miércoles, 9 de septiembre de 2009

El Subterfugio de la Clase Media

Como ha sido la costumbre desde el retorno a la democracia, la clase media conforma uno de los tantos temas que la derecha ha impuesto en los medios masivos de comunicación, los cuales, cuentan con propietarios afines a su pensamiento político. Así, ha desviado permanentemente la atención respecto de cuestiones realmente urgentes de solucionar, como la justicia laboral, la mala distribución del ingreso o los problemas de carácter ecologista: todos, por cierto, descalabros dejados por la dictadura de Pinochet, de la que fueron acérrimos colaboradores y por lo mismo, aún defienden. Mientras, en la Concertación, sus máximos dirigentes están comprometidos económica y estratégicamente con varios de sus pares opositores, debido a lo cual, permiten que estos temas se enquisten en la agenda y una vez ahí funcionen como virus computacionales.

Veamos. En Chile, la industria empezó a aparecer recién en 1940, con la creación de la CORFO. Y hasta hoy, tiene un rol poco participativo en la economía chilena, que depende mayoritariamiente de la agricultura -y por extensión, de las materias primas- y los servicios. Desde la Ilustración, con la irrupción de los burgueses, y en especial a partir de la Revolución Industrial, la clase media ha estado vinculada, justamente, a industriales independientes que son capaces de pararse como una alternativa en cuento a la generación de riqueza, ante los nobles y los terratenientes. En cambio, por acá tenemos que los primeros representantes de este sector social, surgidos de manera tímida a comienzos del siglo XX, fueron intelectuales que se desempeñaron en el servicio público -abogados, docentes, funcionarios estatales en general-: gente que vivía de un sueldo y no tenía mayor interés en generar caudal monetario. A partir del año antes mencionado, el grueso de las corporaciones fabriles corrió por cuenta del Estado, por lo cual no había empresarios privados comandando las industrias criollas. Tampoco existía un número significativo de profesionales relacionados con la actividad, que también aumentan las cifras de la clase media; y los pocos que podían contarse, venían de los estratos altos y por sus redes de contacto tendían a permanecer allí.

El exitismo y la hipocresía, no sólo moral, que han caracterizado a Chile desde 1990 -y que los políticos de las dos grandes alianzas se han esmerado en preservar, debido a intereses personales-, ha a su vez, impulsado a algunos a denominarse clase media, como modo de convencerse de que ya no están en el último peldaño de la sociedad, donde además, deambulaban desde que habían nacido. Con ello, se fue paulatinamente quedando obsoleta esa tesis del cuerpo popular que los movimientos de reivindicación social venían proponiendo desde la crisis del salitre a fin de presentar la imagen de una nación que lucha unida contra una minoría explotadora y subyugadora. Ahora, ese pueblo que por más de cinco décadas protestó en la calle por sus derechos, que sacrificó vidas en cada huelga, que eligió la Unidad Popular y después enfrentó decidido al régimen militar; estaba partido en dos grandes bloques que a su vez desprendían fragmentos más pequeños, pero igualmente irreconciliables ( las famosas claves C1, C2, C3, D y E). Durante la década de 1990, la sobrevalorada época del tigre mestizo, la clase media de entonces se autoproclamaba de tal para acentuar el desprecio generalizado que por esos años existía contra los pobres, y con esa actitud, ganarse un sitio en alguna mesa de la oligarquía, aunque fuera la de la cocina junto a la servidumbre. Del 2005 en adelante, con los subsidios poco racionales otorgados por la Bachelet, los arribistas de antaño lloran porque los tratan como el bocadillo del emparedado, que ellos ayudan a preparar con sus impuestos, pero que al final sólo lo disfrutan los otros dos estratos sociales: uno gracias a su dinero y las leyes que les permiten pagar bajos sueldos; el otro, por el apuntalamiento monetario que le entrega la administración política de turno.

En Chile nunca ha existido una auténtica clase media. Siempre hemos tenido dos instancias: el pueblo y quienes los dominan. Y los últimos, se han valido de esta subdivisión artificial que ha caracterizado a los treinta años más recientes de nuestra historia, para mantener su poder y su estructura abusiva. La desprolijidad conque la Concertación trató la injusticia social en la década de 1990, donde el chorreo del neoliberalismo sólo ensució las pocas prendas de vestir a las que pueden acceder los chilenos, ayudó a consolidar este paragima. Y las regalías clientelistas y escasamente reflexivas repartidas por Bachelet, terminaron por edificar el muro que faltaba entre dos supuestos arquetipos que, finalmente, sólo son representantes del mismo pueblo raso. Con matices, desde luego; pero con la misma condición de oprimidos.

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