martes, 25 de octubre de 2011

Iglesia Universal y Gobierno Mundial

Bastante estupor y escozor ha causado en muchos cristianos la propuesta que autoridades del Vaticano le han formulado a sus equivalentes de la ONU, de formar un gobierno mundial y un Banco Central planetario, con el fin de evitar futuras situaciones de crisis económica iguales o peores a la coyuntura que se está viviendo hoy. En los más diversos círculos, surgió el fantasma de las profecías enunciadas en el Apocalipsis, donde se asegura que en "los últimos tiempos" se buscará la subordinación de todos los habitantes de la Tierra a una administración única, que impondrá principios ajenos a la doctrina bíblica, independiente de si dicha legislación declare o no ceñirse a las enseñanzas de Jesús. Un paradigma que además irá acompañado, de manera forzosa, indisoluble e inevitable, por la supresión de las libertades individuales y el control absoluto de los ciudadanos, que deberán proclamarle obediencia ciega e incondicional a una especie de regente, grupo de poder o cargo político -depende de la interpretación- que el mismo libro de las Revelaciones denomina anticristo.

Más allá de estos vaticinios -que en cualquier caso tienen un asidero en la realidad-, existen argumentos de corte más pedestre que también permiten sospechar de este comportamiento de la iglesia católica. Que por lo demás, esconden una solapada pero sorprendente relación con las advertencias del Apocalipsis, llegando incluso a servir para una lectura lo más correcta posible del texto bíblico. Primero que nada, la propuesta es lanzada en la víspera de un nuevo aniversario del inicio de la Reforma, y a pocas horas de un encuentro ecuménico patrocinado y liderado por el papa, a efectuarse en la ciudad italiana de Asís, donde líderes religiosos de los más diferentes lugares y credos -incluyendo musulmanes, orientales y hasta agnósticos y no creyentes- emprenderán una oración conjunta por la paz mundial. Al margen de las buenas intenciones que pudiesen expresar los ingenuos convocados, el evento está planificado con la finalidad de transformarse en un gran acontecimiento mediático, orquestado por un sumo pontífice quien, al igual que su antecesor -del cual fue su brazo derecho-, experimenta una visible debilidad por los micrófonos y las cámaras de televisión. Por cierto, esta reunión tiene un segundo propósito: conmemorar otra que acaeció hace veinticinco años atrás, en la misma urbe y con un formato muy parecido, y que en su momento fue criticada porque tendía hacia el sincretismo, más que a un espíritu ecuménico.

Entre la propuesta de un gobierno mundial, y la concreción de una oración común y de carácter multi religioso, dos acontecimientos ocurridos con sólo horas de diferencia, desde luego que debe existir una concatenación. Que además no concluye ahí. La iglesia católica requiere con urgencia llamar la atención tanto de los fieles como de quienes no se identifican con ella pero que le reconocen siquiera un mínimo aspecto positivo. Lastrados por su actual situación de desprestigio, cuya cara más distinguible son los casos de pedofilia, pero que encuentra causas en una interminable serie de delitos y crímenes históricos, aparte de su irracional y cada vez más injustificable defensa de principios de moralina sexual: los sacerdotes están sufriendo un descrédito que se traduce en la huida sistemática de miembros desde el redil romanista hacia otras confesiones, ya sean cristianas o no, con la merma económica que aquello implica. Sin contar que los medios masivos de comunicación -los mismos a los cuales han sido tan asiduos los dos más recientes papas- les han perdido no sólo el miedo, sino también el respeto, llegando a exponerlos directamente como objetos dignos de burla o como la muestra más cabal de un anacronismo que debiera ser desterrado de la sociedad. Entonces, lo que se buscaría con estos actos espectaculares sería recuperar el terreno perdido, y volver a ser la organización poderosa que se hacía oír por los líderes mundiales, quienes en varias oportunidades siguieron sus consejos, mejor dicho sus órdenes, al pie de la letra.

Se trataría de demostrar que la iglesia católica es la única institución con una estructura lo suficientemente sólida, capaz de superar las malas prácticas de determinados integrantes -a pesar que tales "determinados" constituyan la mayoría y den a suponer que la podredumbre es generalizada y general-, y por lo tanto, la única con la facultad de entregar las garantías sólidas para acometer desafíos tan magnánimos como la paz mundial o la solución de la crisis financiera (que desde un cierto punto de vista, es un camino alternativo hacia la mencionada paz mundial). Quedando claro que los evangélicos, por ejemplo, no están en condiciones de ofrecer una seguridad semejantes, pues a poco de conmemorar el día más importante de su fe, no sólo no han aprovechado la ocasión, sino que se han visto sobrepasados. Fuera de que la opción de convocar a una oración ecuménica se difunde con el rostro afable que exige la coyuntura, tornándose un alternativa atractiva frente a salidas de madre como los extremistas del islam. Un credo que por cierto está ganando una mayor cantidad de adherentes en los países más desarrollados, y no precisamente a través de sus variantes más agresivas, y disminuyendo todavía más la feligresía romanista y sus consiguientes aportes pecuniarios. Al respecto, para la reunión de Asís, y no obstante la sonrisa conciliadora, no se le permitió participar a una congregación de musulmanes egipcios que no condenó una masacre de coptos acontecida en ese país en diciembre pasado. Quizás quepa aquí una añoranza por las épocas de la Inquisición y la hoguera, a través de un gobierno mundial que pudiese tener a la iglesia universal como la oficial.

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