jueves, 20 de agosto de 2009

El Burdo Amor a la Patria

Si analizamos su etimología, ya tenemos que el concepto de "patria", puede entenderse, de manera inequívoca, como una imposición superior a cargo de un ser que, debido a los rasgos de nuestra personalidad, está obligado a colocarse por encima de nosotros, y dictar desde su testera una serie de normas imprescindibles para que nos vaya bien en la vida, entendida esa frase como un conjunto de aspectos que, de acuerdo a los cánones establecidos por la sociedad de consumo y la llamada civilización cristiana occidental, nos tendrán que conducir al siempre asequible y bien ganado éxito. En esa relación, en consecuencia, quedamos reducidos a niños inexpertos cuya conducta debe ser moldeada, modificada y enrielada.

Por lo mismo, como buenos vástagos en un lugar donde sólo hay espacio para el modelo familiar ideal, debemos sentir amor por la patria. Por ese concepto abstracto que en términos más simples se circunscribe al país o Estado en el qe nacimos y/o vivimos, pues él nos ha dado la existencia y ahora nos cobija sin, al menos en apariencia, solicitar algo a cambio. Pero que, en una definición más amplia, incluye un territorio, una serie de símbolos artísticos representativos -bandera, escudo, himno, escarpela-, una historia común a sus habitantes y un acerbo cultural que en su sentido más elemental responde al significado del término "folclor". Todos estos componentes, que antes de ser unidos o simplemente mezclados se transforman en valores, al final conforman, o pretenden conformar, una suerte de identidad gregaria que se ofrece como un obsequio sorpresivo y a la vez grato al individuo, más que nada porque nunca lo pidió o pensó en pedirlo. Sin embargo, el receptor está obligado a recibirlo, no porque se trata de una conducta de buena crianza, sino mucho más que eso: negarse a aceptar el regalo lo convierte en, de acuerdo al paradigma que domine a una cierta época y a una determinada sociedad, un maligno, un delicuente o un desadaptado. Es la idea de devoción filial en su versión más básica y conservadora: tu padre te alimenta, te viste y te permite dormir en tu casa; por último, te engendró y te otorgó un apellido y un linaje: por lo mismo, debes respetarlo de forma incuestionable aunque sea un ogro imposible de aguantar... eso es la demostración más pura del amor.

Eso hace que la patria se asocie a fuerzas que en el imaginario público presentan características represoras, como los militares. De hecho, defender o servir a la patria siempre o casi siempre es asociado con participar en una guerra, sin esperar compensación a cambio, sólo por venerar a un paño de género o a una canción. Y eso, aunque la conflagración sea civil. Esto es más patente en Estados más jóvenes, como los que se constituyeron a partir de las grandes oleadas colonizadoras de los siglos XVI y XIX. Por cierto, que en esta situación se hallan los países latinoamericanos y africanos, como asimismo algunos del Medio Oriente. Pero también, naciones del llamado primer mundo, como Canadá y Estados Unidos: especialmente es emblemático el caso de este último, cuya condición de potencia hegemónica se ha solventado en base a contar con el ejército más poderoso a nivel internacional. En el contexto específico de América Latina -me limitaré al ejemplo que, por motivos obvios, nos es más cercano-, el concepto de patria, en cada territorio particular, ha sido envasado por una oligarquía tradicional y tradicionalista, a la cual no le alcanza para ser denominada élite, y que ha expandido el radio de influencia de tal concepción, mediante el yugo autoritario, personificado en las fuerzas armadas locales. Dicha oligarquía ha establecido las "tradiciones" patrióticas y ha demarcado las fronteras de acuerdo a su conveniencia, teniendo la opción de montar un enfrentamiento bélico con algún vecino, y de ese modo insuflar de tarde en tarde el sentimiento nacionalista. Por su parte, las expresiones propia de estratos sociales más bajos o de culturas no oficiales, producto justamente de este actuar, permanecen en constante conflicto con la autoridad, la cual siempre ha buscado anularlas parcial o totalmente.

En conclusión, como se trata de países jóvenes con un origen un tanto difuso, los altos mandos pretenden cohesionar a sus gobernados a través de la uniformidad y el despotismo. Sin embargo, si vamos a aquellos territorios con más historia y que sí han conformado un auténtico Estado nacional -Europa, Lejano Oriente-, tenemos que todos ellos se reconocen como entidades multiculturales, a veces sin un núcleo común reconocible a primera vista, y donde campean ampliamente el federalismo y el regionalismo ( en muchas ocasiones, la autoridad local tiene más capacidad de actuación que la central). En tales sitios, la idea de patria se ha formado a partir del pueblo, quien ha definido a lo largo de siglos los aspectos de cada idiosincrasia específica, los cuales están perfectamente aunados. Incluso, en algunas partes pueden existir varias identidades coexistiendo o confluyendo mutuamente, llegando hasta a ser interdependientes entre sí, sin por eso perder sus peculiaridades. Y a pesar de tal multilateralismo, son capaces de crear cosas como la Unión Europea, un verdadero Estado colectivo que se maneja con el concepto de los organismos internacionales, pero que se ha transformado, de una entidad diplomática a una política. Más aún: en muchos de estos países, los símbolos patrios son anónimos, porque fueron creados de manera conjunta por todos y cada uno de sus componentes. Y los que ostentan autor conocido, como La Marsellesa, se ganaron el sitial porque por diversas circunstancias acabaron masificándose entre el pueblo. Por lo mismo, concluyo afirmando que el amor real, ése que no es servil y que no se impone por el temor, es el amor al pueblo; no a la patria.

No hay comentarios: