miércoles, 14 de agosto de 2013

Cosas Que Provocan Rabia

Hay ocasiones en que uno se pregunta cómo es posible que, teniendo la solución de los problemas a la mano o a ojos vista, las personas empero sean incapaces de tomarla, ya sea por ignorancia, falta de viveza o miedo a la reacción de los demás. Es una disyuntiva que suele presentarse cuando le respuesta más adecuada a un determinado inconveniente choca con la moralina más tradicional. Sin embargo, y en lo que tiende a tornarse una constante, en los últimos años ciertas formas más asertivas de desatar el nudo se encuentran con obstáculos a cada minuto más impensados y extravagantes, a veces explicables en el contexto de lo "políticamente correcto", pero que en otras coyunturas sólo obedecen a explicaciones irracionales, mágicas o provenientes de religiones y culturas exóticas.

En un hospital de la Región de Valparaíso, un joven avecindado en Quilpué se halla en estado agónico a causa de la rabia. Dicha enfermedad la contrajo luego de que una jauría de perros callejeros lo mordiera en reiteradas ocasiones en sus piernas, tras perseguirlo mientras se desplazaba en motocicleta. Los medios de comunicación han difundido de manera copiosa las caras llorosas de los familiares del muchacho, al mismo tiempo que publican los llamados de las autoridades responsables a los ciudadanos para que se vacunen contra la hidrofobia y de paso lleven a sus mascotas a un veterinario para suministrarles un equivalente. Bien por el grado de preocupación, que además se nota que es sincero. Pero, ¿alguien ha caído en la cuenta de que los vectores que contagiaron a este hombre que hoy está en un evidente riesgo vital, son animales sin dueño que pululan en las diversas plazas y veredas del país? Incluso el ministro de salud, que siempre actúa con una exagerada vehemencia cuando se denuncia la carencia de suministros esenciales en los nosocomios públicos o cuando algún estamento del rubro decide ir a la huelga, parece intentar eludir, en cada entrevista que otorga acerca del tema, la posibilidad de tomar medidas contra las bestias que deambulan por las aceras y caminos rurales, como si vislumbrara una contestación agresiva de parte de un enemigo nunca definido pero que todos intuyen de quién se trata, al cual, por distintas circunstancias -fuerza adquisitiva de sus integrantes, aceptación social-, ni los jefes más férreos se atreven a enfrentar.

Pues aquí los resultados de cualquier investigación siempre serán claros. Los vectores de la rabia son los perros callejeros, que adquieren el virus por su contacto con los murciélagos, que a diferencia de los primeros no suelen atacar o morder a las personas. Es una cadena de contagio que se repitió de forma simétrica con el joven motorista de Quilpué. Por lo que cae de cajón que llamar a vacunar tanto a los ciudadanos como a las mascotas hogareñas es una iniciativa absurda e inútil. La solución más efectiva es eliminar a los canes vagos como una medida tendiente al control de plagas. A ciertos sujetos les parecerá duro y cruel. Sin embargo, ni el más extremista defensor de los derechos de los animales se opone al exterminio de, por ejemplo, las ratas, entre otras causas porque son transportadoras de un sinnúmero de enfermedades, muchas de ellas mortales. Tampoco le cabe un remordimiento moral cuando se decide erradicar a los mosquitos que ocasionan la malaria o el dengue, aunque sean autóctonos en el país determinado. Más aún: las vinchucas, especie que es nativa en Chile, fue completamente sacada del territorio como modo de prevenir el mal de Chagas. ¿Por qué se debe mostrar un criterio especial con una población animal que es un potencial transmisor de una patología tan peligrosa para el ser humano? Y atención, que no es la única anomalía de la cual estas bestias fungen de intermediarios: está la serie de parásitos que contienen en sus fecas, además de que sus ataques ya han matado o dejado heridos de gravedad a bastantes ciudadanos.

Quizá hay un nivel de temor que se ha extendido incluso a las autoridades sanitarias, que ya no proceden con criterios médicos o científicos. Se ha visto a los adoradores de bestias golpear en la vía pública o amenazar de muerte a personas por patear un perro sólo como actitud de defensa propia. Incluso, hace unos meses atrás una turba ingresó a la catedral de Punta Arenas, donde provocaron destrozos y hasta trataron de linchar al obispo, quien por poco se salvó del enardecido tumulto, en una acción que fue mucho más violenta que la ocasionada por los partidarios del aborto en el templo de Santiago, pero a la que en su momento se le dio menos cobertura comparativa. Hay una sensación de que ya ni la hasta hace un tiempo intocable iglesia católica permanece ajena a la furia de estos individuos. Lo más curioso es que estos sujetos avalen su rechazo al control de los perros callejeros valiéndose de argumentos muy similares a los de los sacerdotes: que se trata de seres inocentes e indefensos que no tienen la culpa, y por ende se les debe respetar su derecho a la vida. Debe acaecer así porque estos grupúsculos sacan su base de otra religión: el hinduismo, que en su territorio de origen, y los noticiarios nos han nutrido con reportajes al respecto, permite los vejámenes sexuales a niñas pequeñas, además de promover el sistema de castas y el calificativo de "intocables" para ciertos ciudadanos despreciados por su bajo nivel social. Credos que incitan a los abusos y desprecian la humanidad, en oriente y en occidente.

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