jueves, 28 de junio de 2012

Amenaza Para La Paz Mundial

¿A cuánto se encuentra Angela Merkel de transformarse en una amenaza para la paz y la seguridad mundiales? La verdad es que a un paso, si no lo es ya. Las insufribles medidas de austeridad que le está imponiendo al resto de la Unión Europea, ya no sólo afectan a los miembros de ese conglomerado, sino que comienzan a contagiar al resto del mundo. Y todo parece indicar que de continuar las cosas así, la humanidad completa podría caer en un despeñadero sin fondo.


Cuando ciertas potencias del primer mundo han tildado a un gobierno díscolo con esos calificativos, normalmente se refieren a situaciones locales en las cuales un determinado pueblo padece las decisiones de un líder pasado de rosca. Dicha anomalía puede darse a través de la represión o agresión armada  -Slobodan Milosevic, Saddam Hussein, Bashar Al- Assad- o por medio de declaraciones emitidas en un contexto considerado como de incitación al odio -Mahmoud Ahmanidejab-. El sentido de la argumentación radica en que si no se actúa contra el sujeto que reviste peligro, quien hasta ahora, reiteramos, sólo se limita a cometer atrocidades en su territorio de origen, el monstruo podría crecer llegando a proponerse la idea de intentar dominar el globo. O en el mejor de los casos, erigirse como una influencia negativa para el resto de la población. Así, en el caso del mencionado Milosevic, Estados Unidos, secundado por la OTAN, decidió lanzar un ataque militar contra Serbia en 1999 y de paso permitir la independencia de Kosovo, alentado por las campañas de limpieza étnica que se le atribuían a aquel jerarca, las cuales habían hecho estragos en otras zonas de la extinta Yugoslavia, como Croacia o Bosni-Herzgovina. Entonces, se arguyó que esa actitud podría tornarse una práctica tolerada y aceptable en la península de los Balcanes, donde la simbiosis entre suelo y nacionalidad, piedra angular de los Estados modernos, no está definida. En referencia a la situación del ya ajusticiado caudillo iraquí, lo condenó su intento de anexarse Kuwait allá por 1990, lo cual acarreó una histeria colectiva ante el temor de que nuevamente un cavernícola tercermundista tratara de apoderarse del planeta reviviendo las nefastas consecuencias del imperio napoleónico o la Segunda Gran Guerra. De Al-Assad, entretanto, se concluye que su forma de responder ante las manifestaciones populares podría tentar a otros a pasar por alto las normas de la democracia, al menos como se concibe ese sistema en occidente. Finalmente, el gobernante iraní hizo primero una afirmación, la negación del Holocausto, que muchos vieron como la antesala en pro del resurgimiento del antisemitismo con todo lo que eso acarrea para la supervivencia de Israel, y ante las sanciones recibidas, contestó con una amenaza de orden diplomático: el cierre del estrecho de Ormuz, resolución que cortaría un importante flujo en el tráfico de petróleo.

¿Podrían compararse las draconianas medidas de austeridad surgidas de la mente calenturienta de la Merkel con la "obra" de los líderes antes citados? En primer lugar, tales determinaciones provienen de un dogmatismo enfermizo no sólo de carácter económico sino además político, ya que la canciller alemana es una reconocida conservadora y anticomunista, que vivió muchos años en la desaparecida RDA, donde luchó contra esa ideología al alero de su padre, un pastor luterano. Por lo que se puede elaborar un paralelo con Ahmanidejab, cuya conducta deriva de su apego, muchas veces irracional, a los principios de la república islámica de los ayatolas establecida tras la revolución de 1979, la cual combina algunos de los aspectos más reaccionarios del credo musulmán con elementos de corte izquierdista, definidos así más bien por la oposición oficial que este país mantiene hacia Estados Unidos. También pueden efectuarse asociaciones con el movimiento talibán afgano. Las ya nombradas medidas están ocasionando severos estragos en las naciones vecinas, las cuales, mediante un consenso elaborado a puertas cerradas con la banca privada, han sido impedidas de ejercer su derecho a réplica, conducta que se semeja a la invasión perpetrada en 1990 por Saddam Hussein, aunque ahora no quepan armas de por medio, pero sí una situación de violencia diplomática que ha tumbado algunos gobiernos en favor de dirigentes tecnócratas que sólo están para acatar los dictámenes de Berlín. Esto da como consecuencia un despojo donde los únicos favorecidos son los empresarios bancarios alemanes, amigos personales de la propia Merkel y su partido, quienes de seguro financiaron sus campañas. Es decir, otorgar privilegios a la camarilla ubicada en el poder a costa de los demás, lo que retrotrae a las acusaciones que se le formulan a Al-Assad, que heredó el cargo de presidente de manos de su padre. Por último, está la tendencia a someter a pueblos enteros al pago de costosas hipotecas que sólo redundarán en mayor pobreza y menos empleo, vertiéndose en un caldo de cultivo para eventuales estallidos sociales, los que al parecer se pretende controlar usando a las pandillas de neonazis que como resultado de todo este hervidero están pululando a lo largo y ancho de Europa, o con reforzados sistemas de policía y legislaciones que pretenden restringir las protestas callejeras. Dato interesante como epílogo: a los territorios sometidos a tal severidad presupuestaria no se les ha limitado la compra de armamento, que por contratos anteriores proviene de suelo teutón. Incluso se los ha obligado a adquirir material bélico con la misma agresividad con que se les induce a apretarse el cinturón.

Si la amenaza para la paz mundial se mide en base a las eventuales consecuencias que una decisión de la máxima autoridad de un determinado país puede provocar en el ámbito internacional, entonces hace rato que Angela Merkel es candidata para sufrir una intervención militar. Y conste que en los casos mencionados en este artículo, sólo se intuía que las determinaciones de los respectivos líderes iban a generar estragos de nivel mayor. En cambio, la negligencia criminal de la canciller alemana está acarreando consecuencias que ya son evidentes. Descontento popular, estallidos sociales, aumento de los grupos neonazis... Es una burbuja que puede explotar incluso en la cara de los más ricos, los mismos que se sienten por encima de la recesión económica gracias a las medidas de austeridad que les permiten edificar un nuevo muro de protección entre ellos y los demás.

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