domingo, 19 de febrero de 2017

La Caza De Los Culpables

Los devastadores incendios forestales acaecidos en la zona central de Chile durante el pasado enero, han traído consigo, aparte de la destrucción característica de estos fenómenos y los típicos llamados a la solidaridad caritativa a través de lacrimógenas pero igualmente efectivas súplicas en los medios de comunicación encargadas a reporteros especializados: una suerte de caza de brujas respecto de la búsqueda y captura de los supuestos culpables de los siniestros. Bajo esta premisa no sólo hemos sido testigos de agresiones a personas identificadas como causantes de las quemas, a las cuales por cierto no se les ha podido demostrar participación alguna en ellas, sino también del desfile de más de cuarenta ciudadanos pedestres por los cuarteles policiales y los tribunales de justicia, los que en la actualidad se hallan en situaciones que van desde las medidas cautelares hasta la prisión preventiva. 

Aunque resulte repetitivo, tanto la idiosincrasia como la formación cultural y el nivel de instrucción del chileno medio vuelven imprescindible recordar una y otra vez tanto las causas que originan un incendio forestal como las que provocan su en muchos casos incontrolable e incomprensible expansión. Basta una colilla de cigarro mal apagada o un pedazo de cristal -por el efecto lupa- arrojados a la maleza para desatar un infierno. Otras maneras más concretas -y por ende más probables- de ocasionarlo es mediante una quema de pastizales, muy comunes entre los agricultores, que la utilizan como un modo rápido de deshacerse de los residuos vegetales; o por sucesos que en una explicación formal se calificarían como fortuitos, aunque en realidad no lo son: por ejemplo, hace unos años, muy cerca de la localidad de Santa Olga, punto más afectado por los últimos siniestros, el operador de una máquina taladradora golpeó accidentalmente ese aparato con una piedra, lo que provocó una chispa que acabó reduciendo a cenizas un centenar de hectáreas. El excesivo calor (¿nadie ha reparado en que estas tragedias se suscitan casi siempre en verano?) se transforma en un alimentador del fuego, que si surge en un área donde hay vientos más o menos veloces, se puede propagar a distintas partes a causa de las brasas encendidas más volátiles,cuando no por el simple aumento de la temperatura. Súmese que hablamos de terrenos boscosos, susceptibles de tornarse en una pira de leña, y que no siempre están habitados por lo cual la información puede no llegar a tiempo.

El problema es que la sociedad chilena -y esto también es necesario reiterarlo cuantas ocasiones se tenga- posee un decepcionante nivel educacional y cultural, asume los valores religiosos en sus variantes culposas -y no sólo con el cristianismo, que los movimientos alternativos dejan bastante que desear- y nutre su sed de conocimientos -más bien de verdades absolutas que no requieran mucha preparación ni mucho esfuerzo- a través de astrólogos, teóricos de conspiraciones y un cuanto hay de charlatanes carismáticos que pululan por los mismos medios de comunicación que ante los desastres se encargan de difundir las notas lastimeras mencionadas al comienzo de este artículo, porque ambas cosas les dan réditos en el marco de la sintonía. Y al igual que la combinación de sequedad, altas temperaturas y vientos rápidos que originan y luego difuminan los incendios forestales, esta otra unión de factores contribuye en generar una sicosis colectiva que remata en la toma de acciones desmedidas, desproporcionadas y poco acertadas, que incluso impiden comprender la lógica que tiene la primera asociación de sucesos. Es la lucha entre la correcta instrucción y las simples supercherías. Que ganan las segundas porque ellas constituyen la formación mayoritaria del chileno medio, además de verse favorecidas por el miedo irracional que buen parte de la población del país le tiene a la delincuencia común, encarnizada en la caricatura del caco originario de un determinado sector social -ojalá de uno sin poder económico y menos político- que actúa en la oscuridad de la noche y a rostro cubierto. Que no es sino una edición pretendidamente seria y adulta del temor infantil al coco. 

Eso último ha dado como fenómeno que se acuse a grupos tan distintos, como los mapuches o los empresarios forestales especuladores, de quemar los bosques. Cada cual se refugia en su parcela o grumo y considera que todos los que están afuera o tan sólo al frente sólo tienen la intención de atacarlo. En las detenciones ciudadanas donde se ha golpeado a supuestos pirómanos, los agresores siempre han sido miembros de una misma comunidad que al descubrir a un desconocido rondando por los territorios que ellos conocen, se le van a una sin siquiera preguntar. El problema se torna grave cuando la justicia formal entra en escena, y apresa al pobre despistado, manteniéndolo por semanas o meses en prisión preventiva basándose únicamente en el testimonio de quienes lo redujeron. Y tal vez el incendio fue ocasionado por esos mismos vecinos vengadores, al efectuar una cremación controlada de pastizales que creyeron apagada pero horas más tarde y en su ausencia se reactivó. Quizá, al respecto, la solución vaya por erradicar ciertas costumbres de las zonas rurales, como ésta, optándose a futuro por enterrar la maleza en lugar de incinerarla. Aunque eso signifique pasar por encima de una tradición folclórica, que eso del buen salvaje hoy se ha comprobado que es una farsa incluso dentro del ámbito de las estampas turísticas.

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