jueves, 27 de agosto de 2009

Élite o Simple Oligarquía

El sólo origen del galicismo élite, retrotrae a todo lo que uno entiende o ha escuchado sobre la histórica cultura de la alta sociedad francesa, que parte desde la formación de su emblemática monarquía absoluta y perdura hasta hoy. Y en esa contextualización, se incluyen hasta las caricaturas y los estereotipos. Como dicha cultura se consolidó en el Renacimiento, podemos expandir su significado, otorgando eso sí unas mínimas concesiones, a los demás países del centro y sur de Europa que florecieron intelectual y artísticamente hablando en aquella época, como la Península Italiana y, hasta cierto punto, Alemania, Inglaterra o Suiza. En cambio, el sentido del término no es extrapolable a la Península Ibérica, porque allí las clases más acomodadas, si bien mostraron una importante y sincera preocupación por el gusto estético, mantuvieron un relativo aislamiento con el resto del continente, que en el caso de España, derivó hacia un vínculo de extrema subyugación con la iglesia católica, y todo su aparato inquisidor, que por motivos obvios y que no es necesario detallar aquí, frena el interés por comprender las obras de arte. De ahí que en ese lugar sea más adecuado hablar de pléyade, el equivalente en lengua española para élite.

Con la Ilustración -y su consecuencia política más inmediata, la Revolución Francesa- el término élite se popularizó en todo el mundo, siendo utilizado amplia y descuidadamente en territorios donde no se conocía su mística original ni se pensaba averiguar al respecto. En América Latina, los sectores más pudientes, siempre interesados en resaltar su lejano abolengo europeo, y acaso acomplejados por tener el infortunio de haber nacido en una tierra plagada de indígenas hieréticos que jamás se han preocupado de admirar una ópera o un tratado filosófico de Descartes, no tardaron en adoptar el vocablo como autónimo, lo cual les permitió adquirir, de paso y de manera poco consciente, un eufemismo que podían emplear cuando algún revoltoso de ésos que proclaman la justicia social les recordaran lo que en realidad eran: una hermética -tanto en sentido cultural como social- y tiránica oligarquía. Sin embargo, las contradicciones entre la élite verdadera y la autoproclamada, saltan a la vista. En Europa, este grupo socio-cultural, y hasta cierto punto socio-político, ha desarrollado una refinación estética que no sólo le permite disfrutar de una obra artística, sino también asimilarla y aprender y aprehender de ella. En el intertanto, también asimila a su creador, que muchas veces proviene de un núcleo social distinto, por último en condiciones de mecenazgo. Se da entonces una relación de beneficio mutuo, donde el autor encuentra seguridad para continuar su trabajo, mientras su protector ensancha su capacidad de reconocer y aceptar una obra nueva y diferente, sin armar escándalos de índole moralina. Además, estamos frente a piezas inéditas y artistas originales, lo cual equivale a decir impredecibles y que no se amoldan a los cánones establecidos. Personas que pueden sacar algo sorprendente prácticamente desde la nada.

Diametralmente opuesto a la actitud de sus "homónimos" latinoamericanos, que gastan su dinero no en comprar las creaciones de sus connacionales, sino en viajar a Europa para suspirar a los pies de la Tour Eiffel o junto a las esculturas de Joan Miró. Se toman fotos y, más como un recuerdo de turista que otra cosa, adquieren réplicas de pinturas famosas, porque las han visto en los folletos de viajes, en los reportajes de la televisión pagada o en las láminas que profesores con la misma mentalidad que ellos les dieron a mostrar en sus colegios exclusivos. No se percatan que uno u otro perteneció a tal o cual movimiento, como por nombrar el clasicismo, el romanticismo, el dadaísmo y el surrealismo. Siendo que sus "pares" del Viejo Continente, son capaces hasta de recibir a los críticos de arte para dejarse enseñar por ellos. Acá ni hablar de aprendizaje, más encima con pastiches copiados a veces sobre hojas de papel. El único fin es aparentar sobre la última visita al
Louvre ante los vecinos y amigos, colgando los cuadros en la pared.

No pretendo resucitar la manida monserga de que miramos mucho a Europa sin darnos cuenta de que somos mestizos de pelo lacio y pómulos altos. De hecho, esa es una actitud chauvinista y alienante, oculta debajo de un supuesto paradigma ideológico, que le ha hecho mucho daño a América Latina. Me refiero aquí al error que se comete al llamar a nuestra rancia oligarquía como élite, cuando sigue siendo el mismo puñado de familias que dominan la economía y hacen todo lo posible, incluso el día de hoy, por entrampar la movilidad social. No aceptan lo que viene de fuera, salvo bajo las condiciones explicadas en el párrafo anterior, y su supuesto gusto estético es una enorme aunque muy bien disfrazada farsa. De hecho, una de sus actitudes ha sido imponer lo externo como forma de anular las propuestas autóctonas y por su intermedio, neutralizar a los que cuestionan su excesivo poder. Una conducta política que afecta a lo cultural, porque con sectores que históricamente han contado con facultades omníbodas, nadie se salva.

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