lunes, 13 de abril de 2009

Corín Tellado o La Necedad de Eros

Corín Tellado, la vaca sagrada de la novela rosa, falleció, ironías de la vida, en Sábado Santo. Lo bueno es que ella no resucitará. Y es de esperar que, con su deceso, descienda al pozo del olvido toda la subliteratura erotómana que escribió. No será tarea fácil, ya que este poetiso feminoide se dedicó durante toda su vida a sembrar mala hierba. Y dicen que ésa nunca muere.

En una de sus últimas entrevistas, esta seudo escritora se hinchaba de orgullo al afirmar que le había enseñado a soñar a las mujeres, en particular a las de España, para las que compuso relatos en plena dictadura de Franco. A renglón seguido, confiesa, cobardemente, que no ambientó sus novelas en la península ibérica sino en California, por temor a ser bloqueada por la censura. Un truco comercial que ella presenta como una salida ingeniosa propia de la mente femenina, lo cual el entrevistador asiente, considerando que se encuentra frente a una anciana venerada con quien ya no es posible entrar en polémica. La verdad es que es imposible analizar a la Tellado sin entenderla como un fruto que sólo podía brotar bajo la tiranía del Generalísimo, y su paradigma, si es que así se le puede llamar, autoritario y moralizante donde únicamente quedaba espacio para la patria y la iglesia católica. El apagón intelectual que caracteriza a esta clase de regímenes ( aún cuando en esos años, existieran en espacios para la difusión artística), unido al aislamiento experimentado por España, a veces buscado por el gobierno, y en otras ocasiones, impuesto por la comunidad internacional como castigo, es capaz de embobar a la gente y hacer que se conforme con poco, incluso con un sucedáneo estético. Y esta complacencia afectó mayormente a las mujeres, que debido a las características del franquismo y las costumbres ancestrales de la mojigata España, se vieron bastante más restringidas. Por lo que no tardaron en rendirse ante novelones que narraban las desdichas de bellas jóvenes que sufrían por el desamor ( palabra que algunas, equivocadamente, leen como "machismo"), pero que a la vuelta de página encontraban al príncipe viril que satisfacía hasta sus más ocultas pasiones - y no me refiero solamente al plano sexual-, para finalmente desposarlas y llevárselas a una mansión de ensueño, muy cerca de Hollywood. Qué más se podía esperar, si habían crecido en un sistema donde sus únicas aspiraciones debían ser el matrimonio y la maternidad ojalá abundante; y desconocían otra forma de vida. Y los muchachones que se adueñaron de su ser, eran obreros sudorosos de bajos salarios cuya preocupación casi exclusiva era el mantenimiento económico de la casa, que era cualquier cosa menos un palacio acogedor, porque en esos tiempos era muy difícil surgir.

De España estas narraciones se expandieron por el mundo y sirvieron de motivación a otras bobaliconas que, con el hecho de leerlas a escondidas en los baños de su colegio de monjas, creían que habían flanqueado la barrera y se encontraban en los vastos y divertidos dominios de la rebeldía. Todas se sintieron en la cima de la transgresión y se quedaron ahí. Y se casaron, tuvieron hijos y siguieron soñando despiertas, imaginando estar en un cuento de hadas. Porque Corín Tellado las ayudó a soñar pero no a pensar. Más bien, la ensoñación sustituyó al uso correcto del cerebro. Porque en estricto rigor, esta avalancha de erotomanía es el equivalente al chico púber que se masturba con los calendarios que incluyen fotografías de modelos desnudas en su reverso. Un comportamiento que también se desarrolla a puertas cerradas. Con la diferencia que el otro es aceptado socialmente, tal vez por esa idea de que la mujer es más delicada, más sensible: lo que significa que es más igonorante y más tonta. O que ya no adquirió la capacidad de comprender a Anaís Nin, a Simone de Beauvoir o a Gabriela Mistral, escritoras que sí dignifican al género.

Necia cosa es Eros, decía el estudiante de "El Ruiseñor y la Rosa", ese estupendo cuento de Oscar Wilde. Y es la estulticia el personaje principal de los novelones no sólo de Corín Tellado, sino también de la caterva de discípulas que le han seguido, las cuales se niegan a reconocerla como madre. Me refiero a los esperpentos como Isabel Allende, Laura Esquivel o Marcela Serrano, que más encima tienen la desfachatez de presentarse como literatas refinadas e ideológicamnete comprometidas. La española aportó su granito de arena a la liberación femenina, al parecer. Sin embargo, mi recomendación para las mujeres es ésta: que escudriñen los viejos y polvorientos anaqueles donde se guardan los libros de verdad, y de una vez por todas se pongan realmente a leer. Dejen de esperar a Eros, que a fin de cuentas su flecha no atraviesa el corazón, sino el cerebro.

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