miércoles, 22 de junio de 2011

La Tirria Con Ollanta

¿Qué tienen los ricos peruanos con Ollanta Humala? Ya antes de haber sido elegido presidente de ese país, cada vez que una encuesta anticipaba su triunfo, la bolsa de comercio de Lima caía a niveles inverosímiles y los principales medios masivos de comunicación se saturaban de analistas que auguraban el peor futuro posible, si el ex militar finalmente ganaba los comicios. Ni hablar de cuando se confirmó su victoria: ahí el desplome de los mercados locales llegó a tal extremo que movió a pensar en una sucia trama  golpista disfrazada de especulación financiera -la cual, además, desde muy lejos olía a artificial-. Todo, para más remate, tratado con el morbo que caracteriza a una elección con resultado estrecho. Mientras, en la vereda de enfrente, aquellos sondeos que le adjudicaban la magistratura a Keiko Fujimori, su rival en el balotaje, hacían que los mismos actores respiraran con alivio. Al punto que muchos aseveran que dichos estudios eran falsos y fueron publicados con la intención de calmar a estos personajes, y de paso, introducir una forma poco convencional de campaña política, en una batalla que desde el principio se presentó como muy reñida.

Ollanta Humala era un declarado candidato de izquierda, amigo personal tanto de Hugo Chávez como de Lula da Silva. Aunque, por su condición de uniformado, ha adoptado posiciones populistas y nacionalistas en el sentido chovinista del término, las que de todas formas suavizó en los últimos mítines con el propósito de ser visto como un socialdemócrata y así ganarse a los votantes moderados e independientes en el concepto de la adhesión partidista. Sin embargo, si auscultamos su campaña electoral, a partir del primer discurso -incluso si tomamos como antecedente su labor proselitista de 2006, cuando también alcanzó la segunda vuelta, aunque en esa oportunidad perdió frente a Alan García-, bastan las primeras lecturas para darse cuenta que sus palabras no contienen exaltaciones belicistas y patrioteras propias de un milico con las balas ya no en la cabeza sino en la mente. Tampoco existe la idea de abolir la  propiedad privada o de aplicar un sistema comunista estalinista, como lo planteaban los oligarcas peruanos. En lo que sí se insiste es en una mejor distribución del ingreso, conducta necesaria en un país con estruendosas cifras  de crecimiento pero con igualmente altos niveles de pobreza y desnutrición y mortalidad infantiles. Un estado de cosas del cual gozan los más privilegiados y cuya posible corrección -ni siquiera modificación leve y mucho menos cambio radical- era la real causa que activaba su miedo. Temor que los arrastraba a utilizar toda su artillería monetaria para convencer a los indecisos en favor de Keiko Fujimori, la hija de un infame tirano que durante toda la década de 1990 sumió a la nación del Rímac en la miseria, el oscurantismo y la corrupción: régimen en el cual ella participó con denodado entusiasmo, convirtiéndose en cómplice de las atrocidades cometidas por su padre.

Y es que la devoción propugnada por los magnates peruanos hacia Alberto Fujimori llega a los extremos de la obcecación ideológica, el mismo vicio que los derechistas liberales y pragmáticos le achacan a los simpatizantes de izquierda, a quienes acusan de mantenerse en su ceguera a pesar del derrumbe de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín. Porque "Chinochet" como el ciudadano pedestre de ese país llama de manera acertada al hoy encarcelado ex dictador, agrupó en su gobierno todas las características que se le atribuyen al "perfecto idiota latinoamericano", un concepto inventado en el propio Perú por Álvaro, el hijo del premio Nobel Mario Vargas Llosa -famoso, aparte de la calidad de sus novelas, por primero aplaudir la Revolución Cubana y al poco tiempo después atacarla ferozmente-, una frase que intenta integrar a los militares fascistas que hacia los 1970 pulularon en América Latina bajo la doctrina de la seguridad nacional; pero que en la práctica se agota tras apuntar con el dedo a Fidel Castro y quienes se han inspirado en su guerrilla. Para empezar, nunca creó instancias que favorecieran el progreso de los representantes de las clases más desposeídas de su nación, y sus programas sociales si es que así se les puede llamar, se reducían a la entrega gratuita y periódica de ropa, muebles y otros artículos materiales: es decir, el regreso de una práctica reiterada en la historia de esta parte del mundo y condenada con justicia por personeros de todas las tendencias partidistas, que entre otros apelativos, la han calificado precisamente de populismo. Actitud llevada a cabo con una inmensa irresponsabilidad, sin reparar en el gasto fiscal, lo cual empujó al Estado peruano a la bancarrota. Hecho incluidos en el programa gubernamental de Keiko, a los cuales el huevo de la serpiente se refería con manifiesto orgullo.

Sin embargo, los acaudalados peruanos, con el fin de evitar la obligación de ceder una ínfima porción de su poder, han obrado con esa misma testarudez ideológica que suelen identificar en los movimientos izquierdistas para más tarde atacarlos. Aunque las medidas de Keiko ya fueron probadas en el país con resultados tan nefastos como los del comunismo europeo. Situación que empero no les importa porque en aquella ocasión no sufrieron demasiado y quizá ahora el sistema tampoco les pasaría la cuenta. Pues los Fujimori jamás han demostrado interés en corregirlo. Más aún: Alberto ahogó los reclamos en sangre, con el pretexto de neutralizar a los movimientos armados como Sendero Luminoso o Tupac Amaru. Y ya sabemos que el flujo fiduiciario sólo se lleva bien con la democracia cuando puede usarla para sus propios propósitos.
                               

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