a lo que ocurre con aquellas colonias europeas trasplantadas durante el siglo XIX a otros continentes, como los bóer en Sudáfrica, donde las prebendas entregadas por el territorio de acogida les permite preservar sus más rancias tradiciones. Quizá la situación de quienes analizamos ahora, difiera un tanto porque se trata de sujetos arribados en una época más reciente a una nación muy grande que ya contaba con sus foráneos oligárquicos. Pero al final las consecuencias son parecidas.
Las que se traducen en una identidad surgida desde el mal gusto y la oquedad más intrascendente, propia tanto de personas como de colectivos mimados. Eso es lo que ha llevado a definir a estos cubanos con neologismo reservado sólo para ellos: el de anticastristas. Porque ni siquiera los calificativos de disidente u opositor son satisfactorios para identificarlos, aunque enseguida se atribuyan la representación de todos sus compatriotas que expresan algún nivel de conflicto con el régimen de Castro (y también de los que no). Si bien la rica y generosa lengua española ha permitido que un antiguo vocablo extraído de sus propio seno permita individualizarlos del modo más certero que se ha conseguido: el de gusanos. Y la verdad es que eso son tanto en términos sociales como políticos en vez de cualquier otra palabra que exprese inclinación partidista o alineamiento con alguna tendencia.
domingo, 13 de noviembre de 2016
Homo Stultorum
La estupidez humana no tiene límites, decía Einstein. Una afirmación que resume de la manera más simple y clara posible esa condición de naturaleza caída predispuesta al mal y al pecado que la Biblia -con un nivel de acierto digno de un libro inspirado- le atribuye a nuestra especie. Y que le permite a un ciudadano escasamente ducho en temas relacionados con las Escrituras y el cristianismo, descubrir de manera casi inmediata la asociación existente entre ambos conceptos. Algo que el físico debió dominar con relativa facilidad, pues a causa de su origen judío, al menos hubo de recibir información detallada sobre el Antiguo Testamento. Nociones que le permitieron explicar una verdad ya explicitada desde el Génesis, con un lenguaje secular, digno de quien lo emite, pero a la vez comprensible para quien no está familiarizado con la teología.
Este martes recién pasado, precisamente se dio una de las demostraciones más potentes de la estupidez humana como uno de los comportamientos más visibles y palpables entre los tantos que derivan de la naturaleza caída. Fue en Estados Unidos, con la elección de Donald Trump. No es necesario reiterar el nivel de torpeza del pueblo -más bien chusma- de ese país al votar mayoritariamente por ese magnate como presidente. Tampoco recordar los argumentos que llevan a concluir que ése fue un acto resultante del peor de los desquiciamientos. Sólo cabe citar la cantidad de ocasiones que en la Biblia aparecen personajes que con sus acciones le hicieron un enorme daño a quienes los rodeaban y a los cuales el Libro, para que el lector tuviera bien en claro el nivel de maldad que portaban, los retrató como simples imbéciles. Eva, Nemrod o Sedequías en el Viejo Testamento; en el Nuevo, los fariseos, a quienes Jesús no tardaba de dejar en ridículo. Todos ellos, además, sujetos con buenas dosis de poder y de carisma capaces de arrastrar a una masa de incautos que por cierto no quedan mejor parados, y es que finalmente su ceguera fue el producto de una decisión absolutamente voluntaria, impulsada porque alguien con más recursos económicos y sociales que les hablaba sobre lo que querían oír.
Ese libreto se repitió, de forma casi similar, el martes recién pasado. Un populacho, arrojado a una solución que les fue presentada como la más fácil, se rodeó en torno a un maestro de acuerdo a sus propias conveniencias. O concupiscencias, como aseveraría Pablo. Y para continuar con la analogía respecto de la exhortación que el apóstol de los gentiles le hizo a Timoteo, podríamos agregar que cerraron sus oídos y en especial sus mentes a la verdad, que les demandaba un mínimo esfuerzo, y se volcaron a las fábulas mágicas y llenas de mensajes maravillosos (teorías conspirativas, eslóganes publicitarios, discursos falsamente novedosos). No se trató de una sicosis colectiva o una incapacidad cerebral, sino de una idiotez consciente, sobre la que se puede argüir que fue acompañada de unos grados de ignorancia, pero que al final del día nadie puede negar que fue un acto surgido de la más absoluta voluntad de quienes lo ejecutaron. Lo que se refleja en la aceptación, tácita al menos, de los comentarios racistas e insultantes de Trump, hacia todo grupo que él consideraba tan distinto como despreciable, ya sea inmigrantes, personas no blancas en general, mujeres u homosexuales. Afán de exclusión que sus votantes ya están haciendo implícitos a través de actos netamente explícitos, como lo prueban las agresiones que, ya a horas del triunfo electoral del magnate, empezaron a sufrir representantes de esos colectivos contra quienes él o aquellos que le apoyaban lanzaban sus odiosas diatribas.
Una simbiosis entre estupidez y naturaleza caída que también se da entre los cristianos estadounidenses, quienes no en masa, pero sí mayoritariamente, sufragaron en favor de Trump. Muchos de ellos, movidos sólo por una abierta expresión de animosidad con un determinado tipo de conciudadano, en este caso los gay y las parejas que optan por el aborto y los anticonceptivos. No repararon en la situación de sus hermanos negros o latinos -quienes fueron víctimas de ataques incluso bastante tiempo antes de los comicios-. Ni siquiera en las promesas del magnate que consiguieron que un amplio espectro de votantes que no asisten al menos regularmente a una iglesia -ni suelen participar en una elección- finalmente le otorgaran el triunfo. Sólo dispusieron sus orejas y neuronas para un mensaje simplista que sólo les interesaba a ellos, pero no a sus propios correligionarios, buena parte de sus prójimos e incluso al mismo Señor. Con lo que terminaron admitiendo -y justificando- la violencia de unos discursos que ya comienzan a transformarse en acciones, como lo atestiguan los hechos mencionados en el párrafo anterior. Tal parece que la especie no debería llamarse homo sapiens, sino homo stultorum. Sería el más "científico" de los nombres.
