miércoles, 24 de octubre de 2012

El Final De Los Tíos Informales

La Junta de Jardines Infantiles, con la anuencia -como corresponde a una división estatal- de las autoridades de gobierno, ha anunciado que llevará adelante todos los esfuerzos posibles para eliminar la palabra "tío" como trato coloquial a quienes trabajan en esos centros de enseñanza, ya se trate de educadores, asistentes, auxiliares o de los chóferes que transportan a los párvulos. El motivo de tal decisión -que se espera poner en práctica con un nuevo reglamento interno cuando no una reforma legal de por medio- es una supuesta connotación negativa que ha venido adquiriendo el vocablo producto de la enorme cantidad de denuncias por abuso sexual infantil que han involucrado a varios de esos recintos, y que este último año se han precipitado como una imparable reacción en cadena. Por cierto que la intención no es quedarse en los establecimientos iniciales, sino extender esta medida hacia sus similares de educación básica, donde el término también se emplea con bastante frecuencia.

Dejemos de lado las manifestaciones de jocosidad que de seguro acarreará una iniciativa como ésta y debatamos en serio. Al fin y al cabo, dichas expresiones emanan desde ese mismo uso informal de la palabra "tío" que se pretende erradicar. Lo cual igual deriva en relacionar el vocablo con la pedofilia. Así, por ejemplo, ocurrió en su época con el auto proclamado "Tío Permanente" Paul Schaefer Schneider, el infame violador de niños y líder de Colonia Dignidad. Sin embargo, por ahora centrémonos en la efectividad que podría tener una decisión de este tipo. En primer lugar, nos enfrentamos a una expresión que lleva décadas inserta en el lenguaje coloquial chileno y que forma parte del medio educacional local, al menos en sus niveles más elementales (que no sólo son los iniciales). Que además, si bien surgió del habla popular -a partir de símiles como "tía rica" o "tío Sam"- adquirió un carácter institucional gracias justamente a los miembros más reconocibles de la comunidad educativa, entre quienes se cuentan no pocas autoridades gubernamentales. Muchos de quienes hoy rasgan vestiduras en el pasado recomendaron el empleo del término, como forma de hacer más amena la estadía de los niños en la escuela, para que no experimentaran una sensación de obligación opresiva que acabase entorpeciendo su proceso de aprendizaje. Era, en resumen, uno de los artilugios de estilo pirotécnico que se utilizaron para introducir la reforma tras la cual se esperaba que el docente se transformara de un dictador de contenidos y conductas (al respecto me acuerdo que en la enseñanza básica, nosotros llamábamos "señor" al profesor) a un líder  catalizador de las búsquedas de los alumnos (una frase rebuscada, pero que no posee más grados de eufemismo que precisamente denominar "tío" a un maestro).

Tampoco se puede evitar aseverar afirmar que esta medida tiene un carácter más bien populista y está destinada sobre todo a despertar la atención de los medios de comunicación, atraídos por un suceso que huele tanto a novedad como a preocupación de parte de las autoridades por un delito tan indeseable como el abuso sexual. Pues, ¿cuál podría ser la consecuencia positiva de eliminar una palabra del espectro educacional más elemental? ¿Bajarán los casos de pedofilia vinculados a jardines infantiles y establecimientos primarios? Haciendo un análisis general - y no es mucho lo que se puede evaluar- todo parece indicar que no. Pero más aún, ya que el resultado inmediato de tal determinación será forzar a los niños y a sus apoderados -víctimas y principales interesados en el tema, respectivamente- a dejar de emplear un vocablo que lo queramos o no forma parte de la cultura popular chilena, con los cual los efectos podrían tornarse contraproducentes. Un término validado durante décadas por adultos confiables y se supone responsables, ahora ocurre que es maligno, y peor todavía, lo ha sido desde siempre. ¿Qué acaecerá de hoy en adelante en la mentalidad de los pequeños, esa misma que es preciso cuidar con especial dedicación ya que se encuentra en pleno proceso de desarrollo?. Lo paradójico del asunto es que con esta iniciativa se termina cometiendo el mismo error en el que determinadas personas caen al tratar el asunto de los vejámenes sexuales: de manera casual, solapada o directamente intencional se concluye por culpar a los afectados por la acción, ya que el ser ultrajado queda como responsable por haberse dirigido a su agresor como "tío".

Las autoridades, educacionales y políticas, han recalcado que con este cambio de actitud se reducirá el uso de la palabra "tío" al ámbito netamente familiar, del cual jamás debió haber salido. Sólo cabría recordarles a dichas personas que los abusos sexuales más graves contra los niños y adolescentes -en cuanto a empleo de la violencia y a prolongación en el tiempo- se dan en el ambiente hogareño, donde la seguridad de las cuatro paredes y la falta de un agente estatal que supervise permiten un alto estándar de inmunidad. Y no sólo existen sobrinos violados, sino que también hijos, hermanos y primos. Es de esperar que una medida como ésta rinda frutos positivos, aunque lo más probable es que acabe aportando más chistes al modo malsano conque los mismos medios masivos de comunicación que concurrieron en masa a cubrir esta noticia, se suelen referir respecto de la pedofilia.

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