jueves, 23 de octubre de 2008

Ser Presidente de los Estados Unidos

Siempre me ha llamado la atención la frase con que titulo este artículo, tan propia de las películas de Hollywood, pero por lo mismo, fiel retrato de la idosincrasia norteamericana. Siempre se nos ha dicho, mejor, se nos ha inculcado, que Estados Unidos es la democracia más antigua del mundo. Bien: aunque no fue el primer territorio que se pudo gobernar sin monarca, sí es el más viejo entre los que están vigentes, y el sistema que las Trece Colonias crearon en 1776, fue un impulso para la Revolución Francesa, que a su vez, motivó la independencia de las dependencias españolas. Por eso, fuera de ubicarse en su zona de influencia, es tan importante para América Latina lo que ocurre con el tío del norte. Mal que mal, nuestros sistemas políticos se sentaron gracias a su ejemplo.

Mientras el término "rey" nos retrotrae al romanticismo de los cuentos de hadas, la palabra "presidente" nunca ha salido del entorno político. Más aún: la propia Biblia llama a Dios " el rey de Judá"; y en nuestro lenguaje coloquial es posible encontrar expresiones como " el rey del mote con huesillos" o " el rey de los helados". Me pregunto, con un dejo de sorna, qué le habría sucedido a Boris Quercia de haber bautizado su filme como " El Presidente de los Huevones"... ¡ ahí sí que sería el rey! De acuerdo: la mayoría de los cuentos de hadas que conocimos desde niños, vienen de la Europa medieval o del milenario Oriente, sectores donde no concebían otra forma de gobierno que la monarquía. Pero referirse al presidente en Estados Unidos ( ni siquiera de los Estados Unidos) encierra todo un lenguaje y, por extensión, toda una cultura. Hablamos del decano de las democracias, que es cuarto en el mundo por su extensión territorial, potencia mundial desde hace cien años, y, como para justificar todos esos logros, con manifiestas pretensiones de que lo traten como imperio. Ser presidente de los EUA equivale a un emperador sin corona, que al igual que sus pares romanos, no le hereda el cargo a sus hijos, al menos teóricamente hablando. Recordemos que los gobernantes de Roma elegían sucesor entre los miembros del senado cuando no adoptaban a un mozalbete despierto y con don de mando. Y si insistían en legarles el Estado a sus descendientes directos, venía un militar o un intelectual envidioso y los asesinaba. También, los tipos mandataban sobre un vasto territorio, y su influencia abarcaba todo el mundo conocido.

La presidencia norteamericana tiene una mística especial. Tanto o más que ser rey en Europa, cargo que aún tiene mucho peso. Por lo mismo, su figura no está a la altura de un cuento de hadas, pero sí de esos filmes políticos que, cada cierto tiempo, Hollywood financia para agradecer a la patria que lo engendró. En tal sentido, si la palabra rey ha sido apropiada por los europeos, el término presidente ha sido secuestrado por los gringos. Ahora, las monarquías fueron indispensables en un pasado tan remoto como legendario, mientras que las repúblicas son un realidad del presente. Y en la actualidad, el mayor punto de referencia, para bien o para mal, es Estados Unidos. Y lo seguirá siendo conforme no se invente un sistema de gobierno más perfecto que la democracia pluripartidista, algo que dudo ocurra en los próximos siglos. Aunque en la práctica, el de los norteamericanos, como muchos otros, sólo sea bipartidista.

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