Este martes recién pasado, precisamente se dio una de las demostraciones más potentes de la estupidez humana como uno de los comportamientos más visibles y palpables entre los tantos que derivan de la naturaleza caída. Fue en Estados Unidos, con la elección de Donald Trump. No es necesario reiterar el nivel de torpeza del pueblo -más bien chusma- de ese país al votar mayoritariamente por ese magnate como presidente. Tampoco recordar los argumentos que llevan a concluir que ése fue un acto resultante del peor de los desquiciamientos. Sólo cabe citar la cantidad de ocasiones que en la Biblia aparecen personajes que con sus acciones le hicieron un enorme daño a quienes los rodeaban y a los cuales el Libro, para que el lector tuviera bien en claro el nivel de maldad que portaban, los retrató como simples imbéciles. Eva, Nemrod o Sedequías en el Viejo Testamento; en el Nuevo, los fariseos, a quienes Jesús no tardaba de dejar en ridículo. Todos ellos, además, sujetos con buenas dosis de poder y de carisma capaces de arrastrar a una masa de incautos que por cierto no quedan mejor parados, y es que finalmente su ceguera fue el producto de una decisión absolutamente voluntaria, impulsada porque alguien con más recursos económicos y sociales que les hablaba sobre lo que querían oír.
Ese libreto se repitió, de forma casi similar, el martes recién pasado. Un populacho, arrojado a una solución que les fue presentada como la más fácil, se rodeó en torno a un maestro de acuerdo a sus propias conveniencias. O concupiscencias, como aseveraría Pablo. Y para continuar con la analogía respecto de la exhortación que el apóstol de los gentiles le hizo a Timoteo, podríamos agregar que cerraron sus oídos y en especial sus mentes a la verdad, que les demandaba un mínimo esfuerzo, y se volcaron a las fábulas mágicas y llenas de mensajes maravillosos (teorías conspirativas, eslóganes publicitarios, discursos falsamente novedosos). No se trató de una sicosis colectiva o una incapacidad cerebral, sino de una idiotez consciente, sobre la que se puede argüir que fue acompañada de unos grados de ignorancia, pero que al final del día nadie puede negar que fue un acto surgido de la más absoluta voluntad de quienes lo ejecutaron. Lo que se refleja en la aceptación, tácita al menos, de los comentarios racistas e insultantes de Trump, hacia todo grupo que él consideraba tan distinto como despreciable, ya sea inmigrantes, personas no blancas en general, mujeres u homosexuales. Afán de exclusión que sus votantes ya están haciendo implícitos a través de actos netamente explícitos, como lo prueban las agresiones que, ya a horas del triunfo electoral del magnate, empezaron a sufrir representantes de esos colectivos contra quienes él o aquellos que le apoyaban lanzaban sus odiosas diatribas.
Una simbiosis entre estupidez y naturaleza caída que también se da entre los cristianos estadounidenses, quienes no en masa, pero sí mayoritariamente, sufragaron en favor de Trump. Muchos de ellos, movidos sólo por una abierta expresión de animosidad con un determinado tipo de conciudadano, en este caso los gay y las parejas que optan por el aborto y los anticonceptivos. No repararon en la situación de sus hermanos negros o latinos -quienes fueron víctimas de ataques incluso bastante tiempo antes de los comicios-. Ni siquiera en las promesas del magnate que consiguieron que un amplio espectro de votantes que no asisten al menos regularmente a una iglesia -ni suelen participar en una elección- finalmente le otorgaran el triunfo. Sólo dispusieron sus orejas y neuronas para un mensaje simplista que sólo les interesaba a ellos, pero no a sus propios correligionarios, buena parte de sus prójimos e incluso al mismo Señor. Con lo que terminaron admitiendo -y justificando- la violencia de unos discursos que ya comienzan a transformarse en acciones, como lo atestiguan los hechos mencionados en el párrafo anterior. Tal parece que la especie no debería llamarse homo sapiens, sino homo stultorum. Sería el más "científico" de los nombres.
domingo, 30 de octubre de 2016
El Egoísmo de Algunos
Resulta vomitivo escuchar a ciertos cristianos que dicen que pasarán por alto todas las objeciones que en cuanto a su conducta personal y a aspectos doctrinales se le pueden hacer a Donald Trump, sólo porque la otra opción a ocupar la presidencia en las próximas elecciones norteamericanas, Hillary Clinton, es una firme partidaria del aborto y el matrimonio entre congéneres. Dos cuestiones que para estas personas de fe, resultan lo peor.
Cuando uno oye estas justificaciones, no puede sino sorprenderse por el nivel de egoísmo que exhiben estos creyentes. Esa misma actitud que ellos aseveran es la que gobierna al ser humano cuyo corazón no ha sido tocado por la capacidad salvadora de Jesús. No son capaces de detenerse por un instante siquiera a reflexionar acerca de los insultos racistas y sexistas que diariamente lanza Trump, que además se oponen de manera irrefutable al concepto de amor al prójimo. Tampoco en sus promesas de declarar la guerra a cuanto país le resulte sospechoso de disidencia respecto a las políticas de Estados Unidos, con el consiguiente envío de contingentes de jóvenes al campo de batalla, los cuales si no morirán probablemente regresarán muy disminuidos psíquica y físicamente. O en su insistencia en aplicar el gatillo fácil como forma de contrarrestar la delincuencia común, un principio que siempre acaba generando víctimas inocentes, muertas a causa de prejuicios, como de hecho ha ocurrido en la nación del norte en el último tiempo, con los asesinatos de negros y latinos a manos de policías. En cambio, la frontera entre el bien y el mal queda reducida a los niveles de aceptación o rechazo de dos asuntos que ellos jamás van a practicar, y cuya existencia legal no los afectará ni en lo más mínimo.
