miércoles, 30 de marzo de 2011

Las Alturas Que Ciegan

Que Robinson Crusoe vivió náufrago en Juan Fernández; que Chile se independizó hace quinientos años; que Nicanor Parra ya ha fallecido; que Tusunami Marepoto; que Alemania sobre todo... Se podría escribir un artículo completo con el listado de desaciertos verbales que Sebastián Piñera ha cometido durante estos catorce meses que lleva de legislatura, y sin necesidad de añadir las siempre imprescindibles correcciones. Es que tales incidentes hablan por sí solos de la calidad del gobernante que fue votado por los chilenos en enero de 2010. Y deberíamos añadir, el hecho de que no provoquen un debate serio, sino una sarta de comentarios bufonescos cada cual más vacío, que no afectan en nada el estatus de su emisor, es una muestra de la mediocridad política y social en la que ha caído el electorado de este país.

 Las barbaridades del presidente se pueden explicar como una consecuencia lógica de sus características externas. Es decir, en el hecho de que se trata de un hombre rico que además ha logrado acceder a la primera magistratura. Pese a que cuenta con un tono de voz, una postura física y un estilo para dirigirse a las masas absolutamente propios, que se conforman como integrantes de una personalidad particular: a fin de cuentas ésta no puede sustraerse de la caricatura de ese millonario engreído que se pasea con las manos en la panza y se ríe como Papá Noel. Piñera es algo así como la versión tercermundista, post moderna -adaptando ese concepto a la historia del capitalismo liberal: desde Adam Smith a Milton Friedman- y latinoamericana de ese estereotipo -en una sociedad que no se reconoce como parte América Latina, sino que muy por el contrario, pretende ser una inserción de la cultura europea y norteamericana dentro del subcontinente-. Sin embargo, ambas situaciones son motivadas por un defecto común. Y sus consecuencias, si bien pueden ser diferentes, a la larga arrojan resultados muy similares.

 Son individuos que creen que por ser acaudalados, por haber tenido éxito (económico) casi sin ningún revés en la vida, pertenecer a una determinada clase social; tener una relación más o menos familiar con algún sacerdote de prestigio: la sabiduría y el conocimiento les va a entrar por ósmosis. En el caso especial de Piñera, su condición de presidente de un país que privilegia el libre mercado y donde el capitalismo liberal se aplica a rajatabla en su versión más violenta, le permite darse unos toques adicionales de osadía. Él es la máxima autoridad, que carga una de las mayores fortunas de Sudamérica, cuya asunción además cuenta con un cierto simbolismo histórico -fue el primer candidato derechista elegido en más de cincuenta años-; y por lo tanto lo que emane de su boca tiene un significado porque proviene de una iluminación. Aunque sus opiniones se basen en burdos errores de documentación, a veces corregidos en el mismo momento. Nada importa pues es un sujeto que tiene la facultad exclusiva para tomarse tales licencias.

La actitud de Piñera es la de un sabihondo. Un tipo que por contar con alguna característica sobresaliente -en este caso su riqueza monetaria- se atribuye el derecho de meterse en una conversación y entregar "aportes" presentados como sentencias conclusivas pese que se basan en datos evidentemente equivocados. Son intervenciones emitidas desde las alturas, desde donde el gran señor desciende con el propósito de enterarse de los problemas de las hormigas, y entregarles la sensación de que al menos por algunos minutos se interesa en ellos. Sebastián, surcando los cielos montado en su helicóptero conducido por un chofer contratado, otea y piensa que la tierra es tan minúscula e insignificante que ni siquiera se merece un paseo por sus bibliotecas o sus intelectuales. Que es suficiente con transmitir lo que ha concluido tras interpretar la trayectoria de las nubes, las mismas que lo enceguecen cuando se colocan entre el suelo y su medio de transporte.

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