domingo, 1 de enero de 2017

Las Muertes Ilustres de 2016

La cantidad de fallecimientos de personalidades reconocidas en distintos ámbitos, como las artes (David Bowie, Michael Cimino), las ciencias o la política (Fidel Castro), durante el recién terminado 2016, ha llamado la atención de los comentaristas de diversa índole que en vísperas del año nuevo se dedican a elaborar los recuentos característicos de la ocasión, que luego son presentados en los distintos medios de comunicación. Sobre el supuesto fenómeno se han elucubrado las más variadas conjeturas, algunas provenientes del ámbito de las supercherías y las teorías conspirativas; pero otras, elaboradas a partir de análisis serio. Aceptando que todos los obituarios anuales incluyen más de un ciudadano ilustre en sus listas -situación que parece no haber sido tomada en cuenta por los asombrados diseñadores de tales menesteres en esta ocasión-, no estaría de más detenerse en una de las explicaciones sugeridas, reproducida en muchos artículos y reportajes, y que guarda un relativo asidero con la realidad.

Un grueso importante en esta clase de decesos se dio entre personas que habían iniciado sus carreras, o al menos consiguieron el reconocimiento masivo, en las décadas de 1950 y 1960. El periodo donde irrumpió y se consolidó de forma definitiva la denominada cultura pop, en el cual además se suscitaron diversos cambios y explosiones sociales que sería una redundancia enumerar, elementos que se vieron acompañados por la aparición de una copiosa serie de individuos que llegaron con ideas absolutamente transgresoras y renovadoras a remecer los distintos ambientes, en una eclosión que no se daba desde la época de los vanguardismos de 1920. Estos sujetos no sólo eran excelentes y eficientes en los campos en que se desempeñaban, sino que gracias al ambiente en que se vieron involucrados -que ellos supieron aprovechar en aras de su desarrollo y beneficio personales- contaron con el aval de ser fundacionales, factor que les dio un peso extra al momento de pretender extender su sombra -la que muchas veces se amplió sin que requiriera de sus intervenciones-. Si añadimos a eso el que durante su periodo de influencia no sucedieron acontecimientos tan determinantes a escala global -como los vanguardistas recién mencionados, que debieron enfrentar la Segunda Guerra Mundial- tenemos una contundente -si bien no absoluta- conclusión de por qué han resultado tan determinantes hasta la fecha, así como por qué sus muertes han generado tanto impacto.

El problema es que tras ellos no han surgido generaciones que causen un revuelo parecido. No tanto porque éstas carezcan de integrantes de igual o mejor calidad. Sino debido a otra serie de asuntos, entre los cuales el más visible es el ya mencionado de la sombra alargada. De hecho, en la actualidad existen una serie de jóvenes artistas y científicos (no sé si políticos o empresarios) que poco o nada tienen que envidiarle a los surgidos en la llamada revolución de las flores o en sus épocas más próximas. Sin embargo, los más antiguos son tan trascendentes, sus obras mantienen un alto nivel de vigencia y popularidad (ya que irrumpieron en una etapa en la que se masificó la cultura, no sólo cuentan con la venia de la crítica sino también con la del público), y varios continúan lanzando producciones estimables, que se torna innecesario recurrir a los más nóveles. A lo que cabe añadir que en la actualidad los medios masivos suelen ser o pertenecer a enormes e impersonales corporaciones, en ciertos casos ni siquiera especializadas en lo audiovisual, y tales negocios por una cuestión de seguridad económica les conviene mantenerse en el estatus quo. El inconveniente surge cuando, con estos fallecimientos, caemos en la cuenta de que quienes sostenían la industria ya han cumplido los setenta años y sus cuerpos están respondiendo al inexorable llamado de la naturaleza, por lo cual, debido a motivos obvios, ya no podrán continuar aportando en el futuro. Por algo muchos de los comentaristas citados en el primer párrafo están advirtiendo que decesos de esta índole nos seguirán impactando en los tiempos más próximos, y lo dicen con un dejo de preocupación intencionada, a fin de que la inquietud se traspase a sus lectores y oyentes.

Si hacemos caso a ese manido refrán que reza que las crisis en realidad son oportunidades, entonces sería el momento de echar un vistazo a los talentos emergentes, y si no se encuentran al primer intento, crear las herramientas para que tales habilidades exploten. La opción de esos mismos jóvenes, de crear espacios o tomarse los que se muestran como no utilizados, podría ser válida: de hecho eso fue lo que ocurrió en los años 1960. Quizá nos asombremos de una manera mucho mayor a la que se suscita en este momento con los decesos ilustres, y ahora en términos positivos. Cuando la galería de arte empieza a parecer un panteón (en los dos sentidos más comunes de esas palabra: morada de dioses pero también de muertos), por supuesto que es imprescindible recordar a los que ya están, y una de las formas de hacerlo es renovándolos.

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