miércoles, 8 de julio de 2009

Los Pantalones de Piñera

Se dice -porque está en la misma definición del término- que el conservador es quien retiene, ya sea las costumbres ancestrales de su país, el patrimonio económico de los individuos, o lo que se suele llamar, dependiendo de la intención del opinante, los "valores tradicionales" o "espíritu religioso". También, aseguran otros, mantiene sus emociones y sentimientos personales hacia los demás, sean éstos positivos o negativos, lo que en la práctica, se traduce que estos sujetos, a pesar de su supuesta formación basada en principios cristianos, guardan rencor por tiempo más prolongado hacia alguien, y por lo mismo, son más perseverantes a la hora, por ejemplo, de llevar adelante acusaciones judiciales contra quienes consideran sus enemigos, no descansando hasta verlos derrotados y humillados en el fango, para lo cual, son capaces de valerse de artimañas que pueden estar incluso al filo de la legalidad.

Pues bien. Tales conservadores, que nunca se limpian la sangre del ojo, son quienes hoy sostienen la candidatura derechista de Sebastián Piñera, un acaudalado empresario -más bien habría que decir especulador financiero- de manifiesta opinión liberal en ciertos temas en donde sus aliados, muy por el contrario, presentan un discurso intransigente, como la anticoncepción, el aborto, cuando menos en casos puntuales, o la tolerancia a la homosexualidad. Todo, conducido por un camino donde reinan la armonía y la reconciliación. Pues en el pasado, el ala más dura de la derecha chilena -que es más abundante y tiene un alto poder económico- nunca se tragó las propuestas de este magnate que sentían mostraba una postura abiertamente confrontacional, no hacia ellos, sino contra la idea del bien. Les parecía un advenedizo en el sector social que siempre han representado los conservadores, que no le agradecía a los dioses por las bendiciones que éstos le habían brindado. Y para demostrarle cuán airados estaban los seres superiores -y naturalmente, después ellos-, le hicieron todo tipo de zancadillas en su carrera política, que, producto de tales reveses, ha estado más llena de fracasos que de satisfacciones. Le arrebataron su liderazgo consuetudinario en la derecha, cuando difundieron por un canal de televisión sus conversaciones privadas; luego, tras situaciones bochornosas, lo despojaron de su plaza en el Senado, de una antigua candidatura presidencial ( la de 1999) y de la propia presidencia de su partido, Renovación Nacional: lo curioso, es que en todos estos actos han convencido a cercanos suyos, hasta entonces leales e incondicionales, para sacarlo de la jugada. Recién en 2005, pudo levantar una postulación a la primera magistratura, independiente de la del abanderado "oficial", de su sector político, el UDI, tan conservador como frívolo y populista, Joaquín Lavín. Pero era una intentona que estaba condenada a la derrota, al dividir a sus eventuales votantes, y además, de un tipo que entonces no ostentaba cargo público alguno, y que también sabía -e igualmente estaban conscientes sus adversarios-, que tampoco lo iba a ocupar después de la aventura.

Ahora es la punta de lanza de una opción que cuenta con bastantes, aunque no definitivas, posibilidades de ganar. Y lo hace reiterando sus convicciones liberales que lo diferencian de varios de sus actuales aliados, pero que en el pasado fueron sus más enconados enemigos, y que tampoco han variado sus posiciones. Cabe preguntarse si, de ganar la elección presidencial, esta aparente calma continuará funcionando. Lo más probable es que no. Los conservadores a ultranza, como socio que espera la firma del contrato para sacar las garras, una vez instalados en el gobierno, de seguro le demostrarán a su líder que son más y empuñarán su mano, no para gritar "hasta la victoria siempre", sino para amenazar con golpes al triunfador. Entonces Piñera volverá a ser el mismo de siempre: un mozo de los matones que le ordenarán colocar su visión del mundo sobre la mesa y en las políticas públicas. Trabajará para ellos, y se bajará los pantalones cuando ellos quieran. No puede ser de otro modo, tratándose de un millonario que hizo su fortuna mediante las operaciones de bolsa: siempre va tras el dinero, como el policía tras el delincuente. Y sus asesores más recalcitrantes manejan buena parte del poder económico y en consecuencia, poseen mucho dinero, que siempre están dispuestos a regalarle a quien se genuflecte enfrente de ellos, porque, ya lo acordamos, eso equivale a rendirle pleitesía a los dioses.

Se necesita más que una abundante cantidad de recursos propios para convencer a una montonera con mentalidad de rapiña. A veces, ni siquiera es suficiente el liderazgo. Piñera podrá pensar relativamente distinto a quienes tiene detrás, y su oferta en tal sentido puede ser honesta y bienintencionada. Pero es ingenuo imaginar que de golpe y porrazo transformará las mentes de la mayoría de sus subalternos. Menos, que ya haya apaciguado las ansias de algunos. Incluso, el actuar del empresario genera un conflicto de intereses con quienes lo respaldan, y esas desaveniencias se solucionan, al menos en el ámbito de la derecha, del modo que concilie los deseos de ambas partes, de tal manera que permita realizarlos por completo, sin importar si un tercero que no participó en la negociación sale finalmente perjudicado. Y el arreglo más conveniente para todos los involucrados, es que Piñera ceda y termine, por enésima vez, bajándose los pantalones. Después de todo, siempre obtiene un premio cuando lo hace, al igual que los perros de Pavlov. Aunque sea el pueblo chileno quien, a la larga, deba padecer por sus concesiones.

No hay comentarios: