jueves, 3 de septiembre de 2009

Las Mujeres de Gabriela

Las reciente publicación de sus cartas a Doris Dana, para muchos interesados, develan defintivamente el aspecto más oculto de la vida de Gabriela Mistral: era lesbiana. Con esto, los colectivos feministas y homosexuales se ganan, aunque sea de manera póstuma, una nueva estrella para su firmamento, la cual, además, le arrebatan a la sociedad bienpensante. No importa que este supuesto nuevo hallazgo no constituya ningún aporte al momento de analizar lo verdaderamente interesante, como es la calidad literaria y artística de la poeta. Ni que tampoco, contribuya a la completa aceptación del llamado poder gay, que una vez más, se vale de un ícono externo al que intenta reinterpretar mediante investigaciones pretendidamente serias, en vez de potenciar los elementos que están en su propio seno, los cuales hace rato demandan su oportunidad.

Es cierto: Gabriela Mistral es una cosa lejana y etérea para muchísimos chilenos. Y eso, a pesar que nos sentimos orgullosos de decir que fue uno de nuestros dos premios Nobel; el único, además, obtenido por una mujer de habla hispana. Ayudaron a tal situación, ciertas actitudes de la propia escritora. Por ejemplo, el haber emigrado muy joven a México, país donde desarrolló buena parte de su talento, que no se circunscribió al ámbito lírico, porque fue la diseñadora del sistema educacional que hasta hoy rige a ese país. Como consecuencia, su radicación definitiva en el extranjero, lo cual la convirtió en una desconocida por estos pagos ( bajo estas circunstancias, hasta comprendo que le hayan otorgado el Premio Nacional de Literatura sólo seis años después del galardón de la Academia Sueca). Finalmente, se pueden citar algunas consideraciones más anecdóticas, como el hecho de que en vida publicó poco, sólo cuatro poemarios y una antología, y que su primera colección de versos apareció cuando la autora ya había pasado los treinta años de edad, no por iniciativa propia, sino de un grupo de académicos norteamericanos. Además, que los dos mejores, "Tala" y "Lagar", fueron ampliamente conocidos afuera antes de aparecer en Chile. Esto último, es un factor importante para comprender los arquetipos que aquí se han formado de Gabriela Mistral, a saber, la enamorada doliente de "Desolación" y la tierna maestra primaria de "Ternura". Dos caricaturas, contra las cuales han luchado los críticos literarios serios y que han sido la motivación para que sus idólatras más empedernidos -que suelen provocarle nada más que perjuicios a su objeto de alabanza- anuncien descubrimientos sensacionalistas como el que encabeza este artículo.

Sin embargo, más allá de la ignorancia histórica que los chilenos tienen en torno a la poeta -producida tanto por la falta de acceso a sus obras como por una decisión propia-, cabe señalar un hecho que muy pocos han tomado en cuenta, cual es el rol que tuvo la dictadura de Pinochet en alimentar todos estos prejuicios. Debido a que Pablo Neruda, simbólicamente fallecido el 23 de septiembre de 1973, fue durante gran parte de su vida militante comunista, lo cual no trepidó en recalcar en varios de sus últimos poemas, además de incondicional simplatizante y activista del régimen de la Unidad Popular; el gobierno militar requería de una estatua que desterrara de la memoria colectiva de los chilenos al vate rojo. Y lo que más estaba a la mano era la figura de la Gabriela, por diversas causas, entre las cuales pueden contarse la desinformación y la imagen ascética y aséptica que muchos en este rincón del mundo se esmeraron en darle. Cabe recordar, al respecto, que casi nadie por estos pagos había leído para entonces los escritos sociales de la Mistral, que en vida le significaron un fuerte rechazo de parte de sectores pudientes y no sólo en Chile. Más aún, ese tema lo trata en buena parte de su obra literaria que permaneció inédita hasta su muerte, y la cual, si no ha permanecido en esa condición, sólo se ha publicado en el extranjero o en ediciones limitadas para especializados. Por otro lado, cuando en 1989 se celebró el centenario de su nacimiento, la autoridad de facto desplegó una intensa maquinaria publicitaria que incluyó microprogramas en televisión -siempre mostrando la imagen tradicional-, homenajes rimbombantes al estilo de un gobierno de esa calaña, y varios concursos literarios para estudiantes con el nombre de la poeta ( yo gané uno, de hecho). A poco de las primeras elecciones multipartidistas en diecisiete años, y con Pinochet y sus secuaces intuyendo las escasas posibilidades de triunfo de los entonces candidatos oficialistas, no venían mal estos recordatorios, que mostraban a los militares preocupados por la creatividad artística, como para dejar en claro que el "apagón cultural" que caracterizó a ese periodo, no era sino un mito marxista.

Al final, tanta saturación derivó en un fruto no deseado. El chileno medio empezó a perder interés por una mujer que, después de tantas décadas, se les presentaba como una dama irrestrictamente conservadora. Ya en democracia, además, se hacía necesario restaurar la figura de Neruda, un hecho que hizo que el común de la gente creyera que existió una rivalidad ideológica entre ambos, cuando en realidad fueron amigos personales. También, otros revalorizados, como Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, empezaron a exigir su espacio. Con respecto a Gabriela Mistral, muchos aceptaron que ya había tenido su recompensa. Cuando verdaderamente, fue sólo otra víctima del llamado "pago de Chile". Una mujer pobre -que no es lo mismo que una mujer a secas-, de la precordillera, provinciana en una época en que escaseaban las rutas terrestres, que fue capaz de educar pese a no contar con título universitario, que debió abandonar el colegio víctima del matonaje escolar, que debió abandonar muy joven su país de origen porque en él no la tomaban en cuenta, y eso último para no regresar jamás. Ahora que Chile ha pasado de pacato a frívolo, se populariza un aspecto superficial de su existencia y se vuelven a dejar bajo la alformbra las características que auténticamente han definido a la Mistral y que la hicieron merecedora del Premio Nobel. Por suerte que existió en un tiempo en que no se conocía la prensa de farándula, porque habría sufrido bastante más, cortesía de un país donde el chisme refleja con total cabalidad los insufribles grados de hipocresía.

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