miércoles, 28 de abril de 2010

Hogar de Schaeffer

Finalmente, el Hogar de Cristo se encargó de los gastos mortuorios de Paul Schaeffer. La institución católica, fundada por un canonizado (me niego a decir santo) con un propósito supuestamente altruista, obró de la misma forma que lo hizo hace algunos años atrás, cuando se produjo el deceso de otro ser despreciable: el agente de la DINA, Osvaldo Romo Mena. La única diferencia entre ambos sepelios, es que ahora el cortejo fúnebre contaba con cuatro asistentes y no dos, porque el pedófilo alemán al menos fue despedido por un par de familiares adoptivos, a diferencia del obeso torturador, cuya muerte sólo fue capaz de reunir al sepulturero de turno y al representante de la empresa que ofreció el servicio. Ambos, no obstante, coincidían en aspectos significativos: arrastraban un pasado oscuro y tortuoso, que los impulsó a ponerse incondicionalmente bajo las órdenes de la dictadura militar, que encauzó toda su ira con el mundo y su consiguiente desprecio por la humanidad, enviándoles a ejecutar los trabajos más sucios y denigrantes, que los mandamases siempre quieren pero jamás se atreven a hacer, a saber el martirio y la desaparición forzada, permitiéndoles a cambio, darse el gusto de acometer un crimen aberrante e indeseable como la violación sexual, de niños uno, de mujeres indefensas el otro.

Y a pesar de ello, una organización como la iglesia católica, que asevera haber auxiliado a las víctimas de estos sujetos y por extensión a todos los que eran perseguidos por la mencionada dictadura, decide recoger sus cadáveres putrefactos, valiéndose de una filial que, al menos en términos teóricos, está planificada para socorrer a los pobres y los desvalidos sociales. De acuerdo: el papismo tiene una justificación teológica que le permite estos arranques de bondad hacia quienes no murieron en paz, cual es la tesis del purgatorio, donde aterriza el conjunto de las almas, salvo aquellos que hayan sido póstumamente elevados o condenados por la autoridad eclesiástica. Esto último, de cualquier forma, reservado para quienes no han aceptado la curia vaticana como verdadera, o se han consumido en herejías, o en el caso de las mujeres, si se han practicado un aborto. En caso alguno por haber abusado sexualmente del prójimo, ni siquiera por haber abusado del prójimo en todas las acepciones que puede admitir esa palabra. Por ende, estos infames aún tienen la opción de ascender a los cielos e incluso de ser beatificados y canonizados (una vez más, me niego a decir santos). Pero en fin: ya sabemos que la pedofilia ronda en las sacristías de una manera muchos más frecuente que el peor de los anticlericalismos se hubiese imaginado. Así que otros individuos, como Marcial Maciel, no han perdido la gracia.

Lo interesante es que, si vemos este acto como un asunto de imagen, sólo confirma lo que históricamente la iglesia católica ha sido: una institución corrompida e indeseable para el sentido común de justicia que es inherente a todo ser humano. Durante siglos se dedicaron al genocidio, y cuando los adultos empezaron a levantar la voz y a los obispos y papas no les quedó otra que echar pie atrás, entonces se dedicaron a satisfacer sus pasiones reprimidas con los niños. Resulta que en el preciso instante en que su estructura completa es zamarreada por los sucesivos escándalos de pedofilia, de los que tampoco se han eximido los sacerdotes chilenos, deciden, sin que nadie se los ruegue, enterrar a un conspicuo abusador infantil, a través de una de sus divisiones supuestamente caritativas. Peor todavía: a un sujeto que siempre se presentó como el líder de una secta seudo bautista. Mientras siguen vituperando a los sinceros evangélicos que cada domingo marchan por las calles, acusándolos de ser grupos particulares, adjetivo que equivale a falsos. Se oponen férrea, tenaz y violentamente a las clases de fe evangélica en los establecimientos educacionales municipales, y hasta hoy expulsan de sus escuelas e incluso universidades a los alumnos que profesan un credo diferente. Para colmo, cada vez que pueden, sacan a colación esa inmensa mentira que reza que los evangélicos apoyaron en masa al régimen militar, declaración formulada con la intención de que la opinión pública sitúe a los curas en el polo opuesto, cuestión que todos sabemos nunca fue así, y basta mirar alrededor para comprender que todos esos relatos míticos sobre el pasado no fueron más que trabajos de pantalla, para embobar todavía más a los incautos.

Retomando el tema inicial, los romanistas se defenderán arguyendo que este proceder corresponde al perdón y a la misericordia que un cristiano debe demostrar hacia todos los hombres sin excepción. Sería válido, siempre y cuando practicaran lo que predican. Porque, como fue señalado anteriormente, una mujer que se practica un aborto sufre la excomunión automática, sin detenerse el tribunal a pensar que ese embarazo pudo haber sido producto de uno de esos mismos indeseables a los cuales los curas protegen hasta su última morada. Ahí no existe ninguna posibilidad de redención y la mentada misericordia es sustituida por juicios lapidarios e incontestables. Como diría el poeta, dejémonos de pamplinas. El mismo Pedro, que según el catolicismo guarda el llavero de las nubes, afirmó que el perro siempre vuelve a su vómito y el cerdo lavado no aguarda un segundo y se vuelve a revolcar en el barro. Los papistas ampararán siempre a los pedófilos, de manera consciente o inconsciente, porque su propia doctrina los arrastra a rodearse de ellos. Aunque sean herejes.

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