viernes, 10 de abril de 2009

El Morbo del Embarazo Adolescente

Leí un reportaje en el semanario de "The Clinic" cuya autora, Carla Celis, se sorprendía hasta el nivel del escándalo y la indignación, con el ambiguo estatus social que hoy tienen las madres adolescentes. Desde que se impide expulsar a estas muchachas por sus deslices, dicha condición ha dejado de ser un estigma negativo, para transformarse, paulatina y peligrosamente, en una garantía de superioridad y aprecio: muchas chicas ven en la preñez prematura una posibilidad de ser aceptadas y hasta veneradas en su núcleo de amigos. Naturalmente, esto es una desembocadura de varias causas: carencia afectiva, ausencia de educación sexual, conductas irresponsables propias de la edad, mayor protección por parte del Estado... todas cosas detalladas en el mentado artículo.

Hay que decirle a Carlas Celis que, más allá del aporte informativo que entrega su trabajo, sin embargo no descubrió la pólvora. La maternidad adolescente es un problema ancestral y transversal en América Latina, y de él no se salva ni el más acaudalado de los estratos sociales. Desde que las familias coloniales casaban a sus hijas antes de los quince años ( no olvidemos que en Chile, aún se puede desposar a una mujer a los trece años) con prominentes herederos que a veces las doblaban en edad, mientras las jóvenes pobres estaban obligadas a entregarse al primer gañán que las codiciara, como garantía de resguardo, hemos tenido situaciones de primogénitos cuyas progenitoras los han dado a luz antes siquiera de entrar a la pubertad. Sin contar los innumerables casos de incesto entre padre e hija, que forman parte de la cultura del continente, y guardan relación con la lealtad y la obediencia hacia los mayores. En 1996, me correspondió realizar mi seminario de síntesis pedagógica, precisamente abordando, con un grupo de compañeros, la cuestión del embarazo adolescente. Ahí, ingenuamente también nos sorprendimos al constatar cómo las chiquillas parturientas, después de la reprimenda y el castigo iniciales, eran finalmente acogidas y hasta mimadas en su entorno familiar, sobre todo en los hogares más pobres. Tener un nuevo vástago era visto como una bendición, aunque significara otra boca que alimentar, abierta, más encima, desde la deshonra.

La situación es muy sencilla: las adolescentes se embarazan porque en su círculo más cercano son infinitamente más valoradas, y eso se debe a una mentalidad, por desgracia, arraigada en el ámbito popular. Eso ha ocurrido siempre. Ahora, el hecho puntual de los últimos años, es que estos incidentes han aumentado de manera exponencial. Y una de las causas es que las chicas gorditas han venido a sumar un nuevo protector: el Estado, lo cual en todo caso es bueno. Pero es necesario detenerse en el resto de los detonantes descritos por la investigación periodística que a su vez ha motivado la redacción de esta columna, especialmente en aquel que habla de la falta de educación sexual y de la intromisión de la iglesia católica en la orientación de los estudiantes secundarios. Porque, también es preciso anotarlo, el aumento del embarazo adolescente, y de los niños en los hogares de escasos recursos, se da en una época en que en Chile disminuyen drásticamente el crecimiento demográfico y la cantidad de nacimientos. Y precisamente, cuando más los curas llaman, con una actitud imperativa, a los chilenos a engendrar más y más hijos, pues no hacerlo vendría a ser un pecado. Entonces, los grupos etáreos que debido a su insolvencia económica y a su alto nivel de riesgo son los menos aptos a la hora de criar bebés, son quienes están regulando la explosión demográfica en el país, y a su vez, devolviéndole la sonrisa a nuestros guardianaes de la moral. En consecuencia, hay que cuidar esos vientres, dejando de proporcionarles los métodos que los vuelven improductivos. Aunque los niños resultantes sean personas sin futuro, que en un lugar de un aporte serán un estorbo para la sociedad.

Desafortunadamente, este gobierno ha sido ciego y, amparado en una suerte de maternidad social, en realidad muestra su incapacidad de pararse frente a los obispos y decirles que la iglesia católica está separada del Estado desde hace ya varias décadas. Ha entregado abundantes prebendas a las mujeres embarazadas y/o con hijos, pero para las que no desean tenerlos ( que las hay y es excelente que así suceda) no existe por ejemplo un subsidio de anticonceptivos. No mencionemos la cuchufleta de la píldora del día después, porque eso al final se convirtió en un instrumento de propaganda política y los que apoyaron su distribución siempre estuvieron conscientes de ello. Además que es un método bastante inseguro, con un margen de error de hasta el cinco por ciento, por menos del uno de un anticoncepcional convencional. Nuestra presidente les habla suavemente a las madres pobres, las acaricia a ellas y a sus bebés; pero no comprende que la familia numerosa es uno de los frutos más amargos de la pobreza y la desigualdad social.

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