Pensemos. ¿De qué sirve que los niños nazcan, si antes de los veinte años morirán en un conflicto armado, tendrán el infortunio de cruzarse con un policía pasado de rosca, o recibirán una pena capital producto de una discutible resolución judicial? En una corta vida donde lo más probable es que conozcan poco más allá de la miseria y las agresiones a causa de su género, origen o color de piel. ¿No son ésas, situaciones capaces de provocar tantos o más decesos y sufrimientos que una interrupción del embarazo? Quizá la poca atención que se presta a tales circunstancias, radique, aparte de la ceguera ideológica que siempre se suscita en estos casos -y que es diferente a una genuina demostración de fe-, en que al menos teóricamente, esta clase de eventos no afectará al segmento de cristianos que presta su apoyo a Trump (o al menos ellos creen que nunca les ocurrirá uno de esos sucesos). Tampoco les beneficia ni perjudica alguna modificación legal en torno al manido tema del aborto. Simplemente porque lo condenan y rechazan de plano y de modo honestamente natural. Por lo mismo no consiguen mostrar una empatía necesaria con la mujer que recurre a esa intervención quirúrgica, que de acuerdo, puede ser equivocada; pero que hay que conocer en todas sus dimensiones antes de formarse una opinión de cada caso particular.
Además de que en los EUA frenar un embarazo no es lo fácil que uno cree. Debido a las características propias del sistema de salud norteamericano, unido a los grupos de presión religiosos, un aborto casi siempre debe efectuarse de manera privada, con todos los inconvenientes monetarios y sociales que eso conlleva. Y médicos y hospitales dispuestos a realizar una operación tan cuestionada no abundan, lo que impulsa a la aparición de controvertidas empresas como Planet Parenthood (que sólo abarca parte de la demanda). Lo que la Clinton pretende es finalmente, si ya se agotaron los métodos de disuasión, al menos proporcionar los medios adecuados para que esa mujer que ha tomado una decisión tan drástica la pueda ejercer en igualdad de condiciones que aquellos cristianos que se manifiestan en contra de ella, y no sentirse una ciudadana de segunda clase. Algo que no afectará en lo mínimo la vida de los creyentes, tan sólo una pequeña porción de su concepción del mundo. Lo mismo por el matrimonio homosexual, que por cierto ya fue aprobado en el país norteamericano. En cambio, cosas como las que pretende prescribir Trump, descritas en los párrafos anteriores, sí les pueden acarrear problemas, si no a ellos directamente, sí a sus familiares y hermanos más queridos. Y cuando le soliciten explicaciones a aquel en el cual confiaron, notarán, y esto les caerá muy desagradable, que mostrará un nivel idéntico de insensibilidad.
Cuando uno oye estas justificaciones, no puede sino sorprenderse por el nivel de egoísmo que exhiben estos creyentes. Esa misma actitud que ellos aseveran es la que gobierna al ser humano cuyo corazón no ha sido tocado por la capacidad salvadora de Jesús. No son capaces de detenerse por un instante siquiera a reflexionar acerca de los insultos racistas y sexistas que diariamente lanza Trump, que además se oponen de manera irrefutable al concepto de amor al prójimo. Tampoco en sus promesas de declarar la guerra a cuanto país le resulte sospechoso de disidencia respecto a las políticas de Estados Unidos, con el consiguiente envío de contingentes de jóvenes al campo de batalla, los cuales si no morirán probablemente regresarán muy disminuidos psíquica y físicamente. O en su insistencia en aplicar el gatillo fácil como forma de contrarrestar la delincuencia común, un principio que siempre acaba generando víctimas inocentes, muertas a causa de prejuicios, como de hecho ha ocurrido en la nación del norte en el último tiempo, con los asesinatos de negros y latinos a manos de policías. En cambio, la frontera entre el bien y el mal queda reducida a los niveles de aceptación o rechazo de dos asuntos que ellos jamás van a practicar, y cuya existencia legal no los afectará ni en lo más mínimo.
Pensemos. ¿De qué sirve que los niños nazcan, si antes de los veinte años morirán en un conflicto armado, tendrán el infortunio de cruzarse con un policía pasado de rosca, o recibirán una pena capital producto de una discutible resolución judicial? En una corta vida donde lo más probable es que conozcan poco más allá de la miseria y las agresiones a causa de su género, origen o color de piel. ¿No son ésas, situaciones capaces de provocar tantos o más decesos y sufrimientos que una interrupción del embarazo? Quizá la poca atención que se presta a tales circunstancias, radique, aparte de la ceguera ideológica que siempre se suscita en estos casos -y que es diferente a una genuina demostración de fe-, en que al menos teóricamente, esta clase de eventos no afectará al segmento de cristianos que presta su apoyo a Trump (o al menos ellos creen que nunca les ocurrirá uno de esos sucesos). Tampoco les beneficia ni perjudica alguna modificación legal en torno al manido tema del aborto. Simplemente porque lo condenan y rechazan de plano y de modo honestamente natural. Por lo mismo no consiguen mostrar una empatía necesaria con la mujer que recurre a esa intervención quirúrgica, que de acuerdo, puede ser equivocada; pero que hay que conocer en todas sus dimensiones antes de formarse una opinión de cada caso particular.
