miércoles, 15 de mayo de 2013

El Servicio De Los Satisfechos


Una de las majaderías más insufribles entre los incontables lugares comunes que a diario suelen repetir los políticos de derecha, en especial quienes provienen de un partido confesional, es aquella en la cual se presentan como los únicos capaces de entregar un servicio desinteresado a los más desposeídos, debido a que gracias a su estrato social de origen -en general de medio alto hacia arriba- no requieren hacer de la actividad pública una profesión sobre la cual ganarse la vida. Con esa clase de razonamiento, además de contradecir a sus adversarios, que a su vez insisten en que una persona adinerada no puede comprender los problemas de los menos acaudalados porque jamás ha sufrido las penurias de éstos, de paso los tildan de interesados y de prestarle mayor importancia al éxito personal antes que a la mejora de la situación de quienes lo eligieron. Por lo que a manera de conclusión, se desprende que este tipo de conservadores es el sector del quehacer nacional menos propenso a la corrupción, puesto que ya han superado, merced sólo a su estatus, las ambiciones de enriquecimiento y escalamiento social que serían inherentes a la naturaleza humana.

Vamos a dejar de lado la connotación clasista que ese pensamiento contiene, ya que es tan fácil de deducir que resulta prescindible de ser descrita en un artículo. Tampoco nos detendremos en la contradicción que se manifiesta entre dicha argumentación y la forma de actuar de los dirigentes derechistas, los cuales nunca olvidan de cobrar sus dietas durante la jornada de pago. Sí compararemos estas sentencias con la conducta de estos conservadores más allá de sus visitas a los barrios populares y de los subsidios que autorizan y en muchos casos promueven en favor de los más desvalidos. Pues a poco andar se cae en la cuenta de que su proceder es muy diferente de lo que predican. Siempre acuden a las sesiones parlamentarias con el afán de entrabar aquellos proyectos de ley cuya aplicación podría reducir los niveles de miseria y de desigualdades económicas de manera más rápida y eficaz que sus propuestas, pero que tras ser promulgadas les significaría una merma en su caudal pecuniario, como por ejemplo sucede con las peticiones de aumento de impuestos, así como con la exigencia de dichos tributos sean directamente proporcionales al potencial monetario de los ciudadanos. Y no se trata sólo de atajar una iniciativa equis con una votación en bloque. Muy por el contrario, detrás de esos acometimientos se esconde un trabajo constante, para convencer a empresarios, líderes religiosos, colegas indecisos o de tendencia de centro e incluso a la opinión pública mediante debates en los mismos estamentos políticos o en los medios de comunicación. Es en definitiva una labor de hormiga, que combinada con la asistencia regular a las barriadas más vulnerables consume todo el tiempo disponible, motivos por el cual estos sujetos se ven obligados a desenvolverse con una remuneración mensual. Que en términos elementales, en realidad se la tienen bien ganada.

Lo que a la larga descubre el velo y queda al descubierto que la verdadera intención de estos individuos no es la lucha por la pobreza. Podría ocurrir algo semejante, en el marco de la religiosidad que expresan, ya sea de manera sincera o aparente (hay de los dos casos). Pero mientras acusan a sus adversarios de perseguir el aumento de estatus, ellos mismos tratan por cualquier medio de permanecer arriba, cuidando de que nadie se les asome pues compartir ese estándar tarde o temprano devendrá en la cesión de un parte de su caudal. Demuestran, finalmente, esa misma naturaleza ambiciosa que aseguran es inherente a la humanidad. Y que no han superado, sino que sólo la han adaptado a su condición de clase. Están sobre los demás pero no términos espirituales, sino puramente económicos. No obstante que la posesión de dinero les permite construir una imagen en torno suyo que los presenta como altruistas, lo que en un lapso breve se transforma igualmente en un aumento de caudal. Quizá no monetario, porque en ese aspecto ya no tienen más que acaparar (aunque quien se encuentre atrapado en esa espiral siempre sentirá que le faltan vetas de las que extraer billetes), pero sí en términos de aceptación masiva y de elogios externos, al ser admitidos como ricos desprendidos a los que no les preocupa perder un extracto de su fortuna si eso contribuye a que otros sonrían. Es decir, valorados como personas que han alcanzado puntos casi máximos no sólo en cuestiones que se miden con bienes materiales. Negocio redondo. Una meta por la que siempre se desvelan los más conservadores.

Una motivación escondida que de seguro experimentó Pablo Longueira -visiones de formadores aparte- cuando decidió renunciar al ministerio de economía para tornarse el candidato presidencial de su partido. Claro que pudo tratarse de un sacrificio, como aseveró en la conferencia de prensa. Pero sucede que el tipo venía anunciando de hace varios años su retiro de la política pública, pues consideraba que su tarea estaba hecha. De hecho no abjuró de su cartera antes con el propósito de concretar un desafío hacia el Senado, justamente en base al sentimiento recién mencionado. En su fuero sabe que no va a terminar siendo electo presidente, pero a cambio un excelente premio, más que de consolación, consistiría en reforzar la lista parlamentaria de su colectividad, bastante alicaída según las encuestas. Ahí reside la idea: en dejar huevos. Producir para el futuro como lo planteaban los socialistas latinoamericanos en la década de 1960. No en el propósito de conseguir la anhelada y por momentos utópica igualdad social. Sino en que se selle la permanencia de un sistema en donde, más allá de las limosnas y regalías, sus hijos y nietos -numerosos en este grupo de políticos- mantengan el estatus e incluso aumenten su acumulación de recursos.

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