miércoles, 10 de octubre de 2012

El Cuco y el Boxeador

Me resulta difícil hablar en sentido negativo de un hermano de fe. Pero hay cristianos que de vez en cuando se mandan números tan evidentes -y por lo mismo vergonzosos- que ni hasta el más cercano a ellos puede quedarse callado. Y uno de esos casos excepcionales es el de Antonio Garrido, el alcalde de Independencia  y candidato a la reelección que le advirtió a una periodista que se le iba a meter el cuco, si le continuaba formulando preguntas polémicas.

Dejaremos de lado el motivo por el cual la reportera hizo las interrogantes que tanto molestaron al edil (haber salido de la municipalidad repartir billetes de mil pesos a los transeúntes, a pocos días del inicio de la campaña electoral) y nos centraremos en los equívocos no ya teológicos, sino doctrinales de su contestación. ¿En qué estaba pensando Garrido, para invocar un elemento propio de los mitos y los cuentos infantiles, que no guarda relación alguna con el dogma cristiano y ni siquiera es mencionado en la Biblia? Porque eso es el cuco: un mero truco para asustar a los niños. Tal vez trataba de zafarse de una situación que le estaba resultando incómoda, como era apaciguar la insistencia de un periodista que no aflojaba en su afán de dejarle en claro tanto a él como a la opinión pública que su conducta no correspondía a lo que se esperaba de una autoridad política, opinión por lo demás completamente opuesta a la del interpelado. Entonces, atareado por la urgencia, actuó como el común de los mortales y espetó cualquier cosa -lo que tampoco es adecuado a su cargo, agreguemos-. Por lo que queda la posibilidad de que tales declaraciones no hubiesen sido efectuadas en serio. Incluso, que hubiese recurrido al humor -de pésima calidad en todo caso- para distender una situación que parecía entrabarse y tornarse difícil tanto para los protagonistas como para los testigos que la presenciaban.

Sin embargo, eso no es excusa contra la falta. La Biblia habla de un ser maligno del que además los cristianos no desconocen su existencia. Pero tiene nombres -Diablo, Satanás, Serpiente Antigua- y características que lo diferencian claramente del personaje de leyendas infantiles citado por Garrido. Además que el alcalde ignora que el cuco es un ave que debido a su comportamiento (pone huevos en los nidos de otros pájaros; y sus polluelos al nacer se preocupan de eliminar a las crías originales, con lo cual la madre sustituta se ve forzada a adoptarlos) ha sido asociada con lo oscuro y lo terrorífico, lo que a la larga se transforma en un segundo error, casi tan grave como el anterior: pues se relaciona con lo réprobo a un animal creado por Dios -que todo lo hace bueno- y que además actúa por instinto. El edil perfectamente le podría haber espetado a la periodista que durante la noche, en lugar de ir a atemorizarla el espectro ya varias veces mencionado, sería mordida por un zombi o un vampiro, o castigada por fantasmas y duendes. Parece ser que el ejercicio de evitar mencionar a Luzbel y remplazarlo por una entidad fantástica obedece a un intento de la autoridad municipal por ocultar su condición de cristiano evangélico, probablemente producto del temor a las burlas. Muy al contrario de lo que afirman algunos hermanos en los foros quienes apoyan el desmadre del gobernante comunal aseverando que tuvo el coraje de recalcar su condición de evangélico. Es posible que su intención fuese el emplear una palabra que consideraba sinónimo, con el propósito de tornar el mensaje más entretenido y llamativo. No obstante, aquí estamos frente a dogmas y doctrinas muy esenciales, donde es preciso cuidar el lenguaje, no sólo en circunstancias coloquiales sino también teológicas.

El alcalde Garrido ya ha tenido en el pasado intervenciones que dejan que desear. Para comenzar, jamás se ha arrepentido de su pasado de boxeador profesional, actividad que no es mala por sí ni por sus características más vistosas -después de todo, es un deporte olímpico originado en la Antigüedad clásica-, pero que se encuentra rodeada de un ambiente -los representantes de peleadores, las mafias de apuestas- inaceptable para cualquier cristiano medio. El problema no es proclamar con un dejo de orgullo a los cuatro vientos que se fue púgil, sino que al acometer tal conducta, uno también admite que el círculo de aprovechadores y corruptos fue igualmente provechoso. Es lo mismo que si un convertido que antes jugaba billar o cartas hablase en buena manera de los tugurios en los que llevó a cabo su ya abandonado rubro (bueno: podría continuar practicando esos entretenimientos, pero lejos de los sitios en que lo hacía cuando no era cristiano). Los hermanos se asombrarían con su conducta y más de uno movería la cabeza insinuando que éste en realidad no se ha redimido de corazón. Sé de que muchos en su fuero interno piensan así del alcalde de Independencia. Déjenme decirles que para mí continúa siendo un evangélico auténtico. Pero si tienen algo que aclararle, pierdan el miedo -al cuco o lo que sea que exista o no exista- y háganlo saber. Que mejor es creyente indignado por la corrección que uno que comete una chambonada tras otra, empujando con ello al resto de los fieles.

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