Además de que en los EUA frenar un embarazo no es lo fácil que uno cree. Debido a las características propias del sistema de salud norteamericano, unido a los grupos de presión religiosos, un aborto casi siempre debe efectuarse de manera privada, con todos los inconvenientes monetarios y sociales que eso conlleva. Y médicos y hospitales dispuestos a realizar una operación tan cuestionada no abundan, lo que impulsa a la aparición de controvertidas empresas como Planet Parenthood (que sólo abarca parte de la demanda). Lo que la Clinton pretende es finalmente, si ya se agotaron los métodos de disuasión, al menos proporcionar los medios adecuados para que esa mujer que ha tomado una decisión tan drástica la pueda ejercer en igualdad de condiciones que aquellos cristianos que se manifiestan en contra de ella, y no sentirse una ciudadana de segunda clase. Algo que no afectará en lo mínimo la vida de los creyentes, tan sólo una pequeña porción de su concepción del mundo. Lo mismo por el matrimonio homosexual, que por cierto ya fue aprobado en el país norteamericano. En cambio, cosas como las que pretende prescribir Trump, descritas en los párrafos anteriores, sí les pueden acarrear problemas, si no a ellos directamente, sí a sus familiares y hermanos más queridos. Y cuando le soliciten explicaciones a aquel en el cual confiaron, notarán, y esto les caerá muy desagradable, que mostrará un nivel idéntico de insensibilidad.
lunes, 10 de octubre de 2016
El Velo Islámico Y El Ajedrez Político
En medio de la parafernalia que ha rodeado a la campaña presidencial en Estados Unidos, pocos han prestado atención a una noticia que podría generar bastante ruido en unos meses más, cuando sea demasiado tarde para revertir sus eventuales consecuencias. La campeona norteamericana de ajedrez, Nazi Paikidze-Barnes, ha iniciado una protesta a través de las redes sociales con la finalidad de que el torneo mundial de la especialidad, a realizarse durante el 2017 en Irán, y al cual ella está clasificada, sea cambiado de sede, debido a que las leyes de ese país, muy observantes del islam, obligarán a las participantes a usar velo mientras se encuentren en tierras persas, pertenezcan o no a una cultura musulmana. Aunque así planteado puede resultar una simple rabieta de una jovenzuela de veintitrés años, que desea sus quince minutos de fama en un deporte que no despierta un gran interés en la población general (al menos, no para ser seguido por un masivo grupo de fanáticos en los medios de comunicación), lo cierto es que esta estadounidense de origen georgiano (lo menciono por si alguien se siente tentado a extraer conjeturas a propósito de su nombre de pila) es la carta principal de su nación para dicho certamen, y considerando la rivalidad diplomática que desde hace tres décadas sostienen ambos regímenes, el temor de que la administración gringa emplee todos los medios que tiene a disposición -que no son pocos- para torcer la voluntad de una federación internacional, no parece infundado.
Uno puede entender y hasta apoyar el reclamo de esta chica, y hasta apoyarlo, sobre todo si se considera que en Irán la mujer que no lleva velo en lugares públicos se arriesga a una multa y a varios meses de prisión (hecho que la propia manifestante no sólo ha destacado, sino que además ha utilizado como argumento en favor de su protesta). Y añadiendo las connotaciones represivas que representa ese atuendo respecto de la situación de las féminas en la sociedad islámica, al menos para quienes no están familiarizados con esa clase de cultura, y por ende verse forzados a acatar su imposición les resulta, cuando menos, desagradable. Sin embargo, acto seguido cabría formularse la pregunta, ¿sería capaz esta deportista de espetar el mismo alegato contra legislaciones musulmanas aún más restrictivas, tanto para la comunidad como para su género particular, como las de Arabia Saudita, Omán, Bahrein o Qatar? En cualquiera de esos lugares, siquiera hace el ademán de quitarse la prenda de la discordia, y antes de imaginarlo ya le están quitando la cabeza. Ahora, es probable que jamás llegue encontrarse en un trance como ése, ya que en esas zonas la participación de las mujeres es tan nula, que no alcanza ni para vislumbrar su condición de inferioridad en relación con el hombre. Y quien ose plantear la organización de cosas como un torneo femenino de ajedrez, lo más seguro es que también acabe con su mollera rodando por el suelo, y eso independiente de lo que tenga entre las piernas.
Visto desde ahí, todo lo que está obrando esta deportista con la intención de boicotear un campeonato en aras de liberar a su género de la opresión que aún sufre en muchas partes del mundo, puede merecer cualquier adjetivo salvo los de épico o valiente. Se lanza en picada contra uno de los escasos países islámicos que dentro de todas las imperfecciones que muestra en torno a este asunto, al menos concede espacios de expresión para la mujer, y no sólo en el campo que ahora nos atañe. De hecho, Irán ha sido diligente en entablar conversaciones con organismos internacionales con el propósito de que sus atletas femeninas participen en competiciones mundiales sin violar los códigos musulmanes alusivos a la vestimenta, diálogos que han logrado excelentes resultados. Para muchos resulta ridículo -y hasta una señal de retroceso- ver a chicas jugando con gruesos buzos y velos en cuanto desafío son capaces de aceptar, pero comparándolo con los territorios mencionados en el párrafo anterior -donde es impensable remplazar incluso por un minuto el atuendo tradicional por algún traje deportivo- esto es claramente un mal menor. Lo realmente valeroso sería que esta joven llegara a la nación persa, objetara ahí mismo el empleo de la odiosa prenda; pero acto seguido, alegara por la virtual imposibilidad que en otros territorios de Oriente Medio las féminas tienen siquiera de presentarse a la cita que hoy ella mira con desprecio.
