Hace pocos días, la Cámara de Diputados fue escenario de uno de esos bochornosos incidentes que de tarde en tarde nos recuerdan que los políticos están ahí, y contra toda percepción de la opinión pública, además hacen su trabajo. Resulta que Evelyn Matthei, la ministro del trabajo -que en alguna ocasión también integró el Congreso- buscaba explicar los motivos que tuvo el gobierno para no enviar a trámite legislativo un proyecto de ley que regulaba los despidos masivos entre los trabajadores de supermercados, cuando la interrumpió Marcelo Díaz, parlamentario del opositor Partido Por la Democracia, pidiendo explicaciones por dicha decisión así como por la intención anexa del ejecutivo respecto de vetar cualquier iniciativa sobre el particular que surja desde los legisladores. La secretaria de Estado, que a lo largo de su carrera de servicio público ha mostrado una enorme incapacidad para aceptar los debates y las opiniones distintas a su concepción del mundo, respondió con un insulto de grueso calibre y abandonó la sala sin acabar su discurso. Díaz trató de insistir, pero en el acto fue agredido por un colega, René Manuel García, de Renovación Nacional, que no es primera oportunidad que se involucra en estos exabruptos. Consultado acerca de su reacción, el congresista de derechas contesto que jamás iba a aceptar que se atacara a una mujer, incluso de manera verbal, y que por ende su gesto iba más allá de la simple defensa de un correligionario.
Cuando uno quiere insertarse en el mundo exterior, debe estar consciente que tiene que realizar todos los esfuerzos posibles para acabar siendo considerado útil en el trabajo que se le encomienda. Y además, considerar que alrededor suyo hay una gran cantidad de personas que aspiran al mismo puesto que él persigue, y que por ende buscarán desbancarlo empleando todas las armas disponibles desde el marco legal o ético. La actividad pública no es la excepción, e incluso en el ejercicio de ella el individuo suele quedar más expuesto, en especial cuando postula a un cargo elegido por sufragio universal, producto de la lógica de los debates y las campañas. Eso lo saben, o al menos están obligados a saberlo, todos los que participan en esta actividad, quienes finalmente aceptan someterse a la evaluación del ciudadano medio y a la discusión con sus colegas que a la vez son sus adversarios ideológicos, con el sólo hecho de apoyar una postura o presentarse a determinados comicios. También las mujeres, que se han integrado a la arena política admitiendo tales características. Las que en caso alguno deben entenderse como una forma de maltrato o una negación de la supuesta delicadeza femenina. Si ocurriera así, entonces que permanezcan en las cocinas y renuncien incluso a su derecho a voto.
Lo curioso es el prontuario de la protagonista de este bochorno. Evelyn Matthei, como ya fue señalado en el primer párrafo, ha marcado su carrera política con artimañas alejadas de las herramientas de la buena política, pues en diversas ocasiones, cuando se ha visto superada por la capacidad de debatir de su contrincante, o sólo por las evidencias cuando la han denunciado por no hacer las cosas de modo satisfactorio, ha recurrido al insulto y al improperio, procurando que éste sea lo más soez posible. Sus primeros exabruptos ya los manifestó en 1989, antes del retorno a la democracia, cuando se retiró de un foro, sin dejar de proferir palabras malsonantes, porque un alcance formulado por otra participante le pareció inaceptable. Tres años después fue descubierta formando parte del tristemente célebre caso de espionaje en contra del actual presidente, Sebastián Piñera, en una infame lucha de egos entre integrantes de un mismo partido (recordemos que ambos entonces pertenecían a Renovación Nacional, y que fue precisamente ese caso el que forzó a la Matthei a renunciar y tiempo después inscribirse en la UDI). Para qué mencionar sus salidas de madre posteriores, incontables por lo demás, y que no se condicen con el perfil de dama que René García asegura proteger. Lo más grave es que se acuerda de lo que tiene entre las piernas recién tras haber lanzado un vituperio o cometido una fechoría, acciones que por cierto han dejado heridos repartidos por todo el campo. Una costumbre muy arraigada entre los derechistas chilenos, que por su posición social siempre se han sentido con la facultad de juzgar y humillar a los demás e igualmente de estar por encima de la fiscalización. Pero que de idéntico modo es bastante común entre las féminas que ingresan a la política criolla, quienes reclaman delicadeza en el trato luego de que ellas mismas han mostrado un comportamiento prepotente y avasallador, o que se resisten a la auscultación ciudadana arguyendo que es un elemento del machismo primitivo e intolerante.
En Europa, y buena parte del primer mundo, éste es un asunto superado. Las mujeres que conforman esos parlamentos, gabinetes o tribunales van con todo a la par que sus colegas hombres, siempre dentro de los marcos permitidos por el sentido común, el consenso social y la misma lógica política. Y reciben lo suyo cuando corresponde, y no se quejan ni se echan a llorar por ello. Nada más imagínense a Angela Merkel o a Cristina Fernández; o para citar un poco el pasado, a Maragaret Thatcher o Benazir Bhutto, hablar en una asamblea de Naciones Unidas exigiendo que cesen las objeciones a sus puntos de vista porque son mereces y merecen una consideración adecuada a su género. De hecho, a ninguna de las nombradas las he escuchado apelar a la delicadeza femenina cuando se enfrentan o enfrentaron a situaciones adversas al interior de sus propios países. ¿Por qué debemos aceptar que alguien que golpeó y descalificó lo que quiso, luego aúlle insistiendo que su sensibilidad fue herida? Eso lo hacen los bravucones cuando les contestan sus agresiones. Quienes, por cierto, en muchas ocasiones solicitan ayuda a matones más fuertes, como lo hizo Matthei con René García.
jueves, 4 de octubre de 2012
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