jueves, 8 de abril de 2010

Entre Zafrada y Cisarro

Se enojó el niño Víctor Díaz, alias Zafrada. Después de su oportuna aparición en televisión, en medio de los destrozos dejados por el maremoto en Iloca, pidiendo una nueva escuela para su localidad, ha debido soportar el acoso de los periodistas amarillistas, que componen el total de los departamentos de prensa de la mayoría de los medios de comunicación de gran alcance. En medio de la vorágine informativa y de la tan falsa como grandilocuente caridad, ninguno recordó (era que no) que se trataba de un muchacho de siete años, cara visible de toda la candidez con la que se enfrenta al mundo a esa edad, la misma que les permite obtener unos cuantos puntos más de sintonía. Y el mozuelo se ha sentido perseguido como un vulgar delincuente, debiendo ahora, incluso soportar a ociosos turistas que no tienen escrúpulos en llegar a su casa a fotografiarlo, en lo que se ha transformado en una suerte de funa con sonrisa afable, que por cierto es la actitud característica de un pedófilo. De cualquier manera, algo positivo sacó este chiquillo tras su exposición mediática, aparte de las lecciones moralizantes de rigor: un empresario se apiadó y extrajo, cual mago desde la chisteria, una escuela modular, frenando las ansias de los canales de televisión, y de paso solucionando el problema de los dos millones de damnificados, muchos de ellos, estudiantes que también han visto sus establecimientos en el suelo o alejándose en el océano.

Cada vez que me topo con este mozuelo, al otro lado de los rayos catódicos, no puedo dejar de recordar a otro infante un poco mayor que él, que hace algunos meses atrás también hizo noticia, aunque por causas muy diferentes. Se trata de Cristóbal, mejor conocido como el Cisarro. Quizá, porque si nos detenemos no a pensar, sino a reflexionar siquiera un momento, encontraremos varios elementos en común entre ambos. Sus apodos provienen de la incapacidad de pronunciar bien una palabra, ya sea "frazada" o "cigarro". Los dos ha salido de hogares "de esfuerzo" por citar aquel eufemismo utilizado cuando no se quiere mencionar la pobreza. Y su rasgo distintivo tiene un origen similar: el mediocre, por no decir inexistente, sistema educacional público chileno. Lo cual arrastra a los adultos a coincidir a su vez en tratarlos con una mirada bufonesca, que tiende a destacar dichos defectos de lenguaje. Una conducta amparada por el principio de autoridad que un sujeto mayor ejerce, o debe ejercer, sobre un niño, aspecto que en Chile es tratado de la manera más tradicional y represiva, en perjuicio, obviamente, del supuesto subyugado. Aunque, hilando más fino, el mencionado proceder es en realidad orquestado por una determinada clase de adultos: la que ostenta el poder político y económico en el país, y que por ende es dueña de la totalidad de los medios de comunicación más influyentes. Ellos matriculan a sus hijos en costosos colegios de pago, lo cual libera a sus vástagos de estos auténticos estigmas de la pronunciación (y si pese a todo de pronto alguno amenaza con ser una salvedad a la regla, lo envían a un sicólogo, que sólo es un modo sutil de darle una cachetada). Pero además, son los mismos que, ante la exhibición del dolor de un damnificado, corren con cajas de ayuda y escuelas modulares a fin de recibir aplausos espontáneos y de esa forma limpiar su conciencia. Y esto último, equivale a desviar la atención sobre la evasión tributaria que efectúan a diario, o de su férrea oposición al cobro de impuestos decentes, que puede permitir que aquellas familias afectadas por los desastres naturales no permanezcan en la total incertidumbre.

Las diferencias entre Zafrada y Cisarro, si es que las hay, no pasan de ser formales y superficiales. Pero, si se les presta atención, se cae en la cuenta de que calzan a la perfección con la actitud frívola con que la televisión y la prensa escrita pretende presentarnos el mundo que nos rodea. Lo cual les permite a tales instituciones ahondar en la situación particular de cada uno y enseguida abordarlos como dos fenómenos totalmente inconexos entre sí. Sin embargo, los supuestas divergencias no pasan de ser detalles. Un chico fue criado en la placidez del ambiente rural; el otro, en el duro cemento urbano. Uno emitía mal una palabra que definía a un elemento para cobijarse; el otro, a un objeto representante de un abyecto y réprobo vicio. Uno solicitaba una nueva escuela porque dentro de su ingenuidad aún creía en un aparato educacional injustificable e insalvable; el otro, ya se había dado cuenta que dicho aparato no lo iba a llevar a ningún lado, y que resultaba más conveniente delinquir. No obstante, al final de la jornada, ambos se vieron rodeados por adultos inquisidores que les hicieron saber, con un grueso dedo acusador, que la niñez es maravillosa mientras le pides a papá que te compre el juguete promocionado por el comercial, porque lo demás es propio de un chiquillo maleducado, insolente y preguntón. Y como hoy el castigo físico es calificado como una respuesta de trogloditas, se optó por el tono burlesco, que es cierto que un caso tuvo intenciones negativas, dada su condición de ladronzuelo; mientras que en el otro, al menos en primera instancia, quiso mostrar una actitud positiva. Pero cuyo resultado fue igual de nefasto para el afectado.

Para el infortunio de estos mozalbetes, los adultos que no dirigen el modelo político, social y económico, se pliegan al discurso de los mandamases y se comportan como comparsas. Doble calvario para estos niños, porque dichos adultos son los encargados de su cuidado. Pero en realidad, se rompen la espalda en favor de los poderosos y a sus hijos les otorgan migajas que a duras penas han extraído de sus obligadas acciones de sobrevivencia. En definitiva, al mantener una descendencia, también alimentan a sus jefes, que con esto ven concretada su insistencia en los "valores de la familia". Y a los chiquillos que intentan escapar a la norma, de inmediato los intentan encauzar recurriendo a los sicólogos, encargados del trabajo sucio, como antes fueron los curas y los agentes torturadores. Y los métodos de contención no distan mucho, al menos en sus motivaciones primigenias. Al Cisarro lo mantienen encerrado en una estrecha habitación de un hospital, dopado con drogas legales, o, como prefieren llamarle los lamebotas de Freud, fármacos. Mientras que al Zafrada -que ostenta un enviadiable manejo de la retórica- ya pronto le indicarán, test de Rorchard en mano, que debe afrontar las consecuencias de sus actos y aprender de sus errores para no reiterarlos en el futuro: en otros términos, que sea un infante tímido y obediente que sólo abra la boca para decir "sí, mamá", y acabar tan pobre y marginado como el resto de los chilenos medios.

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