miércoles, 13 de julio de 2011

Saludos A Sudán del Sur

Hasta que la Unión Africana se puso los pantalones y decidió apoyar a un pueblo en su afán de autodeterminación. Bueno: ignoro si habrá actuado con total voluntad; pues al parecer, Sudán del Sur, territorio que confirmó su independencia recién esta semana, le debe una parte importante de su existencia a la presión ejercida por Estados Unidos y los miembros de otra unión, la Europea, quienes, lejos de un sentimiento altruista, estaban más motivados por la riqueza petrolera de la zona. Pero de cualquier forma, es recomendable reiterar el aplauso para los dirigentes del llamado continente negro, que por fin optaron por romper con ese principio que les impedía modificar las fronteras trazadas por las potencias coloniales, so pretexto de que tal conducta era un caldo de cultivo para los conflictos (como si esa región del mundo hubiese vivido en paz durante los últimos cincuenta años).

Ya que en el caso de Sudán, aplicar una convención como ésa no sólo constituía un absurdo que pasaba por alto la realidad humana de aquellas localidades (bueno: que en África se tomen decisiones que tiendan a favorecer a sus pueblos antes que a los intereses geopolíticos de los dictadores de turno o de las naciones extra continentales, es una ilusión bastante peregrina). Sino porque además, la unificación del territorio era el resultado de una aberrante determinación de los británicos, quienes, aprovechando que podían suprimir una línea en el mapa, y en base a cálculos mezquinos que no viene al caso recordar -y que fueron muy bien cubiertos con los subterfugios de siempre-, fundieron dos colonias que administraban de forma separada, a las cuales además habían dotado de identidades propias, en una sola entidad, a la que enseguida le concedieron la independencia. Y no se trata de un hecho aislado: en Libia obraron de manera muy similar, armando una antigua dependencia a otra de posesión italiana, arrebatada a los peninsulares tras la Segunda Guerra Mundial, y cediéndola luego a una inverosímil monarquía títere, que tras un sinnúmero de desaciertos acabó derrocada por los militares encabezados por Muanmar Al-Khaddaffi en 1969. Mientras que a Camerún fue conformado a partir de fragmentos de habla francesa e inglesa, lo que ha impulsado a estos últimos, que son minoría, a sostener una lucha separatista con el autoritario gobierno central. Otras metrópolis no lo hicieron mejor: por ejemplo, los portugueses incorporaron arbitrariamente Cabinda a Angola, alegando que era un enclave demasiado pequeño y en consecuencia inviable. Y en Somalia, franceses, británicos e italianos se confabularon para crear un país que es primera plana producto de sus guerras civiles, sus hambrunas y su inestabilidad política.

Es significativo constatar, al respecto, y como ya se mencionó en el párrafo anterior, que la identidad de Sudán del Sur, que le ha permitido adquirir una justificación de peso en favor de su independencia, haya sido moldeada por los invasores, tanto asiáticos -los árabes y los turcos- como europeos. De hecho la totalidad del territorio sudanés, tanto septentrional como meridional, es una amalgama de etnias cada una con sus propias y ancestrales tradiciones. Lo que identifica a ambas partes y que a la postre constituye su principal fuerza de sinergia, es la religión, que casi en su totalidad es una influencia de quienes dominaron la región en diferentes periodos de su historia. Así, el norte, el Sudán propiamente tal, es musulmán, mientras que en el nuevo Estado se profesan distintas corrientes del cristianismo, principalmente un catolicismo con raíces animistas, y en menor medida la fe evangélica traída por misioneros... ingleses, lo cual sirvió además para imponer el idioma de los británicos como lengua franca, al tiempo que en el norte se imponía el árabe. Más aún: si bien esta partición soluciona uno de los conflictos más importantes en la zona, queda por resolver otros embrollos todavía más complejos. De partida, que Sudán tenga un sistema federal tan artificial que no lo respeta nadie, es una señal del prácticamente nulo nivel de entendimiento que han conseguido sus habitantes. Aún está pendiente el problema de Darfour, a lo que se debe agregar el limbo en que están ubicadas tres provincias, que aún no deciden a cuál entidad soberana integrarse (o si también optan, a su vez, por la independencia). En resumen, les debemos a las potencias coloniales la existencia de dos naciones completamente autónomas cuyos nombres comparten buena parte de sus respectivas  morfologías, algo anómalo de acuerdo a los preceptos del Estado nacional.

Sin embargo, y a riesgo de tornarse majadero, no queda sino reiterar las felicitaciones a la Unión Africana por haber roto, siquiera por una ocasión, un principio insostenible que además está cargado de incoherencias. Desde luego, también saludar a la población de Sudán del Sur, cuya independencia estaba bien merecida hace ya un buen tiempo. Y recomendarles que tengan un raciocinio paciente y acertado, donde la urgencia de superar los altos índices de pobreza no se transforme en la causa que los aliente a ceder de modo fácil sus enormes riquezas minerales a los ambiciosos consorcios europeos y norteamericanos. Por último, esperar que una determinación así se replique con los casos, entre otros, de Sáhara, Somalilandia o Ambazonia, que es mejor destruir las barbaridades cometidas por el Viejo Mundo -donde pululan, justamente, los descendientes de los originales bárbaros- antes que seguir tiñendo al continente negro del rojo de la sangre.

                                   

                                                                                                   

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