lunes, 29 de junio de 2009

Honduras o Los Distintos Usos de la Fuerza

Es curioso el caso de Manuel Zelaya, el por ahora depuesto presidente de Honduras. Es líder del centroderechista Partido Liberal, que en un balotaje hace cuatro años, le arrebató la primera magistratura a sus archirrivales conservadores. Sin embargo, a poco andar su gobierno se fue acercando, de manera diplomática y comercial, a los recientes ensayos de izquierda radical en América Latina, léase Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua o El Salvador. Lo hizo como un intento para superar el estancamiento económico y la desigualdad social de su país, problemas que, justamente gracias a dichas alianzas estratégicas, estaba superando con creces. No nos debiera extrañar esta suerte de pragmatismo político en sentido inverso, si consideramos que, por ejemplo en Alemania, Angela Merkel conformó un gabinete de coalición con los socialdemócratas, o que en Francia, Nicolás Sarkozy nombró ministros a varios dirigentes de izquierda, previa renuncia eso sí, a sus colectividades de origen. Por lo demás, el liberalismo latinoamericano ha sido caldo de cultivo para la aparición de caudillos y movimientos populares que han terminado de la misma forma que todo aquel que se opone a las oligarquías locales: exterminados o en el exilio.

Tal vez por eso, es que el golpe que se fraguó en su contra contó con el apoyo de importantes elementos de la institucionalidad hondureña -el alto empresariado, la corte suprema, la iglesia católica y desde luego las cúpulas militares que lideraron la azonada-, los cuales, en todo caso, están encabezados por sujetos pertenecientes a un mismo sector social, a quienes no les produce asco sobrepasar la constitución y las leyes, cuando notan que el pueblo raso puede acceder a beneficios reservados exclusivamente para ellos, y sin salirse un ápice del marco legal. No obstante, su triunfo momentáneo se debe a un elemento extra, relacionado con el origen político y social del presidente, pues los partidos liberales a este lado del mundo, tienden a reclutar integrantes a partir de la clase media, que como en nuestros países es siempre reducida y vive, debido a las vicisitudes económicas, con el temor a caer en la pobreza, acaba convertida en lacayo de los pudientes. A los ricos de Honduras, me parece, les dolió de manera particular que uno de sus supuestos perros fieles les enrostrara sus abusos e incentivara cambios que buscasen corregir la inequidad. No se esperaban que la resistencia comenzara en sus propias narices, entre sus mozos y sirvientes. Un campesino de la sierra, como Evo Morales, es aceptable, pues sigue perteneciendo al bando enemigo y eso significa que su radio de alcance continúa siendo reucido. Pero lo hecho por Zelaya es una vil traición.

Parece, por ese factor y por otros -la pequeñez del territorio, la poca mayoría parlamentaria-, que era más fácil golpear aquí que en, por ejemplo, Venezuela o Bolivia. Sin embargo, hay que detenerse a considerar lo peligroso que resulta permitir que los militares hondureños tengan finalmente éxito. Si se abrió una compuerta, eso puede a la larga ser un incentivo para que a futuro se abran más y terminemos nuevamente inundados de regímenes tiránicos promotores de graves atropellos a los derechos humanos, que para superar las críticas, a veces sólo les basta adaptarse a cada tiempo y espacio. En tal sentido, cualquier gobernante que desagrade a ciertos grupos corre el riesgo de ser defenestrado, y sus partidarios sometidos a consejos de guerra y ejecutados masivamente. Pueden acusarme de repetir la "teoría del dominó" que utilizó Estados Unidos para justificar su intervención en Vietnam. Pero si recuerdan bien, esto fue lo que ocurrió en la América Latina de los setenta: se comenzó en Paraguay y Brasil, sitios ambos donde los golpistas mantuvieron abiertos los respectivos congresos, decisión que a la postre demostró ser un eficiente escudo contra la protesta internacional, aunque no todas las ideologías podían estar representadas en dichas asambleas. Y no nos olvidemos que algunas dictaduras, como la de Velasco Alvarado en Perú o la de Jorge Videla en Argentina, en un principio fueron respaldades por socialistas y comunistas.

Por lo mismo, desde esta modesta columna, y aún sin la certeza de que alguien me lea, llamo a sacar el gobierno inconstitucional que se ha organizado en Honduras, y reponer al presidente democráticamente elegido. Estrangúlenlo de todas las maneras posibles, desde el desconocimiento diplomático hasta el bloqueo económico. Y si esa espúrea regencia aún permanece en pie, entonces no quedará otra alternativa que recurrir al uso de la fuerza. Incluso sin Estados Unidos al frente, los demás gobiernos latinoamericanos puden constituir un ejército de invasión. Tienen a favor el hecho de que los norteamericanos también condenaron el golpe, aunque fuese de manera tardía. Por todos los medio, hay que impedir que los militares hondureños tengan éxito. Porque, aunque hayan nombrado un mandante civil, que hasta ayer era presidente del senado, quien además anunció que respetará el calendario trazado por la constitución ( en noviembre se deben celebrar elecciones generales en el país), lo acaecido genera un muy nocivo precedente.

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