jueves, 21 de julio de 2011

Delincuentes Con Micrófono

Cuando en cada uno de los diversos medios masivos de prensa del mundo se ha abordado el caso de espionaje telefónico protagonizado por el semanario británico "News Of The World", los locutores de turno se han apresurado en afirmar, casi al unísono, que se trataba de un tabloide sensacionalista y amarillista, donde los distintos temas eran descritos con un tono más próximo a la farándula que al periodismo serio. Ninguno se ha detenido en el hecho de que aquel periódico era propiedad del magnate de las comunicaciones Rupert Murdock, dueño entre otras empresas del rubro, de la cadena Fox. Efectivamente es mencionado siempre que se regresa al asunto, pues al fin y al cabo forma parte de la noticia. Pero no se le ha dado la profundidad que el detalle requiere. En especial, tratándose de una persona con convicciones bastante definidas -conservadurismo político, nuevo liberalismo económico- que ha empleado su enorme poder e influencia con el propósito de inclinar la balanza en favor de resoluciones o de candidatos presidenciales que sean afines a su pensamiento social. Entre estas últimas, la del actual primer ministro inglés, David Cameron, cuyo triunfo en las urnas se debe en buena parte a las editoriales emanadas desde las dependencias del mencionado Murdock, que supieron sintetizar el descontento de la población ante la crisis financiera y las aventuras bélicas de la administración anterior con las ansias de un cambio al estilo de la propuesta de Barack Obama en Estados Unidos. Precisamente, en el marco de lo que se suele calificar como "ironías del destino", el propio Cameron ha debido comparecer ante el parlamento del Reino Unido, que está investigando el escándalo, para que el lazo que lo unía más allá de la figura de quien siempre ha considerado como un amigo personal.

En una sociedad calificada de civilizada, donde la democracia y las libertades individuales fungen como elementos primordiales de su concepción, se le ha delegado a la prensa la responsabilidad de investigar y fiscalizar el trabajo de los llamados "hombres públicos" ya fuesen éstos políticos, empresarios, ministros religiosos o incluso personas ligadas al ambiente del espectáculo, el deporte o la ciencia cuando su posición los torna potenciales líderes de opinión. La labor de los periodistas, y por consiguiente de los medios de comunicación para los cuales trabajan, en este contexto, sería desenmascarar los actos turbios de estos sujetos, y por supuesto censurarlos, ya sus decisiones pueden afectar a pueblos enteros. Son los garantes del derecho a la información, uno de los pilares fundamentales en los cuales se sustenta la democracia liberal occidental. Y diversos acontecimientos les han permitido reforzar esa labor de vigía. Por ejemplo, el descubrimiento de las estafas llevadas a cabo por el inquisidor senador McCarthy, al mismo tiempo impulsaba su cruzada contra los intelectuales de izquierda a través de la Comisión de Actividades Anti Americanas. O el caso Watergate, donde curiosamente en relación con el bochorno que motiva este artículo, fue denunciado un espionaje telefónico a gran escala, ordenado nada menos que por el presidente estadounidense de la época. Se trata de hitos que derribaron a representantes de poderes tradicionales, tanto por su abolengo como por su inclinación ideológica -conservadurismo a ultranza, con elementos fascistas-. Y que las diferentes cátedras que imparten esta profesión han resaltado como símbolos y modelos a seguir.

No obstante, la prensa, como toda actividad humana, puede llegar a constituirse como un negocio rentable. Y prueba de ello es que han existido muchos magnates del rubro con anterioridad a Rupert Murdock. Cuyo poder también ha traído consecuencias nefastas, como los ataques que W.R. Hearst orquestó contra el cineasta Orson Welles y su película Citizen Kane, porque le pareció que el argumento de ésta hacía un paralelismo con su no muy apreciable vida. Sin embargo, adicionalmente los mismos integrantes de esa tradición conservadora y ancestral que ven que sus privilegios pueden correr peligro con la libre información, deciden participar en el juego como estrategia para salvaguardar sus intereses, y optan por apropiarse, mediante la compraventa, de los medios masivos de comunicación. Gracias a tales prácticas, han conseguido, en más de una ocasión, dar el puñetazo de vuelta y conseguir que periodistas a su servicio delaten las conductas inadecuadas de personajes de sello progresista o que pertenecen a algún colectivo identificado con la izquierda. De esa forma se han derribado gobiernos socialdemócratas como el de Françoise Miterrand en Francia, el de Felipe González  en España o el de Romano Prodi en Italia (con el añadido en este último país, de que el opositor político era además dueño de una cadena de diarios, radios y estaciones de televisión, y que tras la caída de su adversario se presentó a los comicios y ganó). Y todos quienes propiciaron estas caídas -y los grupos que los apoyaban- usaron como referencia los incidentes citados en el párrafo anterior. Nadie niega que en todas estas situaciones, estábamos en presencia de profesionales honestos que dieron a conocer hechos inaceptables. Sin embargo, las entidades a las cuales les respondían se hallaban bastante lejos de la imagen más idealizada de la prensa, ya que ahora se trataba de enormes consorcios, que acumulaban tanto poder como las esferas públicas a las que solían enfrentarse.

Lo que los impulsó a efectuar el procedimiento estándar entre dos corporaciones que se observan en igualdad de condiciones: se asociaron. Y así los medios de prensa se transformaron en una víctima más de la corrupción que conlleva el poder. Se convirtieron en otra instancia pública susceptible de ser investigada, pero con la amenaza ya superada porque se trataba de una tarea que les era designada justamente a ellos. Dependían mutuamente para preservar sus respectivos privilegios, alianza que era asegurada a través de los avisos publicitarios. Y quizá, la mayor expresión de podredumbre entre los periodistas sea el sensacionalismo, que tal como el enriquecimiento ilícito en que suelen incurrir los políticos, es una conducta motivada por la ambición del dinero, ya que se pueden vender más ejemplares con temáticas que no requieren demasiado esfuerzo, tanto de parte del redactor como del lector, y que por ende constituyen una excelente vía de entretenimiento barato y fácil. Luego, ya traspasada la "falta a la ética profesional", cometer un delito es algo no tan cuestionable (así ha ocurrido con los curas pedófilos, por lo demás); al menos no si está relacionado con un aspecto del oficio, o en su defecto con una visión distorsionada de él. Aunque, a modo de conclusión, no se puede dejar de aplaudir a la prensa que ausculta y denuncia. En este caso también, porque fue otro periódico inglés el que destapó el escándalo de marras, pasando por alto el principio de la lealtad entre colegas, cuestión que los periodistas parece que tienen grabada como una declaración de principios, arguyendo que la estrategia de dividir para vencer es impulsada por ciertos grupos interesados en entorpecer su labor "altruista" de buscar una sociedad más transparente. Bueno: la defensa entre corporaciones es otro signo de corrupción. Es de esperar que los futuros reporteros obren así y no se esmeren en proteger a los delincuentes con micrófono y grabadora, que son minoría, pero están ahí, al igual que los delincuentes con placa entre los policías o los ladrones de cuello y corbata entre la gente de altos ingresos. Y a los que también hay que desenmascarar.

                                                                                                                                         

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