Otro factor que contribuye a dudar de su supuesta valentía, es el hecho de que ella es norteamericana, país que sostiene una rivalidad de décadas con Irán, en especial a partir de la revolución islámica de 1979 que derrocó a un tiránico gobierno que era títere de Estados Unidos. A partir de entonces, las sucesivas administraciones gringas han buscado el máximo aislamiento de sus pares persas, conducta en la que han sido secundados por varias directivas de la zona entre quienes se hallan aquellas para quienes la mujer debe limitarse a permanecer en su casa pariendo y cuidando bebés. Es por ende, fácil y muy beneficioso referirse en duros términos a la nación persa con esos antecedentes detrás: incluso se tienen buenas opciones de triunfo. Lo que de ocurrir, será presentado a través de los medios de comunicación como la enésima victoria de un ente minúsculo contra un gigante intransigente que llevaba todas las de ganar. Aunque lo único cierto, es que será un revés para una de las pocas naciones islámicas que admite cosas que en otras resultan tan transgresoras como inadmisibles. Y eso, finalmente, conducirá a la humanidad, y especialmente al género femenino, por la senda contraria a la de la liberación.
Uno puede entender y hasta apoyar el reclamo de esta chica, y hasta apoyarlo, sobre todo si se considera que en Irán la mujer que no lleva velo en lugares públicos se arriesga a una multa y a varios meses de prisión (hecho que la propia manifestante no sólo ha destacado, sino que además ha utilizado como argumento en favor de su protesta). Y añadiendo las connotaciones represivas que representa ese atuendo respecto de la situación de las féminas en la sociedad islámica, al menos para quienes no están familiarizados con esa clase de cultura, y por ende verse forzados a acatar su imposición les resulta, cuando menos, desagradable. Sin embargo, acto seguido cabría formularse la pregunta, ¿sería capaz esta deportista de espetar el mismo alegato contra legislaciones musulmanas aún más restrictivas, tanto para la comunidad como para su género particular, como las de Arabia Saudita, Omán, Bahrein o Qatar? En cualquiera de esos lugares, siquiera hace el ademán de quitarse la prenda de la discordia, y antes de imaginarlo ya le están quitando la cabeza. Ahora, es probable que jamás llegue encontrarse en un trance como ése, ya que en esas zonas la participación de las mujeres es tan nula, que no alcanza ni para vislumbrar su condición de inferioridad en relación con el hombre. Y quien ose plantear la organización de cosas como un torneo femenino de ajedrez, lo más seguro es que también acabe con su mollera rodando por el suelo, y eso independiente de lo que tenga entre las piernas.
Visto desde ahí, todo lo que está obrando esta deportista con la intención de boicotear un campeonato en aras de liberar a su género de la opresión que aún sufre en muchas partes del mundo, puede merecer cualquier adjetivo salvo los de épico o valiente. Se lanza en picada contra uno de los escasos países islámicos que dentro de todas las imperfecciones que muestra en torno a este asunto, al menos concede espacios de expresión para la mujer, y no sólo en el campo que ahora nos atañe. De hecho, Irán ha sido diligente en entablar conversaciones con organismos internacionales con el propósito de que sus atletas femeninas participen en competiciones mundiales sin violar los códigos musulmanes alusivos a la vestimenta, diálogos que han logrado excelentes resultados. Para muchos resulta ridículo -y hasta una señal de retroceso- ver a chicas jugando con gruesos buzos y velos en cuanto desafío son capaces de aceptar, pero comparándolo con los territorios mencionados en el párrafo anterior -donde es impensable remplazar incluso por un minuto el atuendo tradicional por algún traje deportivo- esto es claramente un mal menor. Lo realmente valeroso sería que esta joven llegara a la nación persa, objetara ahí mismo el empleo de la odiosa prenda; pero acto seguido, alegara por la virtual imposibilidad que en otros territorios de Oriente Medio las féminas tienen siquiera de presentarse a la cita que hoy ella mira con desprecio.
Otro factor que contribuye a dudar de su supuesta valentía, es el hecho de que ella es norteamericana, país que sostiene una rivalidad de décadas con Irán, en especial a partir de la revolución islámica de 1979 que derrocó a un tiránico gobierno que era títere de Estados Unidos. A partir de entonces, las sucesivas administraciones gringas han buscado el máximo aislamiento de sus pares persas, conducta en la que han sido secundados por varias directivas de la zona entre quienes se hallan aquellas para quienes la mujer debe limitarse a permanecer en su casa pariendo y cuidando bebés. Es por ende, fácil y muy beneficioso referirse en duros términos a la nación persa con esos antecedentes detrás: incluso se tienen buenas opciones de triunfo. Lo que de ocurrir, será presentado a través de los medios de comunicación como la enésima victoria de un ente minúsculo contra un gigante intransigente que llevaba todas las de ganar. Aunque lo único cierto, es que será un revés para una de las pocas naciones islámicas que admite cosas que en otras resultan tan transgresoras como inadmisibles. Y eso, finalmente, conducirá a la humanidad, y especialmente al género femenino, por la senda contraria a la de la liberación.
domingo, 25 de septiembre de 2016
Eutanasia Canina de Una Vez
Tras el fallo de una corte de Coyhaique, dictaminado como respuesta a una demanda presentaba por un abogado a quien un perro callejero mordió a su hijo en una plaza de esa ciudad, que obliga a dicho municipio a retirar a los canes que se encuentren deambulando por los espacios públicos -sin especificar algún procedimiento-, otros ayuntamientos se han adelantado a las preguntas de los ciudadanos y periodistas, y -a menos de un mes de las elecciones edilicias- han lanzado propuestas de solución que van desde la esterilización de las hembras, pasando por la habilitación de perreras, hasta la construcción de clínicas veterinarias equipadas con la tecnología más moderna posible y de acceso gratuito, a financiarse con recursos fiscales. Nadie siquiera se ha atrevido a imaginar la alternativa más práctica y efectiva para estos casos: la eliminación. Quizá porque más de alguno se espantó con el despliegue de los defensores de los animales a propósito de la polémica suscitada por el supuesto maltrato a esos seres que se daría en la práctica del rodeo, donde el poder de los activistas esta vez no se quedó en las protestas públicas ni la interrupción de los eventos ecuestres, sino que además lograron que políticos y personalidades influyentes acogieran su idea de prohibir ese deporte, proyecto de ley incluido.
