jueves, 8 de agosto de 2013

De Qué Liberales Me Hablan

El uso del término liberal, por parte de determinados personeros de la derecha chilena, se ha tornado otra de las tantas muletillas que se emplean dentro de este país para ocultar la falta de ideas y el escaso interés por sostenerlas o incluso crearlas. En cierto sentido, es equivalente al vocablo progresista, apropiado de hace algunos años por sus pares izquierdistas. En ambos casos, además, existe la pretensión de ocultar la verdadera identidad frente a una sociedad que le teme a quienes llaman a las cosas por su nombre. Así, mientras unos se valen de una palabra con el afán de que pase inadvertido su carácter ultramontano, en el bando opuesto recurren a esta estratagema por el temor a ser tachados de marxistas y de socialistas anacrónicos.

Y es que siendo honestos, cuando menos en la última centuria, la palabra liberal ha sido utilizada en contextos que son externos a la política. Incluso en la relación de esta actividad con la gestión económica, pese a que desde ese ámbito volvió a ser introducida en el lenguaje coloquial y de los medios de comunicación a través del llamado nuevo liberalismo. Pero si se examina la historia, al menos de los países del primer mundo, notará que esta ideología, surgida con gran fuerza tras la Revolución Francesa, comenzó a diluirse tras la expansión industrial del siglo XIX -donde además explotó el término progresismo, aunque con connotaciones muy distintas a las cuales les pretenden dar ciertos sectores de izquierda-, superada por la circunstancias, en donde muchos empresarios y pensadores liberales fueron responsables de que apareciera un proletariado miserable que a su vez motivó el crecimiento de corrientes como la socialdemocracia, el comunismo o la democracia cristiana, que tomaron el relevo de las propuestas de solución ante las anomalías sociales que iban saliendo en el camino. Ya en los albores del siglo pasado los partidos liberales dejaron de existir en diversas partes de Europa mientras en otras se iban reduciendo a una mínima expresión. Más aún, en años recientes el concepto ha servido para camuflar a colectividades de orientación racista y xenófoba. Sólo en Estados Unidos el vocablo se ha empleado durante este tiempo con un nivel aceptable de seriedad y regularidad, en una acepción muy semejante a la que tenía en su primera época, y curiosamente, para definir a agrupaciones de orientación izquierdista.

En Chile los supuestos liberales se han disipado a lo largo de las décadas de una manera mucho más difusa aún. En un país donde hasta 1920 la política partidista fue un asunto de pijes (pese a los alzamientos populares que acabaron en sangrientas masacres), la polaridad liberal-conservador siempre se pareció más a un juego de cartas que a cualquier otra cosa. Al menos en el resto de América Latina estas colectividades fueron el receptáculo de una serie de movimientos sociales, tanto de inspiración revolucionaria como reaccionaria (a modo de ejemplo, en Colombia, tanto Manuel Marulanda, el primer líder de las FARC, como Álvaro Uribe surgieron del partido liberal local). Pero en estos lares, en los cuales se desarrolló un capital minero comparable al proceso de industrialización europeo, muy pronto también perdieron sus espacios en favor de grupos ubicados más a la izquierda del espectro. La fusión, en 1966, de liberales y conservadores en el partido nacional, fue el último y más emblemático paso en esta renuncia a la creación de un bloque con identidad propia. Desde entonces los derechistas criollos han actuado como una sola masa preocupada de sostener sus intereses de clase y de mantener su ligamiento con la iglesia católica que les permite justificar lo anterior. Es notorio esto en la directriz de Renovación Nacional, el heredero legítimo de toda esta historia. Pues la UDI, o el gremialismo, es más bien un conglomerado populista con impulsos sectarios y místicos -en el sentido más religioso de ambos términos- que si bien nace a expensas de ese vínculo ancestral, de cualquier forma está finalmente obligado a reconocerlo y admitirlo, pues sólo de ese modo asegura su propia supervivencia.

De cierta manera la palabra liberal se ha "liberalizado". Pero hasta determinado punto ello ocurre porque carece de una definición detallada, al menos acorde con los actuales tiempos. La gente común la asocia con la derecha porque ha sido acuñada en conceptos como el tradicional "capitalista liberal", desde donde ha sido reciclada en propuestas recientes como el ya mencionado sistema pecuniario ideado por Milton Friedman. Pero su uso radica en el hecho de que hoy no determina ideología política alguna, y por ende se transforma en un concepto vago pero que a la vez le permite a su emisor escapar de tachados desagradables como ser calificado de sostener un pensamiento parcial y encuadrado con exceso, que suelen ser las formas en las cuales se califica a socialistas, democristianos o incluso conservadores. El liberal, en realidad, no es más que un derechista que se avergüenza de su origen y no menciona sus verdaderos propósitos por temor a perder popularidad. Lo mismo, en todo caso, que sucede con el izquierdista que se ufana en denominar progresista.

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