jueves, 10 de enero de 2013

Le Dijeron Que Sí

Es elogiable que la película "No" se transforme en la primera producción chilena en ser mencionada en la ceremonia de entrega de los premios Óscar. Aunque lo más probable es que finalmente no gane el galardón a Mejor Filme en Lengua Extranjera, al cual fue nominada, el hecho de marcar presencia ya constituye un hito histórico.

Sin embargo, cabría formularse unas cuantas preguntas. ¿Por qué la realización de Pablo Larraín ha conmovido a la Academia al punto de generar la grata sorpresa, para el grueso de los chilenos -los pocos que entienden en plenitud el asunto de la calidad cinematográfica, y los muchos que se alegran motivados por un sentimiento patriotero-, de admitirla en la competencia final, y con ello torcer el sino de las producciones locales, que por sus características no son o no debieran ser dignas de llegar a tales instancias? Quizá porque la trama cuenta un hecho de características épicas. A la chilena, sí -tanto por los sucesos que narra como por su rasgos técnicos-, pero épico al fin y al cabo; más encima basado en acontecimientos reales. Dos elementos que conmueven al norteamericano medio, personaje que cuenta con varios representantes en Hollywood. A esto se puede agregar un factor derivado de la efeméride: durante 2013 se conmemoran cuarenta años del golpe militar que derribó a Allende e instauró el régimen de Pinochet, el mismo que comenzó a disolverse tras el resultado adverso en el plebiscito. También hay que considerar las circunstancias de la actualidad, en donde, con el auxilio de las potencias occidentales, han sucumbido varias administraciones consideradas dictatoriales, en especial en el Medio Oriente, vinculadas en términos ideológicos con la izquierda, siendo sustituidas por legislaturas con imagen democrática -dada por los mismos dirigentes y medios de prensa del primer mundo que fueron determinantes en su asunción- aunque en la práctica sean la consolidación de movimientos religiosos extremistas. En tal contexto, "No" se tornaría un símbolo de la lucha por la libertad de elegir, donde ciudadanos comunes y corrientes se enfrentaron de manera totalmente pacífica contra una poderosa tiranía de derecha y salieron vencedores. El triunfo del débil sobre el pudiente usando tan sólo las armas del ingenio -en este caso, una franja de propaganda-, algo que hemos observado innumerables veces en los éxitos cinematográficos de taquilla.

No obstante, existen otros argumentos que podrían explicar esta -es preciso insistir- sorprendente selección, y que se pueden hallar en la trama misma del filme. Para comenzar, es muy sintomático que el guion se centre en la disputa que se suscitó entre los integrantes de los partidos políticos opositores a Pinochet, interesados en poblar la campaña con denuncias de las atrocidades cometidas por el régimen militar, y los publicistas que finalmente orientaron la franja, quienes optaron por dar una imagen de alegría. Como se sabe, el gallito lo ganaron estos  últimos, con las consecuencias por todos conocidas. ¿Influyó esta manera de abordar la narración en la decisión de los expertos de Hollywood? Cabe señalar que, para que la épica resulte -en el sentido de tornarse tolerable para un espectador medio, que es a quienes al fin y al cabo la Academia pretende orientar- quienes la transportan deben contar con valores bien establecidos, aún en circunstancias de extrema barbarie. Ocurre con los soldados o los guerreros rebeldes por ejemplo. En el caso de derrotar a una dictadura fascista, en su momento amparada por Estados Unidos, lo correcto es vencer al enemigo con recursos no violentos además sin importar que se trate del propio e incierto juego del jerarca, como es un plebiscito que él mismo convocó (y cuyo escrutinio definitivo, lo supimos años después, no estaba dispuesto a reconocer). Nada de alzamientos armados, menos si el inflexible patriarca abre una siquiera remota posibilidad. Esa opción por la liviandad, de anunciar una sonrisa que será realidad en el futuro si se sigue nuestra decisión (y que aún está detrás del arco iris, no el que se usó como logotipo de la campaña, sino el de verdad), es la que su vez hizo saltar en un pie a los regentes de Los Ángeles, que de seguro están al tanto del paraíso en el que se convirtió Chile tras los acaecimientos de 1988, gracias justamente a las leyes impuestas con mano de hierro por el más tarde vilipendiado tirano.

No se trata de objetar la calidad de la película (más que aceptable en todo caso), sino de los paradigmas que rigen a la Academia de los Óscar, que no es un festival de cine y que siempre se ha definido como "la industria premiándose a sí misma" con todas las características que ello acarrea tanto en el entramado técnico como argumental de un filme. Es un camino legítimo, si se considera que todos estos premios tienen sus factores determinantes que no siempre se encuentran relacionados con la supuesta calidad artística de las obras que galardonan -el Nobel es otro ejemplo muy sintomático de ello- Si la realización de Pablo Larraín triunfa (lo que insisto: es prácticamente improbable, aunque si ya se dio un milagro por qué no dejar abierta la posibilidad de un segundo...) por supuesto que habrá buena parte de sus méritos internos en la obtención de tal logro. Pero es preciso advertirlo: tal como la franja política de marras, Hollywood es antes que nada felicidad liviana y titulares de prensa.

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