viernes, 31 de octubre de 2008

De Presidentes y Guerras

Un dicho norteamericano asegura que siempre son los demócratas los que inician las guerras y siempre son los republicanos quienes las terminan. Es algo extraño, si se considera el prejuicio que se tiene de cada partido, al menos, en América Latina. Pero en caso alguno ajeno a la realidad: si miramos la historia, nos damos cuenta que los presidentes de la colectividad del burro - Clinton, Carter, Kennedy, Wilson...- no han abandonado la Casa Blanca sin un conflicto bélico importante a sus espaldas. Sus rivales políticos, en cambio, y con la sola excepeción de los Bush, parecen venir a encauzar estos entuertos, y así tenemos, por ejemplo, que el rabioso y oscuro Nixon retiró las tropas de Vietnam. ¿ Por qué, si se supone que son los republicanos los que recurren a la pólvora, al momento de imponer puntos de vista?

En primer lugar, es menester reiterar lo que he señalado en los artículos anteriores, en el sentido de que ambos referentes tienen un origen común, y, en el caso de sus características particulares, contradictorio con el sector de la sociedad norteamericana que representan hoy. Pero se pueden añadir otras conclusiones. A saber, que los republicanos, si aceptamos que pertenecen a un espectro político que podríamos calificar de derechista, prefieren actuar sutilmente y dar patadas bajo la mesa. De este modo, el ya mencionado Richard Nixon nunca invadió Chile para desalojar al gobierno de Salvador Allende; pero financió a grupos que contribuyeron a provocar el colapso de la UP. Otra manera de actuar, además, ha sido con invasiones rápidas, desproporcionadas si se considera la fuerza rival, que por lo mismo ocasionan cierta sensación de ambigüedad a la hora de calificarlas como enfrentamientos armados. Ronald Reagan procedió de esta forma innumerables veces durante los ochenta, ya sea interrumpiendo el proceso democrático, como en Granada, o derribando a un dictador que ya no le era confiable, como en Haití. El actor de vodevil, además, financió a la guerrilla contrainsurgente de Nicaragua, que de otro modo no habría podido mantenerse en la resistencia por más de diez años.

Si lo extrapolamos a las definiciones políticas, tenemos que las derechas tienen por costumbre actuar en silencio, hipócritamente, dando el golpe desde las sombras. El policía represor que espera pacientemente el momento propicio para abalanzarse, el conservador que no quiere llamar la atención con su vestimenta, el millonario que no hace ostentación de su dinero: son las tretas de alguien que no mete bulla, que parece inofensivo; pero que en realidad está juntando energías para cuando pueda dar el zarpazo. Actitud propia de los reaccionarios: causar miedo y, como consecuencia, inercia social. Pero también de los especuladores y los comerciantes, quienes analizan los números calmada y calladamente, para que cuando nadie se dé cuenta, consigan comprar o vender, obteniendo suculentas ganancias.

Por lo mismo, entre otras cosas, es que Bush ha sido golpeado en su popularidad por lo de Irak. Proclamó una guerra abierta, bulliciosa, en la cual los norteamericanos llevan más de cinco años enfrascados. No fue rápido - aunque en su momento afirmó lo contrario- por ende tampoco eficaz y su aventura hasta hoy ha solucionado nada, ni siquiera el terrorismo islámico. Se fue contra los dictámenes de su propio partido y perdió, como los demócratas que buscan ser sinceros jugando a la batalla con las reglas internacionales. Es eso, y no el pacifismo, lo que se rechaza actualmente en Estados Unidos: utilizar métodos prestados, en un país débil donde debíamos demostrar nuestro poderío, y resulta que nos están humillando. Créanme: Obama e incluso McCain podrán representar un cambio, pero a la hora de arreglar problemas, lo harán de la única manera que saben: desenfundando la pistola. Y al menos en ese momento, su popularidad subirá como la espuma.

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