Seamos honestos. Las personas que abandonan a sus mascotas lo hacen, entre otras causas, porque cuentan con un alto grado de certeza respecto de que éstas no se cruzarán con un funcionario estatal o un particular que los extermine. Tienen esa ilusión vana -e igualmente perversa y morbosa- de que por un anónimo, por distintas circunstancias -amor a los animales, necesidad inmediata de algún lazarillo- se compadecerá y recogerá al tirado. Por ello arrojan lo que ya les molesta, en caminos carreteros relativamente alejados de sus hogares -cosa que el afectado no emplee su instinto para regresar por sus propios medios- a cuyos lados se puede observar un número significativo de casas. Vive bastante gente allí y por ende no debería falta el individuo a quien le sea útil un can que una familia acaba de decidir que al menos para ellos no lo era. Y los lugareños son los que más sufren, rodeados de perros asilvestrados que deterioran su calidad de vida y atacan a sus propios animales, que en las zonas rurales no sólo sirven para fines recreativos. Bueno. No sería extraño que alguno, con la mentalidad bastante retorcida, concluya que, si el lanzado a su suerte no es capaz de hallar un nuevo dueño, al menos contará con comida al alcance de su hocico.
Pero, ¿qué pasaría si existiese un marco legal que no sólo diera la libertad a los privados para cazar a los canes sin amo, sino que además obligase a las autoridades a su eliminación? De seguro que quien tiene la intención de abandonar a una mascota lo pensaría dos veces antes de cometer tal atrocidad. Si finalmente lleva adelante una aberración como ésa, podría quedar con un cargo de conciencia, por haber enviado a un ser vivo a una muerte segura. Un cambio de actitud que podría verse favorecido, entre otros elementos, justamente por los escándalos que han armado en el último tiempo los defensores de los animales, quienes han metido, gracias a su cabildeo y su tráfico de influencias, el precepto de que maltratar a un "hermano menor" es peor que hacerlo con un ser humano, debido a su supuesta inferioridad de condiciones frente a un ser inteligente que es capaz de dominar y crear diversas estrategias para ganar el juego. En resumen: quien tira un perro o un gato en un determinado camino rural finalmente se convertirá en un asesino indirecto de éste (por cierto es así como hoy lo califican los adoradores de bestias, definición que también le reservan a quien propugna la iniciativa de la eutanasia canina, pero en fin...) pues ya estará enterado de que el empleado estatal está forzado a cumplir su trabajo.
Cabe agregar que la mayoría de los perros que pululan por las calles sí tienen dueño, el cual por diversas circunstancias los insta a que paseen por las aceras durante el día, restringiendo su responsabilidad con él a darle alimentación -a veces no con la frecuencia adecuada- y procurarle un techo donde dormir -en algunos casos ni siquiera eso-. Con una legislación que coloque en riesgo el deambular de esos canes -que son los que más problemas causan y luego son los más difíciles de controlar, debido a que a la larga cuentan con amo- y por supuesto de los demás, estas anomalías tan características de la sociedad chilena se acabarían. Pero curiosamente, los parlamentarios y el resto de las autoridades prefieren hablar de educación, con el afán de cambiar o mejorar la mentalidad. Sólo recordarles a aquellos encargados, que en los últimos años han venido dictando una serie de proscripciones de orden progresista, ya que se cansaron de instruir a las personas -antes incluso de hablarles- y discurrieron -y así lo plantearon en los respectivos debates y foros- que la manera más práctica y menos costosa de provocar una remoción de las conciencias era mediante el garrote. Y fue así como se aprobaron restricciones al tabaco o a la llamada comida chatarra, y ahora se pretende promulgar una ley que limite, y hasta prohíba, el uso de la sal. ¿Por qué las bestias deberían ser una excpción?
Seamos honestos. Las personas que abandonan a sus mascotas lo hacen, entre otras causas, porque cuentan con un alto grado de certeza respecto de que éstas no se cruzarán con un funcionario estatal o un particular que los extermine. Tienen esa ilusión vana -e igualmente perversa y morbosa- de que por un anónimo, por distintas circunstancias -amor a los animales, necesidad inmediata de algún lazarillo- se compadecerá y recogerá al tirado. Por ello arrojan lo que ya les molesta, en caminos carreteros relativamente alejados de sus hogares -cosa que el afectado no emplee su instinto para regresar por sus propios medios- a cuyos lados se puede observar un número significativo de casas. Vive bastante gente allí y por ende no debería falta el individuo a quien le sea útil un can que una familia acaba de decidir que al menos para ellos no lo era. Y los lugareños son los que más sufren, rodeados de perros asilvestrados que deterioran su calidad de vida y atacan a sus propios animales, que en las zonas rurales no sólo sirven para fines recreativos. Bueno. No sería extraño que alguno, con la mentalidad bastante retorcida, concluya que, si el lanzado a su suerte no es capaz de hallar un nuevo dueño, al menos contará con comida al alcance de su hocico.
