domingo, 5 de febrero de 2017

El Grupo de Los Siete

Opiniones divergentes ha provocado la decisión de Donald Trump, de publicar un decreto que impide la entrada, por un periodo de noventa días, de ciudadanos provenientes de siete países específicos -Siria, Irak, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen-, a territorio de Estados Unidos. La consecuencia más inmediata para estas personas es que se han visto impedidas de ingresar a la nación norteamericana, pese a contar con visas aprobadas de refugio o trabajo. Incluso, los extranjeros que residen allá y cuyo origen está en algunos de los lugares cuestionados, y que debido a cualquier motivo han debido efectuar un viaje internacional, se han encontrado con la ingrata sorpresa de no poder retornar a sus domicilios, permaneciendo varados en las fronteras o los aeropuertos.

Es interesante echar un vistazo a la situación política interna y externa en que se encuentra hoy cada uno de los países de la discordia. Tres de ellos -Somalía, Irak y Libia- no cuentan con un gobierno propiamente dicho y se encuentran a merced de los llamados señores de la guerra, coyuntura que se desencadenó después de sendas invasiones norteamericanas. Un segundo triunvirato, formado por Sudán, Siria y Yemen, sí tienen una legislatura más o menos distinguible, pero su capacidad se halla mermada porque llevan años de conflictos civiles armados, en donde Estados Unidos, en lugar de erigirse como un factor mediador, se ha colocado de manera flagrante al lado de una de las partes, lo que ha además ha contribuido al desarrollo y en ciertos casos al inicio de la conflagración. Queda Irán, el único del lote con una administración estable, que ha sostenido una lucha diplomática de más de cuatro décadas con los sucesivos presidentes estadounidenses, quienes rechazan la rebelión armada que dio origen al actual régimen de los persas en 1979. En resumen, tenemos que seis de estos territorios han sido despedazados tras una intervención de los gringos, y al séptimo lo han intentado aislar por todos los caminos posibles, como una manera de conseguir su corrección, que no han conseguido por la vía armada.

Por lo que podemos llegar a concluir que esta medida no hace sino repetir la política de Estados Unidos hacia ciertos territorios, en el caso específico del Medio Oriente (de hecho este grupo de los siete formaba parte de una lista de "países que causan preocupación" durante el gobierno de Barack Obama). Se impone una condena en contra de naciones a las cuales los gringos han buscado enrielar en base a sus propios y arbitrarios preceptos utilizando la fuerza, resultando un fracaso, al menos a largo plazo, en la totalidad de los casos. En tal sentido, la decisión posee un curioso e igualmente importante contenido de lavado de conciencia, usando una táctica muy común entre los militares yanquis a fin de sortear esta clase de reveses: buscar una manera de expiar las culpas sin reconocerlas. Analizado así, significa que la determinación de Trump no cuenta con el supuesto elemento distintivo que sus entusiastas partidarios le atribuyen a su administración -y que él se ha encargado de hacer creer a esos ilusos que existe, precisamente firmando decretos como éste-, el cual se resume, para la coyuntura que ahora nos atañe, en un combate enérgico contra los extremistas musulmanes (en realidad para el islam en general, que los nuevos inquilinos de White House simplemente consideran un religión terrorista). Pues, como bien lo han apuntado algunos críticos, los mahometanas que han perpetrado ataques en suelo estadounidense durante este siglo, partiendo por las Torres Gemelas hasta el tiroteo de Orlando, no tienen raíces en las zonas cuestionadas, sino que provienen desde aliados como Arabia Saudita, Afganistán o Pakistán.

Más aún: la medida podría ser contraproducente. Muchas personas que han debido pernoctar en las terminales por estos días, son refugiados que precisamente vienen huyendo de la insufrible situación que viven en sus países, donde han padecido toda clase de atrocidades, en ciertos casos, como ocurre con el Estado Islámico en Irak, ocasionadas justamente por fanáticos islámicos. Incluso lo relativo a Irán es bastante más delicado. Quienes demandan asilo desde allí, lo más probable es que sean perseguidos políticos, los cuales, al ingresar a suelo norteamericano, se transforman en potenciales instrumentos de propaganda, capaces de justificar ante la comunidad internacional las reservas que mantiene Estados Unidos respecto del régimen persa. La verdad es que la única promesa que ha empezado a cumplir Trump con el dichoso decreto es su recelo a la admisión de inmigrantes, en cualquier condición que vengan. Cubierta por el discurso moral y en apariencia altruista de garantizar la seguridad de su pueblo. Hipocresía pura, que ni si siquiera se atreve a reafirmar uno de sus más cacareados anuncios de campaña, a pesar de que a sus partidarios más incondicionales ni se les pasaría por la cabeza cuestionarlo.

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