miércoles, 29 de mayo de 2013

El Triángulo Rosa

En Colombia, hace unos días atrás, una diputado de confesión evangélica consiguió, manifestaciones callejeras y presión grupos económicos y religiosos mediante, que en el congreso de ese país ni siquiera se discutiera una iniciativa legal que buscaba regular las relaciones de parejas gay. Cerca de ahí, en Brasil, Sao Paulo para ser más específico, varias congregaciones convocaron a la "marcha por Jesús", buscando emular a su similar "por el orgullo homosexual", demandando mayor libertad de culto y expresión, mientras condenaban la reciente aprobación del llamado matrimonio igualitario y denunciaban un supuesta aparición excesiva de diferentes clases de amanerados en los medios de comunicación. Mientras tanto, en Francia, la primera boda entre miembros de un mismo género se llevó a cabo dentro de un estricto anillo de seguridad, producto de las violentas amenazas y protestas impulsadas por grupos cristianos y pandillas neonazis, que estaban operando en perfecta sincronía.

Tres casos que ilustran la rivalidad que se ha desatado entre colectivos cristianos y homosexuales producto de la serie de éxitos legales que han conseguido estos últimos, y que tienen a los primeros con los nervios de punta. Al parecer los creyentes occidentales consideran que han permanecido por demasiado tiempo en la inactividad, confundiendo pacificación con pasividad. Lo cual, de acuerdo a sus propias conclusiones, sería la causa más importante del progresivo distanciamiento que las distintas sociedades están demostrando respecto del temor a las cuestiones de Dios y los valores que ello representa. Con el sucesivo afán de otorgarle rangos de reconocimiento oficial a las uniones de parejas gay, muchos presienten que se están al borde del abismo, y que si no se detiene ahora la rueda ésta terminará echando a toda la humanidad, o al menos a los seguidores de Jesús -lo que para estas personas finalmente es lo mismo en sentido amplio- por el despeñadero. Entonces, suponen que actúan en consecuencia saliendo a las calles y empleando toda clase de métodos, incluso los más agresivos y dañinos, para detener esta auténtica oleada de inmoralidades. Sienten, en definitiva, que ha llegado el momento de cumplir ese mandato que los obliga a esforzarse en aras, si no de la conversión de los descarriados, en el peor de los casos de la instauración o del mantenimiento de los preceptos sociales inspirados en el mensaje bíblico (o cuando menos de una interpretación muy popular de él).

Lo curioso es que, mientras expresan con denuedo su repudio a las nuevas reivindicaciones de los siempre aborrecidos sodomitas, los cristianos no atienden con la misma celeridad acontecimientos que ocurren en países medianamente apartados de la cultura occidental pero que afectan a los hermanos que habitan allí a nivel de su propia supervivencia. Por ejemplo el constante acoso que están sufriendo los creyentes que se encuentran en zonas de mayoría o que tienen una importante población islámica que además está intentando imponer sus posturas por la vía de las armas. En ciertos lugares se está llegando al extremo de prohibir la pronunciación del nombre de Jesús, mientras en otros son objeto de atentados mortíferos de los que las autoridades respectivas no se hacen cargo porque tienen miedo cuando no están abiertamente coludidas. Es una coyuntura que involucra a toda el Asia musulmana -que no es sólo Medio Oriente- pero además al norte y al centro de África, e incluso está ingresando a América teniendo como pretexto visiones erradas acerca de la autonomía de los pueblos indígenas. Es cierto que los discípulos del camino han expresado su preocupación y hasta su indignación por estos horrores. Pero ello no se ha traducido en un reclamo frente a una embajada, ni siquiera en una manifestación masiva como las que se efectúan en contra no de los matrimonios, sino ya de los homosexuales como forma de expresión. Y que, debemos admitirlo, reúnen a gran cantidad de gente porque son coordinadas de manera metódica por los pastores y líderes eclesiásticos.

Lo anterior deja a estas reclamaciones callejeras como simples desquites contra una minoría débil -al menos en el ámbito de la respuesta física- la cual además se tiene a la mano y sobre la que ya se sabe de qué modo actuará. En resumen, la conducta más evidente de un cobarde que da muestras de supuesta valentía comportándose como el bravucón del barrio. Desde luego, alejada lo más posible del mandato divino de impregnar con su palabra no sólo las almas, sino las sociedades por donde los cristianos pasan o residen. El día que los cristianos occidentales reclamen contra la brutal represión que experimentan sus hermanos de otras latitudes se tornarán más creíbles. Por ahora, sólo constituyen una versión senil del islam, que tampoco tolera a los homosexuales, aunque su opinión es mucho más extremista, pero por ello más vigorosa y sincera.

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