miércoles, 22 de julio de 2009

Un Problema de Salud y Basta

En vísperas de una elección presidencial, cuando se torna imprescindible discutir el estilo de gobierno que nos conviene para los próximos cuatro años, y la innumerable serie de cuestiones anexas que aquello significa, en los marcos político, económico, cultural, social, diplomático y un largo etcétera; en definitiva, cuando tenemos que definir el rumbo del país y por consiguiente, de cada uno de sus habitantes e incluso de los connacionales residentes en el extranjero: resulta que las dos coaliciones más fuertes, las que están llamadas a tomar la iniciativa en las incógnitas aquí mencionadas; reducen todo el debate a una misérrima píldora. Más encima, creada para el día posterior. Pues, el amasijo que se ha elaborado en torno a la pastilla post coital, tiene menos de seriedad que de frivolidad y evasión. Y por cierto, con el respeto que merecen las distintas posturas en derredor del mentado fármaco, así como quienes se beneficiarían con su libre circulación; la verdad es que a la postre, este tema significa un escaso por no decir nulo aporte al desarrollo futuro de la nación.

Ahora, si me quedo en el párrafo que escribí inmediatamente arriba, muchos interpretarán que yo me adhiero al discurso de los grupos más reaccionarios, aquellos que por nada del mundo desean la liberalización de la píldora, so pretexto de que es abortiva, y entre quienes es posible descubrir a los mismo de siempre: la iglesia católica, la derecha política y algunos miembros del empresariado. Nada de eso, sino muy por el contrario: opino de esa forma porque ésta es, ante todo, una cuestión médica, y no teológica, ética o política. Y en estas situaciones, simplemente tenemos que abstenernos y dejar pasar el medicamento, pues al final, presenciamos un problema de salud pública. Su prohibición equivale a, por ejemplo, negarle las benzatinas a un enfermo de amigdalitis, o su par de antibióticos al tuberculoso, o la silla de ruedas a un lisiado. Hay un paciente que necesita de tal o cual remedio o intervención quirúrgica, y dejarlo en el pasillo, es como si se pasara por alto el juramento de Hipócrates, tan citado por los doctores. Es una negligencia, o en palabras más sencillas, un crimen, porque el que está con una anomalía puede fallecer o puede quedar con secuelas físicas o mentales por el resto de su vida, lo cual, al término de la jornada, es casi lo mismo, porque es un ciudadano que, producto de una patología no tratada, vive mal y no disfruta de su existencia. En el caso específico de la pastilla del después, el receptor es una mujer que viene de un coito no protegido, no importa si consentido o no; pero que si no se lo trata a tiempo, puede derivar en un embarazo que, más que felicidad, la colmará de traumas. Por ende, el galeno, el farmacéutico, y después la comunidad toda, deben hacerle el bien a aquella mujer, que a fin de cuentas es la única puerta por donde debe entrar la moral. Y tal acción filantrópica pasa irremediablemente por evitar que la fémina remate encinta de algo que no se concretó en óptimas condiciones.

Los representantes más virulentos del conservadurismo y la derecha política, arguyen que introduciendo este tema en la agenda, se están dejando de lado preocupaciones más urgentes y altruistas, como el desempleo, la pobreza y la recesión económica. Sin embargo, han sido justamente ellos quienes nos tienen atragantados con este predicamento, al poner sus convicciones ideológicas por encima del sentido común, y tratando de contradecir sentencias que son producto de hallazgos empíricos. Si en realidad desean que tomemos "altura de miras" y nos aboquemos a cuestiones más significativas, entonces absténganse en este asunto que es menor y que no genera daño alguno; mejor, beneficia a un grupo de mujeres, quizá no tan grande, pero que forman parte de la masa de gobernados que confían en sus magistrados y legisladores a la hora de buscar solución para los avatares de la vida diaria. Pues, aunque sólo una persona en el territorio necesite de tal o cual ley, eso es motivo suficiente para promulgarla: de eso se trata el servicio político. Y cuando las propuestas favorecen a una minoría y no perjudican a las mayorías, lo único que cabe hacer es aprobarlas en el menor tiempo posible.

En definitiva, los detractores de la píldora deben callarse y aceptar su circulación. En ningún caso es un rechazo al debate; más aún, el supuesto debate de los más reaccionarios ha sido un pretexto para frenar la libertad de elección. Hay una serie de temas relacionados que precisan una mayor atención, como el embarazo adolescente, la protección de la infancia, la entrega de anticonceptivos, las condiciones mínimas para experimentar sexo placentero, incluso la prescripción o no del aborto en determinadas situaciones. Una persona individual entiende cuando es preciso luchar por una causa y cuando no, porque la supuesta pelea se convierte en un acto de violencia injustificada e injustificable, que puede arrastrar al caos. De igual modo las sociedades deben detenerse a reflexionar en qué momento se pasa de las discusiones enriquecedoras a los cacareos superfluos. Eso no es resignación, sino una muestra de inteligencia, condición esencial a la hora de emitir una opinión.

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