miércoles, 4 de mayo de 2011

Policías Con Exceso de Confianza

La muerte de una carabinero, arrollada en su patrulla por un adolescente que conducía un camión robado, ha hecho regresar al debate una pregunta que se formula el grueso de los ciudadanos comunes y corrientes de este país, y que estuvo en boga hace sólo unas semanas atrás, cuando dos miembros de investigaciones fueron acribillados por el pistolero Italo Nolli: ¿ por qué, pese a la protección que el Estado le ha entregado a los policías, aumentando las penas para quienes los agreden, empero continúan sucediendo estos hechos? No faltan aquellos, por desgracia también entre los funcionarios de gobierno, que entregan una respuesta tan rápida como poco reflexionada a los medios de comunicación: las sanciones para esta clase de actos siguen siendo bajas, y por ende se requiere que de una vez por todas entre la verdadera mano dura.

Convendría que quienes sólo ven en la "lucha contra la delincuencia" un horizonte colmado de medidas represivas, se detuvieran por unos instantes a analizar las causas de lo que, en términos técnicos, fue un desgraciado accidente automovilístico, que como casi todos esos incidentes, se produjo por una falla humana derivada de la irresponsabilidad de quienes estaban al volante. En especial, porque el conductor de la patrulla -que no era la malograda carabinero: de hecho viajaban tres personas en el vehículo-, en una acción tan temeraria como estúpida, se cruzó por delante del camión que además iba a alta velocidad en plena carretera. Lo más probable es que ese policía haya esperado que el improvisado chofer del tráiler, por el sólo hecho de encontrarse a bocajarro con un puñado de representantes de la ley, detuviera su alocada carrera y se entregara, pensando en las serias consecuencias que le podría acarrear el ataque a un grupo de uniformados que, otrosí, podían alegar resistencia al arresto. Pero no discurrieron que cuando los niveles de adrenalina están por encima de la media, no queda espacio para contar hasta diez. Y si se le agrega una persecución de coches y todas las emociones ocultas que se despiertan en tales incidentes -y basta ver los programas sensacionalistas de la televisión norteamericana para notarlo- los resultados de una determinación incorrecta podrían ser muy negativos. Fuera de que hablábamos de un muchacho de quince años, una edad que requiere de consideraciones adicionales. Incluso, el alto mando de Carabineros prometió una investigación al procedimiento utilizado por sus tres integrantes, lo cual deja entrever que existe desagrado con lo que pasó y que se le puede traspasar parte de la culpa a los compañeros de la funcionaria fallecida.

Tal vez, las anomalías radiquen en ese blindaje jurídico que desde los distintos gobiernos se le ha venido otorgando a los policías. Pues en el caso que nos atañe, es evidente que hubo un descuido de los carabineros motivado a su vez por un laxo exceso de confianza. El conductor de la patrulla quiso detener al adolescente con su muro de protección legal, y lo más probable es que ni siquiera concibió la idea de que el joven caco iba finalmente a echarles el camión encima. Lo que además puede ser calificado como una demostración de incompetencia, pues a esa velocidad y considerando la distancia entre ambos vehículos el choque era inevitable, incluso si el mozalbete hubiese frenado el tráiler. Ya que lo mencionamos: de cierta manera los detectives asesinados hace ya casi un mes también cometieron la imprudencia de ser demasiado confianzudos. Intentaron detener a un sujeto con la guardia baja y bastante displicencia, henchidos por la seguridad de que al afectado le iba a temblar la mano al momento de oprimir el gatillo, porque no trataba con semejantes sino con efectivos del Estado dotados de un poderoso escudo de resguardo. En circunstancia que, antes de salir a las calles, los guardas del orden público debieran recibir algunos cursillos de sociología y biología, pues así entenderían que cuando uno se siente acorralado y desesperado ante una fuerza que lo desafía, no hay amenaza de cárcel ni pena de muerte que valga.

Lamentablemente, al parecer se está imponiendo la idea expuesta al inicio de este artículo, respecto de que las sanciones contra quienes agreden a policías aún son muy permisivas y por ende es imprescindible aumentarlas. O al menos eso demuestran declaraciones inefables como la emitida días atrás por el ministro del interior, quien afirmó, ante los micrófonos de una radio, que la vida de guardia público es más valiosa que la de cualquier otro ciudadano. Así, tendremos un efecto de escalada que sólo engendrará actos más violentos, pues los delincuentes intentarán contrarrestar una acechanza todavía más poderosa. Pero en fin. Si la situación puede ser sorteada gracias a hechos fortuitos, como que Italo Nolli fue abatido por los mismos policías de investigaciones, o que el causante del accidente era un mocoso de quince años que por su condición de menor de edad se eximirá de recibir penas más duras, entonces esperemos el próximo incidente de esta naturaleza. Y que de nuevo oigamos los sollozos a través de los medios de comunicación -los de los familiares del difunto y de los periodistas- y a las autoridades espetando frases incendiarias como George W. Bush tras los atentados a las Torres Gemelas. Total: a veces resulta beneficioso inculcar el miedo colectivo y tener a algunos maleantes sueltos.

                                                 

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