Pero, ¿qué pasaría si existiese un marco legal que no sólo diera la libertad a los privados para cazar a los canes sin amo, sino que además obligase a las autoridades a su eliminación? De seguro que quien tiene la intención de abandonar a una mascota lo pensaría dos veces antes de cometer tal atrocidad. Si finalmente lleva adelante una aberración como ésa, podría quedar con un cargo de conciencia, por haber enviado a un ser vivo a una muerte segura. Un cambio de actitud que podría verse favorecido, entre otros elementos, justamente por los escándalos que han armado en el último tiempo los defensores de los animales, quienes han metido, gracias a su cabildeo y su tráfico de influencias, el precepto de que maltratar a un "hermano menor" es peor que hacerlo con un ser humano, debido a su supuesta inferioridad de condiciones frente a un ser inteligente que es capaz de dominar y crear diversas estrategias para ganar el juego. En resumen: quien tira un perro o un gato en un determinado camino rural finalmente se convertirá en un asesino indirecto de éste (por cierto es así como hoy lo califican los adoradores de bestias, definición que también le reservan a quien propugna la iniciativa de la eutanasia canina, pero en fin...) pues ya estará enterado de que el empleado estatal está forzado a cumplir su trabajo.
Cabe agregar que la mayoría de los perros que pululan por las calles sí tienen dueño, el cual por diversas circunstancias los insta a que paseen por las aceras durante el día, restringiendo su responsabilidad con él a darle alimentación -a veces no con la frecuencia adecuada- y procurarle un techo donde dormir -en algunos casos ni siquiera eso-. Con una legislación que coloque en riesgo el deambular de esos canes -que son los que más problemas causan y luego son los más difíciles de controlar, debido a que a la larga cuentan con amo- y por supuesto de los demás, estas anomalías tan características de la sociedad chilena se acabarían. Pero curiosamente, los parlamentarios y el resto de las autoridades prefieren hablar de educación, con el afán de cambiar o mejorar la mentalidad. Sólo recordarles a aquellos encargados, que en los últimos años han venido dictando una serie de proscripciones de orden progresista, ya que se cansaron de instruir a las personas -antes incluso de hablarles- y discurrieron -y así lo plantearon en los respectivos debates y foros- que la manera más práctica y menos costosa de provocar una remoción de las conciencias era mediante el garrote. Y fue así como se aprobaron restricciones al tabaco o a la llamada comida chatarra, y ahora se pretende promulgar una ley que limite, y hasta prohíba, el uso de la sal. ¿Por qué las bestias deberían ser una excpción?
domingo, 11 de septiembre de 2016
Los Tira y Afloja Por Punta Peuco
Una vez más, aprovechando la conmemoración del golpe de Estado de 1973, se planteó la idea de cerrar Punta Peuco, la prisión inaugurada en 1995 con el propósito de usarla de modo exclusivo para los militares que participaron en crímenes de lesa humanidad durante la tiranía de Pinochet. A la cabeza de esta propuesta, en esta ocasión se colocó la senadora Isabel Allende, hija de Salvador, justamente el presidente derrocado a causa de la asonada ejecutada hace más de cuatro décadas, y quien insistió en que los internos del penal de la discordia perfectamente podrían cumplir sus condenas en una cárcel para reos comunes como Colina II o la CAS de Santiago. Una intervención que sus adversarios políticos acusaron de ser una estrategia de la parlamentaria con miras a la elección presidencial del próximo año, donde busca estar presente y ganar la legislatura del periodo 2018-22.
Para la mayoría de quienes formaron parte de la Unidad Popular, y que luego vivieron el ostracismo al que los obligó el posterior régimen de facto, la existencia de Punta Peuco resulta insoportable. Fue una cárcel construida a fin de que el jefe de seguridad de la DINA, Manuel Contreras, pudiera ser encerrado como consecuencia de la sentencia judicial que en 1994 exigía que purgara siete años de prisión, por haber planificado el atentado a Orlando Letelier. Ya de partida, es bastante ignominioso que un Estado se vea en la obligación de edificar un recinto penitenciario exclusivamente para un condenado. Para colmo, en aquella época gobernaban los mismos a quien el aparato represivo de Pinochet -comandado por el propio "Mamo"-intentó exterminar, y quienes debieron llegar a uno de esos tantos consensos espurios que caracterizaron los últimos años del siglo pasado en Chile, con los partidarios de la dictadura, quienes ni siquiera imaginaban el aterrizaje violento que sufrirían menos de un lustro más tarde, con la detención de su querido tirano en Londres. Y como correspondía a las circunstancias de su origen, se trataba de un inmueble de lujo, donde los castigados contaban con una vigilancia mixta, repartida entre soldados y gendarmes. Ese último detalle, por cierto, sólo fue corregido una vez que Contreras abandonó este penal en el 2000, época en que empezó, a pesar de mantener buena parte de sus características, a parecerse a un lugar de confinamiento para la hez de la sociedad.
Es por ello -y otras circunstancias más- que personas como Isabel Allende vienen implorando por su cierre en el último tiempo. ¿La solución? Enviar a estos criminales -de los más abyectos, cabe agregar- a recintos para presos comunes, donde ellos sientan el rigor de estar encarcelados y sus detractores y antiguas víctimas el alivio de que al fin se acabaron los privilegios para quienes trabajaron con denuedo en el exterminio de otros seres humanos por el sólo hecho de pensar distinto. Sin embargo, ¿será finalmente viable esa suerte de salida alternativa? De acuerdo: comparar esa suerte de palacete que es Punta Peuco con el hacinamiento que viven los internos de las cárceles comunes es un asunto que irrita al más insensible. Pero entonces, ¿será correcto atiborrar de más reos, lugares que ya están al límite, cuando no simplemente colapsados? Quizá estos sujetos ni siquiera quepan en esos penales. Y si se logra hacer algún espacio, las características personales de estos individuos, que los diferencian del resto de los condenados, exigirían que dentro del cautiverio se crearan instancias que garantizaran la separación entre ambos grupos, por un asunto de seguridad. Ya que hablamos de ancianos que no se desenvuelven como un delincuente común, se les tendría que dedicar mayor atención, lo que redunda en el otorgamiento de más metros cuadrados. Esa situación se zanjaría de dos maneras. O se libera a estos tipos por motivos humanitarios -algo que no les agradaría a quienes se han esmerado décadas en hacerlos pagar por sus actos-; o lo que es aún peor: se les efectúa el hueco necesario con el consiguiente perjuicio para los demás habitantes del penitenciario, que estarán forzados a desplazarse en condiciones de aún mayor estrechez. Precisamente, el ejemplo que sacan a colación quienes desean de modo tan furibundo que se acabe un establecimiento destinado a otorgar un trato especial a quienes se encuentran entre los más temibles de los temibles.
