jueves, 1 de agosto de 2013

Matthei: De Imagen a Copia

Las comparaciones que se han venido efectuando entre la recién designada candidata presidencial de la derecha, Evelyn Matthei, y su contrincante más directa, Michelle Bachelet, tienen menos de debate serio que de espectáculo mediático. Se trata simplemente de los típicos comentarios rimbombantes surgidos de personas y entidades interesadas que buscan influir en la opinión pública de forma tal que los integrantes de ésta favorezcan sus propios caprichos. Los cuales, por cierto, no son menores, ya que involucran la conducción futura del país y la preservación del sistema social y económico que sólo le otorga réditos a un cierto puñado de privilegiados.

De partida se puede echar un vistazo a las supuestas similitudes que existirían entre las dos, las mismas que han sido recalcadas hasta el cansancio por los órganos de prensa, y notar que se trata de aspectos puramente externos, bastante obvios, que a la larga constituyen meras perogrulladas. Insistir en que ambas son mujeres (como si tal "descubrimiento" hubiese sido el resultado de un sesudo y extenuante examen ginecológico) o que son hijas de militares no significa aporte alguno. Salvo como pretexto para que los conservadores criollos sostengan la tesis de que el arrastre de Bachelet se basa en el abuso que estaría haciendo de su condición de género, en el sentido de esa maternal delicadeza femenina que se transforma en un mecanismo de contención para sus pares varones quienes no se atreven a abordarla con una mayor vehemencia por el temor a ser tachados como cobardes que se aprovechan de un ser en teoría más débil. Una artimaña que por causas obvias no podría ser empleada con un rival que también tiene cuatro labios. Factor más que suficiente para que los conservadores locales empiecen a hablar de determinadas diferencias que aseguran son posibles de hallar entre ambas personalidades. Mientras su abanderada es capaz de exponer las situaciones con una vehemencia que no le teme a las salidas de protocolo ni a las llamadas de atención, al frente estaría un contrincante que sólo atina a sonreír o llorar de acuerdo a la ocasión como una novia que desde el principio se asume como un florero de mesa, sólo que con cincuenta años, un ligero sobrepeso y dos hijos y una legislatura anterior a cuestas, lo cual transforma a dicha novia en una madre y enseguida en un sujeto idóneo para dirigir un gobierno.

Pero si cualquiera se aventura a efectuar un análisis realmente sesudo -y la verdad, ni siquiera eso- notará que estas pretendidas divergencias apenas ocultan sus similitudes. Al final de la jornada nos encontramos ante dos mujeres insípidas que ante la carencia de ideas e incluso la falta de dominio de la cultura general, dan respuestas cuyo propósito es esconder sus respectivas ineptitudes buscando una reacción básica en la galería, de sorpresa paralizadora en sus detractores y de aplauso cerrado entre sus partidarios. Ante la incompetencia para enfrentar un debate, se intenta cerrar cualquier forma de discusión de la manera más rápida posible, con el afán de evitar que continúe algo para lo cual cuentan con escasa sino nula preparación. Ya sea con la sonrisa o la lágrima que ruega compasión, o el insulto carente de ingenio, el propósito es idéntico. Por lo mismo es que Evelyn Matthei, más delgada, con un tono de voz grave y semejante al de una esposa satisfecha -en lo económico- de estratos altos, que es altisonante al nivel de la amenaza cuando desea callar a quien desea averiguar más de lo permitido: a la larga se revela como la imitación de Michelle Bachelet aunque con una imagen de marcada diferencia y originalidad. Una simple copia con aspectos llamativos pero que a la vez resultan puramente superficiales. Colocada ahí simplemente porque los adversarios políticos han propuesto a una fémina que no desciende en las encuestas y acerca de la que todas las inferencias concluyen que triunfará en las próximas elecciones (victoria segura a tal extremo, que quienes sostengan una opción contraria arriesgan igualmente ser tachados de cobardes agresores de una mujer). La estrategia comercial donde, tras el éxito de un producto, la competencia accede a lanzar al mercado uno parecido, aunque ya saben que no obtendrán tantos elogios como los creadores del original.

Es lo que hace la derecha. Colgarse de una moda para luego colocar en vitrina un maniquí semejante pero con otras vestimentas. Nada de discusión de ideas. Todo termina en dos mujeres que asumen respectivos roles tradicionales atribuidos al género, y que al final se comportan de la manera más ancestral, exponiéndose para el solaz de seudo comentaristas que alaban sus biografías y supuestos atributos, que a fin de cuentas es una manera más simulada de espetar piropos. Una encrucijada donde los votantes se decidirán -como es la lógica- por el original y no la copia, aunque eso no se traduzca en una solución, siquiera lejana, a los inconvenientes que afronta el país.

                                       

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