miércoles, 6 de julio de 2011

Millonario y Paria

Aunque es natural que produzca una sensación de ira, la actitud del empresario Francisco Javier Errázuriz, quien mediante engaños reclutó a un grupo de ciudadanos paraguayos para que trabajasen en sus fundos bajo un régimen informal de esclavitud, no debiera causar sorpresa, al menos entre las personas informadas. Estas prácticas son bastante comunes en países del Primer Mundo, donde abundan los inescrupulosos que se aprovechan de la ingenuidad, la ignorancia y las necesidades de los inmigrantes para pasar por alto la legislación laboral que impera en tales territorios, que en muchos casos es bastante rígida. Lo que ocurre es que en Chile aún no estamos acostumbrados a la presencia abundante de extranjeros pobres que abandonan sus lugares de origen por motivaciones laborales, ya que el único fenómeno que se ha dado al respecto, el de los peruanos, se circunscribe al ámbito de las viviendas particulares -empleadas domésticas, jardineros-, en vez de las compañías de mediano o gran tamaño. Y por lo mismo, estos abusos corren el riesgo de pasar desapercibidos, como estuvo a punto de suceder en este caso, aunque las autoridades intenten hacer creer lo contrario, incluso lanzando diatribas insultantes contra el vilipendiado hacendado.

Una atribución que no les resulta difícil de ejercer, aunque se trate de representantes de un gobierno de derechas. Incluso, dicha condición se ha transformado en el impulso para tomarse esas licencias. Exclusivamente, por el historial de la persona que tienen enfrente. Francisco Javier Errázuriz, alias Fra Fra, sujeto pintoresco y estrafalario, cuyo apellido y fortuna de seguro heredada (pese a declarar alguna vez que "empezó con dos pollitos"), ha permitido que sus excentricidades sean tratadas por la opinión pública como anécdotas propias de un tipo frívolo -de cualquier manera, sin salir de los márgenes que impone el modelo del terrateniente rural chileno-, en lugar de enviarlo a la hoguera como agitador o desquiciado mental, que son las alternativas para cualquier ciudadano pedestre que opta por seguir una conducta similar. Este malhadado empresario, antecediendo en una década a Sebsatián Piñera, se dejó impregnar por ese mesianismo que de tarde en tarde se posesiona de ciertos individuos que creen que por tener abundantes sumas de dinero y una importante cantidad de empleados a su cargo, están capacitados para salvar al mundo, o cuando menos, inyectarle ideas frescas capaces de volver a encaminarlo por el recto sendero. Y decidió incursionar en la política, como un frustrado candidato presidencial en las elecciones de 1989 -las que garantizaban el retorno a la democracia, faltaba más- y cuatro años más tarde, ahora sí con éxito, en una tentativa de ingresar al Senado, la cual le acarreó más sinsabores que alegrías -fue desaforado a mitad de su periodo tras un confuso incidente en una de sus propiedades, donde agredió al abogado de una firma eléctrica-. Entretanto formó su propio partido, y condujo su proyecto como una simple ambición personal. En una época en que sus pares preferían el bajo perfil, apoyando con recursos monetarios a aquellos parlamentarios cuyo pensamiento fuese afín a sus intereses, o buscaban dar una imagen de solidarios y generosos entregando limosnas a fundaciones patrocinadas por la iglesia católica: Errázuriz mostraba una debilidad morbosa por las pantallas de televisión, y gustaba de medir el cariño de los habitantes comunes y corrientes a través de las urnas.

Una situación que desde el principio irritó a los integrantes de la derecha más "canónica", englobada tras el fin de la dictadura en la UDI y Renovación Nacional. De partida, con la ya mencionada aventura de 1989, en que le restó votos no sólo al aspirante "oficial" de los conservadores, sino también a su lista parlamentaria. Toda vez que su campaña se basó en atacar a dicho candidato, en lugar de dirigirse contra el abanderado de la entonces oposición. Además era innegable que poseía un carisma y una simpatía que, si bien ya resultaban tediosas y risibles en esos tiempos, igual le permitían un curioso acercamiento a la gente (lo que a la larga dio sus frutos, pues obtuvo un quince por ciento de los sufragios). Y por si todo eso fuera poco, a la vez que llenaba su discurso de frases tan populistas como publicitarias (¿recuerdan eso de "terminar con la UF en cinco minutos"?), manifestaba abiertamente su admiración por Pinochet, de quien los demás derechistas intentaban desmarcarse con desesperación, a fin de no recibir un severo castigo en la papeleta. Es cierto que en la siguiente elección, la de 1993, las dos corrientes acordaron un pacto y así Errázuriz pudo ganar una plaza de senador en gran parte gracias a que participó como miembro de la lista conservadora. Sin embargo, de nuevo las ambiciones personales del empresario, en un ambiente lleno de egos, pero dispuestos a inclinarse y a actuar en grupo si eso les permite hacerse más ricos, lo enviaron a la condición de rey ermitaño. Sus correligionarios más "ortodoxos" (no tanto por afinidad ideológica, sino más bien por un consenso mayoritario en torno a los poderes económicos), terminaron por regresar las ayudas monetarias a su seno, menoscabando la fuerza de Fra Fra. Cuando acaeció su desafuero, pese a quedar con un parlamentario menos, la derecha tradicional reaccionó con total indiferencia: la sensación que se respiraba en ese bloque era que se habían liberado de una carga que no significaba ningún aporte y sólo les disputaba un electorado cautivo.

Al igual que muchos grandes empresarios y personeros derechistas, Fra Fra es un explotador indeseable. Pero además es un tipo demasiado estúpido como para incursionar en política. Que un ministro de un gobierno conservador las emprenda contra él, poniéndolo como el prototipo de un mal ejemplo, es un hecho absolutamente esperable. Si lo analizamos al pasar, notaremos que Sebastián Piñera no lo hace mejor. Sin embargo, su acceso al poder significó realizar sacrificios dolorosos, tanto de él como del entorno que lo rodea, con el propósito de instalar a uno de los suyos en la primera magistratura, y desde ahí beneficiar a todo el conjunto. Errázuriz, en cambio, permaneció en esa burbuja egocéntrica del que se siente predestinado a dirigir un país porque es rico, tiene apellido vinoso y algunos de sus antepasados ya fueron presidentes. De hecho, su colega, abrumado y sobrepasado por las protestas, está experimentando en carne propia las consecuencias de esta osadía. Francisco Javier, en cambio, remató en una situación aún peor: no cumplió su sueño, y fuera de eso, su intransigencia sólo le ha servido para sentarse una y otra vez en el banquillo de los acusados.

                                                             

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