miércoles, 2 de noviembre de 2011

La Raíz de Todos los Mulos

¿Qué vuelve tan atractivo a Richard Dawkins? Bueno: es un tipo que escribe en contra de las religiones, y que basado en los errores históricos de éstas, exige que se acaben todas. O al menos, aquellas que provienen del tronco abrahámico, que en las culturas occidentales constituyen una referencia obligada cuando se quiere hablar de sistemas de creencias. Ahora: eso en ningún caso es para sorprenderse. Los ataques anticlericales ya cuentan con seis siglos de antigüedad, y algo debieron haber hecho pues hoy sus destinatarios no tienen la misma reciedumbre de antes, por lo cual no pueden ofrecer una respuesta contundente -respecto de una eventual sanción civil contra sus agresores, desde luego-. Pero el polemista de marras exhibe un rasgo adicional: es un científico, y no un simple intelectual o escritor como sucedía con la mayoría de sus antecesores, incluso con ciertos contemporáneos, como Fernando Vallejo. Y aquí confluyen tres factores interesantes: la ancestral reyerta entre las iglesias y la comunidad empirista -más artificial que real, hay que decirlo-; los sucesivos errores que hombres de fe han cometido cuando de asuntos de astronomía o de física se trata -recordar tan sólo a los curas que defendían a rabiar el sistema geocéntrico-, y la calidad de prueba irrefutable que presentan las leyes científicas, una condicionante que suele favorecer también a las teorías.

Es preciso dejar las cosas claras desde el primer momento. Los escupitajos de Dawkins no llamarían la atención de los medios masivos de comunicación de no ser porque vivimos en una época donde, tras el declive de las ideologías políticas más reconocidas -liberalismo, socialismo, etcétera-, que además fueron la directriz del grueso de las personalidades públicas del siglo pasado, han sido las religiones quienes han llenado ese vacío, recuperando un protagonismo que habían perdido, ahora como un factor aglutinante de un gran número de poblaciones, y por ende, actuando como un sucedáneo de la búsqueda del paradigma utópico común. Sin embargo, este resurgimiento trae consigo ciertas peculiaridades, ya que no es encabezado por la estructura tradicional de cada credo -que incluso, en algunas ocasiones continúa reduciendo su tamaño y su alcance, llegando a experimentar problemas de supervivencia-, sino por movimientos medianamente independientes, que pretenden retornar a los orígenes -ya que piensan que lo que existe hoy es una versión degenerada de lo fundacional-, por lo cual son capaces de sostener disputas con sus hermanos de votos que aún se apegan a fórmulas, digamos, más tradicionales. Dichas variantes de los respectivos sistemas de creencias, que en cualquier caso mantienen los elementos esenciales de éstos, aunque critiquen con denuedo las maneras establecidas para divulgarlos, se caracterizan por el intento de promover una rápida expansión, a través de una presentación bastante simple ya sea como organización o doctrina. Con el propósito de captar una mayor cantidad de adeptos, se limitan a recordar cuestiones dogmáticas por todos conocidas -recordemos: no intentan modificar las sentencias de base-, en un tono marcadamente extremista. Así ha sucedido con el éxito de las corrientes más exaltadas del islam, pero también con el cristianismo de cuño neo conservador, contenido, en el caso del catolicismo, en grupos como el Opus Dei o los Legionarios de Cristo -que prescinden de la complejidad propia de las órdenes romanistas-, o de los evangélicos, en los halcones norteamericanos y -aunque no necesariamente tengan aspiraciones políticas- en las mega congregaciones o los pastores de la abundancia.

Es esa clase de propuesta la que ofrece Richard Dawkins. Una especie de prédica que resalta, acudiendo a explicaciones muy elementales, el hecho de que su verdad es la única aceptable. Si se comparan obras suyas, por ejemplo alguno de sus documentales audiovisuales, como "La Raíz de Todos los Males", con cualquier trabajo de otros científicos divulgadores, ya sea los de Carl Sagan, Stephen Jay Gould, o incluso canales de televisión por cable como Discovery o NatGeo, ni siquiera se requiere cumplir con la totalidad de los pasos del método empírico para constatar que salen bastante trasquilados (y de qué otro modo: si ni se vale del bendito método para obtener sus conclusiones). Al libro "El Espejismo de Dios", le podemos sustituir esa palabra por espejo, remplazar unos cuantos términos por sus antónimos, y perfectamente pasaría como un escrito de Jimmy Swaggart. No existe el menor interés en dar a conocer los hallazgos que se supone beneficiarían a esa masa pobres hombres y mujeres equivocados y sumidos en la ignorancia (nota aparte: desafío a mis lectores a que me digan si hasta este renglón conocían la rama de la ciencia que practica Dawkins; personalmente debí recurrir a Wikipedia para enterarme de que es biólogo). Al contrario, todo se reduce a un sermón alarmista bien presentado, que pretende ejercer como correctivo social, expuesto con aires de líder carismático al estilo de Marcial Maciel u Osama Bin Laden. Y que repite clichés apoyándose en imágenes y datos históricos que la gente más o menos domina (por lo que la humanidad no estaría tan perdida, finalmente).

Por lo mismo cabe reiterar el concepto. Frente a hordas de musulmanes, judíos y cristianos cada vez más agresivos en sus posturas -y que claramente no constituyen la mayoría en sus respectivas religiones-, ha aparecido en el horizonte su equivalente en el mundo del ateísmo empírico, eructando panfletos tan incendiarios como los de sus contrincantes. Ignoro si será una actitud defensiva que se encuentra en la naturaleza de las personas. Pero de que es capaz de provocar daño, además de generar un ejército de seguidores fanáticos e irresponsables, es algo que se puede demostrar con pruebas científicas. A veces me pregunto si el sueño húmedo de Dawkins no consistirá en que un gorila gigantesco con la cara de Darwin lo tome en su mano y suba con él al Empire State o cualquier rascacielos en otra parte del globo. En una de ésas capaz que hasta monte un fraude al estilo del hombre de Piltdown.

                 

                                                                                                                                                             

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