domingo, 18 de diciembre de 2016

El Crimen De Alan

La víspera de Navidad nos ha traído un terrible regalo: el asesinato, tras doce horas de tortura, de un menor de trece años llamado Alan, que días antes había huido de un centro del Sename de Temuco, donde permanecía internado como medida de "protección" debido a que unos sicólogos y otros supuestos profesionales dictaminaron que sus parientes biológicos eran incapaces de cuidarlo. El crimen fue cometido por cuatro adultos, entre ellos los padres de una niña de cinco años que acusó al malogrado adolescente de haberla violado, delito que tras practicar los exámenes médicos de rigor, no ha sido comprobado.

 Así como los abusadores sexuales merecen todo el repudio posible, no importando su condición social, su estado de salud, su género o su edad (de haber sido cierto lo denunciado por la niña, hasta yo mismo tendría deseos de participar en la agresión), es igualmente significativo agotar todas las instancias de investigación cuando alguien, sobre todo si no tiene antecedentes respecto de esta clase de aberraciones, es señalado como autor de una de ellas. Y cuando hay involucrados seres de muy corta edad, la cautela debe ser mucho mayor. Por una serie de circunstancias, entre las cuales se hallan los prejuicios y las sicosis colectiva que en primera instancia padecen los adultos pero que a poco andar terminan traspasando a sus pupilos, uno de éstos es capaz de asociar, de modo completamente ingenuo, cualquier cosa que ve con un ultraje, a veces sin tener la menor idea de lo que significan esos términos y en un contexto absolutamente ajeno a dichas situaciones. Y lo peor, ciertos tutores, motivados por la sobre reacción irracional recién descrita -que sólo ellos pueden experimentar, pues entre los más chicos ese lugar lo ocupa la inocencia- al oír estas conexiones arbitrarias emitidas vaya uno a saber en qué contexto, arman un escándalo que crece como bola de nieve y acaba perjudicando no sólo al acusado injustamente, sino también al mismo infante desde donde surgió el malentendido, que queda en la imposibilidad de aclarar el error porque es algo de lo que se están haciendo cargo quienes lo cuidan y por ende saben qué es lo mejor para él, además de tratarse de una supuesta víctima de un suceso traumático. Si les parece descabellado lo que digo, vean "Jagten" (La Caza) filme de Thomas Viterberg. O remítanse a casos reales como la Casa de Acogida en Portugal.

En el hecho que ahora nos atañe, hablamos de un menor de trece años, proveniente de una familia quebrada, donde la madre había abandonado el hogar y el padre, debido a su pobreza y su necesidad de trabajar lejos de su lugar de residencia, había él mismo aceptado que su hijo fuera internado en esos recintos que las más recientes investigaciones han constatado que son un paradigma de los peores mitos creados en torno a los orfanatos. Y de los cuales escapaba bastante a menudo, aunque a veces, movido por el desamparo, regresaba. A eso hay que agregar que, a modo, de justificar aún más la reclusión, un grupo de sicólogos le diagnosticó asperger, uno de esos cuadros clínicos de nombres rimbombantes que estos sujetos no se atreven a llamar enfermedad, porque dado que no son médicos, no pueden efectuar ese tipo de dictámenes, aún cuando en su fuero interno saben que así será considerado por la sociedad y sobre esa base escriben sus informes, teniendo en cuenta el miedo que la comunidad suele expresas hacia quienes ellos califican de desquiciados mentales. El cóctel suficiente para que una jauría de adultos afectados por la más peligrosa de las sicosis colectivas, la que surge desde la ignorancia y los prejuicios, planeara una inaceptable venganza, que de seguro será parte significativa de la historia criminal chilena. Un mozalbete sin progenitores responsables, por lo tanto sin alguien que lo corrigiera, ni siquiera la ley por el asunto de la edad de responsabilidad penal, más encima calificado por los expertos como el más ominoso de los antisociales. Sólo él debía cometer un hecho tan abominable como la violación. Y sólo él se merecía una muerte tan atroz.

Una clase de lógica que no resulta extraña en el sur profundo chileno, donde las violencias patriarcal y patronal se funden en un todo que funge de paradigma, donde una depende de la otra y ambas se yerguen como demostraciones, aunque no lo queramos, de una cultura ancestral, difícil de erradicar a causa del poco acceso a la información. El asesinato de este niño, es parte de un círculo vicioso que incluye las agresiones hacia los mapuches y de éstos contra quienes los maltratan en actos que trascienden la legítima defensa. También abarca los crímenes propios de la delincuencia común, que allá son poco frecuentes, pero brutales. Una zona que siempre ha parecido tan distante de la civilización, y cuyos habitantes parecen estar orgullosos de su situación. O al menos no tienen intención de cuestionarla.

                                                                                     

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