jueves, 2 de octubre de 2008

La Reforma en Rojo

No queda sino recibir con júbilo la declaración de feriado para el 31 de octubre, como Día de las Iglesias Evangélicas. Aunque a título personal, me hubiera gustado que el calendario se marcase cada 29 de septiembre, cuando conmemoramos el Día de la Biblia, porque en una fecha como ésa, Casiodoro de Reina terminó de traducir por primera vez las Escrituras al español. Supongo que esta opción fue propuesta y después rechazada temiendo las represalias de los curas, incapaces de aceptar que el primer texto para hispanohablantes no lo imprimieron ellos. Además, tal alternativa implicaba reconocer a de Reina como el insigne traductor que fue, desarrollando su trabajo en España, Suiza y Alemania, para gran satisfacción de quienes lo requirieron. Y de paso, colocarse en el coro de los investigadores y los expertos, que consideran a la llamada Biblia del Oso como un libro clave para entender el castellano popular del siglo XVI, anterior en más de treinta años al Quijote. No, en vez de eso, se deicidió otorgar un feriado a través del cual los sacerdotes pueden espetar el manoseado recurso de que divide a los chilenos y a los cristianos, amparándose en la violencia que ocasionó la Reforma, la que por cierto, no fue provocada ni promovida por los disidentes de entonces. Pero insisto: hay que recibir con júbilo esta marca roja en el calendario, saliendo a las calles, a celebrar y a predicar.

El problema es que faltan pocos días y no existe certeza de que el día de descanso se hará efectivo. Y eso que nuestros legisladores están casi todos de acuerdo. ¿ Qué les ocurre entonces, que no estampan su firma? No vaya a ser que, desde el círculo empresarial que los apoya, el papismo esté profiriendo amenazas bajo la mesa, adviertiéndoles a algunos de nuestros parlamentarios que de aprobarse el proyecto, se les negará el financiamiento para sus campañas electorales, que además acaecerán el próximo año. No es una conjetura descabellada, en especial porque ha sido ese círculo, beato hasta la hipocresía, quien ha pedido "reflexionar" al país, insistiendo en que un feriado más equivale a un día menos de productividad; feriado -también lo han dicho- entregado a una minoría. Lo curioso de todo esto es encontarse con cartas de lectores publicadas en ciertos diarios, donde dicen desconocer a los evangélicos, que siempre han sido devotos del trabajo, y ahora parecen contradecir sus principios. Destacan que naciones como Estados Unidos, Inglaterra o Suecia, han llegado tan alto gracias al empuje de sus iglesias protestantes, que consideran un pecado el dejar de trabajar y cuyos miembros se sienten orgullosos de laborar de sol a sol. Bueno: me agrada que un católico integrista al fin nos reconozca una virtud. Pero como la intención es lo que cuenta, al menos resulta sospechoso que lo haga justo ahora, cuando el argumento favorece sus posición, recelosa de otorgarle un beneficio a los mismos que ensalza. Es como ese político que, en el marco de la discusión de la ley de alcoholes, decía preferir a esa izquierda de antaño, que hacía campañas entre los obreros para que los adictos superaran su vicio por el trago, en circunstancias que sus herederos consideraban algunas indicaciones a dicha ley como "represivas". Pero resulta que tal político, pertenecía a un sector que trató de exterminar a esa izquierda que ahora recordaba con nostalgia, y que era anterior al golpe de Estado de 1973.

En cuanto al problema de la división, que muchos obispos han expresado con su voz de padrinos, es importante destacar que este feriado remplazará al doce de octubre, una fecha que provoca mucha más disensiones en los países americanos que las noventa y cinco tesis luteranas. De paso el problema del día laboral menos queda resuelto. Y si con esto se busca favorecer a una minoría, por último es el día antes de Todos los Santos, feriado crucial para la iglesia romana popular, por lo que se da una señal de unidad. Por último, el día coincide con los festejos de Halloween, algo que les permite a los jóvenes preparar con mejor tiempo sus disfraces y sus encuentros nocturnos, tal como lo hacen en la serie de inexplicables fiestas públicas exclusivas de la iglesia católica, varias de las cuales ni siquiera son de guardar.

No hay que dejarse amedrentar ni engañar. El león rugiente adula, y cuando su presa está adormecida producto de los halagos, le manda el zarpazo. Hasta que se apruebe el Día de las Iglesias Evangélicas, debemos desconfiar de las caras amables y los gestos de empatía, que ya en el pasado nos han significado experiencias amargas. E incluso después, debemos mirar atentamente la reacción de quienes hoy nos colocan en un pedestal sólo para defender sus intereses y principios, los cuales, como ya hemos anotado en el párrafo anterior, muchas veces nos perjudican. Esos círculos empresariales que se escandalizan con la probable pérdida de productividad, están íntimamente ligados a esos curas que desde siempre han cometido crímenes atroces, de los que siempre tienen culpa las víctimas. Ésa y no otra es la principal conclusión, contra la que debemos presentar nuestros más contundentes argumentos.

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