miércoles, 3 de junio de 2009

La Canción del Matador

Antes que nada, quiero sumarme a los millones de aficionados al fútbol que aún le dan las gracias a Marcelo Salas por el impagable aporte que le dio al balompié mundial. No soy hincha de la Universidad de Chile ni de Colo Colo, ni de ningún club calificado de "grande", y me parece que la disputa de las barras bravas es una versión con vino en caja del fanatismo religioso. Salas fue un futbolista chileno y basta. Por eso se le recordará.

No es, sin embargo, sobre el deporte que quiero centrar este artículo. Sino, sobre un asunto que indirectamente involucra a Salas: su apodo de "Matador", otorgado a raíz de la canción homónima, de Los Fabulosos Cadillac, banda argentina de la cual he coleccionado varios álbumes. El éxito de aquel tema coincidió con la explosión del jugador en la liga local, lo cual impulsó a la siempre apasionada prensa deportiva -que se rige por cánones distintos a los de sus colegas de otras áreas- a bautizarlo con el sobrenombre ya mencionado. Bien por la música, pues hizo que el público común conociera a un grupo que ya tenía una fama ganada en varios países de América Latina así como en el movimiento subterráneo chileno. No obstante, lo que yo pretendo es utilizar este opúsculo para reflexionar sobre una pregunta que nos hacemos siempre los melómanos y en general, los consumidores más ávidos de música: ¿ cómo es que una pieza determinada, cuyo primer destino era transformarse en otro single promocional, empero se arraiga en la memoria colectiva y después se resiste al paso del tiempo? Espero encontrar respuestas satisfactorias, para mí y para mis lectores.

Para empezar, consideremos ese asunto de la trayectoria: los LFC ya era muy respetados en el universo alternativo, en casi todos los países de habla hispana. Pero para 1994, habían empezado a pensar en grande y decidido salir de su círculo habitual, asumiendo todas las ventajas e inconvenientes que ello supone. Eso se tradujo en lanzar un álbum recopilatorio, "Vasos Vacíos", que incluía dos canciones inéditas: la archiconocida "Matador" y "Quinto Centenario". El primer tema apareció como sencillo inicial. Su estructura lo predestinaba a hacerse famoso: comienza con un breve y violento golpe instrumental, para de inmediato hacer entrar la orquestación y, sólo un instante después, partir con el texto. El ritmo es sostenido pero, impulsado por la letra, tiende a registrar quiebres y cambios que no afectan, o no parecen afectar, para nada su progresión. Cuando uno baila estas melodías -que es otro factor en favor de su trascendencia- no percibe tales fracturas, pero sí las nota el que escucha reposadamente el tema, y le genera un interés por saber lo que viene más adelante, enganche similar al de los filmes policiales. Si tomamos en cuenta que hoy, producto del auge tanto de las discotecas como de los sistema de registro, un ciudadano pedestre conoce una melodía prácticamente de las dos maneras antes mencionadas a la vez, que ésta se pueda adaptar a ambas sin crear una variante específica, asegura su presencia en todos los lugares posibles. Pero más tarde, aún quedan otras características capaces de actuar como complemento. "Matador", cuenta con una música festiva, propia de los argentinos, sosteniendo una letra melancólica, que poco a poco va adquiriendo características épicas. El factor dramático fue clave para el éxito de la pieza en Chile, donde somos asiduos a dicho estilo, pues nos parece cercano a la poesía. Además, justo en un momento de máxima tensión, los LFC se toman la molestia de mencionar a Víctor Jara, lo que posibilitó que fuese una de las escasas canciones extranjeras que por estos pagos se ha transformado en parte de la cultura popular. Finalmente, cuando parece que todo va a acabar, se recomienza para dar paso a un epílogo lapidario que se transforma en una perfecta síntesis de la melodía completa. Si se dan cuenta, los temas nacionales que también han traspuesto la barrera del tiempo, al menos en el pop musical, confróntese "Todos Juntos", "El Baile de los Que Sobran", "Lejos del Amor", e incluso "El Hombre Que Yo Amo", cuentan con tales características. Se exceptúan algunos, no todos, de Violeta Parra y del ya citado Jara, pero ahí la trascendencia corre por parte del músico en general, no se de sus canciones tomadas individualmente.

Desde luego, lo tratado por el texto, una letra de protesta social inserta en una música bailable, no deja de ser menos importante. Se halla de una guerrilla vinculada a la delincuencia común, ésa del barrio, que no le hace daño a sus semejantes, incluso les regala parte del botín. Un tópico muy común en América Latina que va desde el simple flaite ( o chorro en Argentina) hasta un capo del narcotráfico del tipo Pablo Escobar. Por otra parte, lo escrito acertó muy con la situación política que por entonces vivía el país trasandino, que aún no se recuperaba de la crisis económica de 1989 y ya estaba cayendo en otra; y donde, en los barrios populares, la policía era autorizada para aplicar su tristemente célebre política de "gatillo fácil" contra todo lo que oliera a maleante. El acompañamiento musical era el propio de LFC, pero respondía a un ritmo, variación del punk y el ska, que en Argentina se conoce como murga, muy tocado en las fiestas populares, en especial en las juveniles. Finalmente, la guinda de la torta, la colocan los tonos dramáticos de la voz de Vicentico, que son parte de las lágrimas del pueblo latinoamericano, desde el bolero hacia adelante: métanse a cualquier cantina y lo comprobarán.

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