miércoles, 10 de junio de 2009

Cuba No Quiere Ser Sobrino

Bien digna de análisis la última decisión que ha tomado la OEA. Con el levantamiento de las causales que terminaron en la expulsión de Cuba, le pasa la pelota de la reconciliación a las autoridades de la isla, diciéndole que el pasado ya ha sido superado y que no habrán nuevas rencillas de aquí en adelante. El organismo interamericano extiende la mano con arrepentimiento sincero y ofrece una invitación aparentemente incondicional. Mientras los hermanos Castro se dejan derrogar como novias pretendidas y pretenciosas. El mayor, Fidel, reducido a un líder espiritual con jubilación dorada, asegura no mostrar interés por la situación. El menor, Raúl, quien gobierna en la actualidad, ha optado por la mesura y su respuesta a la oferta, en primera instancia, parece no ser positiva, pero tampoco manifiesta un rechazo absoluto: cual cliente tentado por un insistente vendedor, concluye diciendo: "lo voy a pensar".

La salida forzada de Cuba de la Organización de Estados Americanos, en 1960, trajo consecuencias contraproducentes para el sentido original que tenía esa determinación. Por un lado, obligó a la revolución, ya consolidada en el poder, a pactar con la Unión Soviética y convertirse definitivamente al comunismo, algo que en sus génesis no pretendía. De hecho, si bien es cierto que varios barbudos estaban afiliados al partido comunista cubano, actuaban de manera absolutamente autónoma, pues esa colectividad, al igual que el resto de sus correligionarios latinoamericanos, tenía la ilusión de acceder al gobierno por la vía electoral y no a través de la lucha armada. Por otra parte, confirmó que la mencionada OEA no era más que una estrategia diseñada por Estados Unidos para confirmar la subordinación de los países ubicados al sur de su territorio, consolidando dos imágenes caricaturescas pero asertivas a la hora de describir esa peculiar relación: el calificativo de "sobrinos" para los pueblos meridionales respecto a la potencia del norte, y la simbiosis, ya establecida a nivel institucional, entre los conceptos "americano" y "estadounidense". Desde ahí, además, se ha acuñado la frase "la OEA no sirve para nada", en el sentido de que el organismo ha sido incapaz de frenar la incontable sucuencia de golpes y gobiernos dictatoriales que han acaecido tras su fundación; en muchos de los cuales, por cierto, se han visto involucrados de maniera abierta o solapada los propios EUA. La historia no desmiente el carácter lapidario de esa sentencia: aparte de la entrega de becas y del intercambio cultural, la OEA nunca ha demostrado algún peso político, y sus dos intervenciones en dicho campo han sido la ya revisada desafiliación de Cuba y la pacificación de la llamada "Guerra del Fútbol", un conflicto fronterizo que Honduras y El Salvdor sostuvieron en 1969; tal vez, porque era el colmo de los absurdos que dos países se enfrascasen en una guerra nombrada con tal deporte.

El próximo paso, por una cuestión lógica, será, de todas maneras, el regreso de Cuba a la continental. Le han lanzado el guante y por una cosa de sana convivencia tarde o temprano se verá obligada a recogerlo. Además, la isla siempre ha reclamado que su precaria situación económica, al menos después del colapso de la Unión Soviética, es una consecuencia del aislamiento al que ha sido sometida por las presiones de Estados Unidos. Sin embargo, esa vuelta al seno no puede estar condicionada al hecho de que Cuba se convierta en un sobrino más. Si, por ejemplo, los Castro tomaran la decisión inmediatamente o en el corto plazo, el resto de los miembros les recriminaría la conservación del sistema político, social y económico socialista, al que consideran incompatible con la democracia: la isla, por ende, viviría una situación de permanente hostilidad, cercana al matonaje escolar. Si por el contrario, se opta por un análisis sesudo, propio de la planificación centralizada, el paso del tiempo permitirá jugar con la impaciencia de los integrantes de la OEA, y allanar el camino para contraponer condiciones. De este modo, la incorporación de la ínsula se efectuará de una forma que satisfaga con total plenitud a ambas partes, respetando las realidades de uno y otro bando. No es una idea impracticable: recordemos que el mandato de Raúl Castro ya ha puesto en marcha ciertas reformas de tipo capitalista y liberalista sobre la población.

La OEA se ha querido regir desde sus orígenes por una utopía tan poco realista como las que motivaron los movimientos guerrilleros latinoamericanos: la ausencia de gobiernos autoritarios entre sus estados componentes. Ningún organismo internacional ha logrado esa meta, ni siquiera la ONU. El único que intentó hacerlo de manera drástica y radical -castigando, por ejemplo, a sus integrantes díscolos- fue la Liga de las Naciones, que ya sabemos sucumbió ante la Segunda Guerra Mundial. La Unión Europea no vale como punto de referencia, pues no se trata de una organización, sino de una suerte de macro Estado, que aunque tenga elecciones periódicas, federales, nacionales y regionales, no se ha librado de los regímenes personalistas ni de las tendencias xenófobas, que constituyen una muestra de tiranía, ya que son susceptibles a sobrepasar los derechos humanos. Sí, las asociaciones comunitarias puede reducir los actos arbitrarios al mínimo, asegurando mayor participación ciudadana y libertad de expresión, dos elementos, entre otros, vitales para sustentar una democracia. Lamentablemente, si repasamos un poco la historia de América Latina, nos damos cuenta del prontuario negativo de la OEA en este sentido, que en su momento acusó a Fidel de dictador; pero pasó por alto los atropellos cometidos por los incontables regímenes militares que asolaron el subcontinente. Cuando echó a Cuba de su seno, lo que el organismo debió decir en su defensa, es que no querá sistemas marxistas, no que no aceptaba legislaturas autoritarias.

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