miércoles, 22 de abril de 2009

Aerolíneas Incienso

Nuestros canales de televisión, como es su costumbre, se han escandalizado al unísono con un nuevo y peligroso hallazgo, que como suele ocurrir en estos casos, ya tenía una buena raigambre en la cultura nacional. Se trata de un adictivo sintético, sucedáneo de la marihuana, pero cuyo potencial es cuatro veces mayor, lo que repercute en los efectos que produce en el organismo, considerando tanto los deseables como los colaterales. La gracia es que, demostrando las costumbres que existen en este país, se vende en tiendas convencionales con el eufemístico nombre de incienso, lo cual le ha dado una válvula de escape al morbo que siempre llevan los investigadores periodísticos, y que como casi siempre, le ha reportado resultados positivos. Porque sus chillones reportajes han obtenido alta sintonía y además, han logrado mover a las autoridades del rubro en aras de una nueva prohibición, que se suma a la extensa lista de las que afectan a los estupefacientes.

Prohibición con la cual, en todo caso, estoy de acuerdo. Si se ha de consumir alguna droga -reduciendo el uso de esta palabra al conjunto de sustancias que un cierto grupo de la sociedad considera ilícitas-, que sea hierba natural y sin aditivos, porque los químicos sí que pueden dañar al cuerpo. Pero analicemos el caso punto por punto. Los reporteros alegan que incluso en Holanda, donde el cáñamo y otras plantas son legales, esta sustancia de laboratorio está proscrita. Misma línea que han seguido países donde el consumo de marihuana es tolerado o al menos, no se considera la figura del micro traficante, como Alemania o Francia. Sin embrago en Chile, donde el canabinol está colocado en la lista de máxima peligrosidad, una amenaza que lo cuadruplica en ese mismo ítem circula como un inofensivo y relajante aromático. Y muchos se preguntan por qué acontece esto, y dan palos de ciego contra el gobierno y las instituciones encargadas del tema. Ignoran que la respuesta se halla más cerca de lo que creen. Porque ha sido la propia actitud del ente público, prolija a la hora de restringir, pero incapaz de anteponer la verdad científica por delante de sus motivaciones, la cual ha dado pie a ironías como ésta. Todos sabemos que con la criminalización no se soluciona ningún problema. Pero, si a eso le agregamos la imposición por ley de la testarudez estúpida, entonces es momento de volver a casa y dejar que bocazas vocifere solo. Y eso es lo que ocurre hoy, con un gobierno empecinado en calificar a la canabis como droga de máximo riesgo, cuando todos y todos le dicen lo contrario, apoyados en buenas fuentes.

Por otra parte, cuando se instala una prohibición, y más cuando las consecuencias de transgredirla son altamente perjudiciales para el infractor, el asustado pero a la vez insatisfecho indiviuo siempre va a recurrir a un sucedáneo. Así pasó, por ejemplo, cuando hacia 1990 se le quitaron los solventes volátiles al neoprén, que hacían estragos en niños hambrientos y pobres que no tenían dinero para adquirir sustancias de mejor calidad. Dicho cambio no vino acompañado por un programa de rehabilitación, menos por uno que los ayudara a salir de su situción social, por lo que las crisis de angustia permanecieron a la espera de un evasor que las calmase. Y a poco andar, tal solución se encontró en el tolueno, que tenía componentes similares, y era más destructivo. Se exigió eliminar entonces, del mencionado tolueno los ingredientes que lo volvieron repentinamente atractivo, de nuevo sin programas de recuperación anexos. Y la respuesta de los muchachos fue comprar bencina, un descubrimiento, desde luego, porque así ocurre con todos los sucedáneos, más dañino. De vez en cuando, nos enteramos de casos de jóvenes que fallecen por aspirar gas licuado o humo de carbón. Ante personas urgidas a ese punto, que un estupefaciente cuatroscientos por ciento superior a la marihuana, en los aspectos que causan terror hacia la planta, se venda como incienso, es sólo parte del paisaje del país, y de su tradición hipócrita.

Por cierto, que en este cinismo entran también los sicólogos que asesoran al ejecutivo alentado las prohibiciones con información amañada, cuando no derechamente falsa, presentada con la solemnidad de alguien que pasa por intelectual y se hace llamar científico. Ellos mismos, para sacar a un paciente del "flagelo de la droga", lo tratan con medicamentos de alto poder adictivo y que en ciertos casos, también funcionan como alucinógenos. Y ellos están conscientes de tales efectos, y por lo mismo prescriben tales fármacos, de nuevo en condición de sucedáneos. Porque todos sabemos que el término droga engloba a cualquier sustancia ajena al organismo que una vez ingerida, provoca cambios en la personalidad no controlados por el huésped. De ese modo, toda clase de remedios son droga. Y también saben de ello ciertas personas que buscan curar su desazón, consigo mismos y con el poder político, recurriendo a jarabes, benzodiazepinas o antidepresivos, que se venden con receta médica retenida, pero que un farmacéutico corrupto -y ya nos enteramos que sobran- les entrega como si fuese una botella en un bar, ya sea en su negocio o en el mercado negro.

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