Una de las gracias que posee Punta Peuco, radica en que, al estar enclaustrados allí sujetos que cometieron delitos similares -y que además fueron compañeros de fechorías y trabajo- los lleva a reflexionar que de manera indistinta la sociedad los ha puesto ahí para demostrarles que son lo más bajo que existe. De alguna manera, experimentan una sensación similar a la de sus víctimas a quienes sacaron de la comunidad y aislaron en el mismo recinto, como una forma de ocasionar una sensación de humillación colectiva, de que la idea que defendían era la que los había puesto allí y no un juicio arbitrario respecto de sus conductas personales. Un penal dedicado a cierto delito, cuenta con la virtud de provocar la impresión de que ese es un acto abominable que merece ser castigado. Es a lo que debe ir la prisión de marras, lo que se puede logar eliminando algunos privilegios conque aún cuentan sus internos, y manteniendo su finalidad.
Para la mayoría de quienes formaron parte de la Unidad Popular, y que luego vivieron el ostracismo al que los obligó el posterior régimen de facto, la existencia de Punta Peuco resulta insoportable. Fue una cárcel construida a fin de que el jefe de seguridad de la DINA, Manuel Contreras, pudiera ser encerrado como consecuencia de la sentencia judicial que en 1994 exigía que purgara siete años de prisión, por haber planificado el atentado a Orlando Letelier. Ya de partida, es bastante ignominioso que un Estado se vea en la obligación de edificar un recinto penitenciario exclusivamente para un condenado. Para colmo, en aquella época gobernaban los mismos a quien el aparato represivo de Pinochet -comandado por el propio "Mamo"-intentó exterminar, y quienes debieron llegar a uno de esos tantos consensos espurios que caracterizaron los últimos años del siglo pasado en Chile, con los partidarios de la dictadura, quienes ni siquiera imaginaban el aterrizaje violento que sufrirían menos de un lustro más tarde, con la detención de su querido tirano en Londres. Y como correspondía a las circunstancias de su origen, se trataba de un inmueble de lujo, donde los castigados contaban con una vigilancia mixta, repartida entre soldados y gendarmes. Ese último detalle, por cierto, sólo fue corregido una vez que Contreras abandonó este penal en el 2000, época en que empezó, a pesar de mantener buena parte de sus características, a parecerse a un lugar de confinamiento para la hez de la sociedad.
Es por ello -y otras circunstancias más- que personas como Isabel Allende vienen implorando por su cierre en el último tiempo. ¿La solución? Enviar a estos criminales -de los más abyectos, cabe agregar- a recintos para presos comunes, donde ellos sientan el rigor de estar encarcelados y sus detractores y antiguas víctimas el alivio de que al fin se acabaron los privilegios para quienes trabajaron con denuedo en el exterminio de otros seres humanos por el sólo hecho de pensar distinto. Sin embargo, ¿será finalmente viable esa suerte de salida alternativa? De acuerdo: comparar esa suerte de palacete que es Punta Peuco con el hacinamiento que viven los internos de las cárceles comunes es un asunto que irrita al más insensible. Pero entonces, ¿será correcto atiborrar de más reos, lugares que ya están al límite, cuando no simplemente colapsados? Quizá estos sujetos ni siquiera quepan en esos penales. Y si se logra hacer algún espacio, las características personales de estos individuos, que los diferencian del resto de los condenados, exigirían que dentro del cautiverio se crearan instancias que garantizaran la separación entre ambos grupos, por un asunto de seguridad. Ya que hablamos de ancianos que no se desenvuelven como un delincuente común, se les tendría que dedicar mayor atención, lo que redunda en el otorgamiento de más metros cuadrados. Esa situación se zanjaría de dos maneras. O se libera a estos tipos por motivos humanitarios -algo que no les agradaría a quienes se han esmerado décadas en hacerlos pagar por sus actos-; o lo que es aún peor: se les efectúa el hueco necesario con el consiguiente perjuicio para los demás habitantes del penitenciario, que estarán forzados a desplazarse en condiciones de aún mayor estrechez. Precisamente, el ejemplo que sacan a colación quienes desean de modo tan furibundo que se acabe un establecimiento destinado a otorgar un trato especial a quienes se encuentran entre los más temibles de los temibles.
Una de las gracias que posee Punta Peuco, radica en que, al estar enclaustrados allí sujetos que cometieron delitos similares -y que además fueron compañeros de fechorías y trabajo- los lleva a reflexionar que de manera indistinta la sociedad los ha puesto ahí para demostrarles que son lo más bajo que existe. De alguna manera, experimentan una sensación similar a la de sus víctimas a quienes sacaron de la comunidad y aislaron en el mismo recinto, como una forma de ocasionar una sensación de humillación colectiva, de que la idea que defendían era la que los había puesto allí y no un juicio arbitrario respecto de sus conductas personales. Un penal dedicado a cierto delito, cuenta con la virtud de provocar la impresión de que ese es un acto abominable que merece ser castigado. Es a lo que debe ir la prisión de marras, lo que se puede logar eliminando algunos privilegios conque aún cuentan sus internos, y manteniendo su finalidad.
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