jueves, 7 de abril de 2011

La Secta de Una Servidora Pública

Es curioso lo de Jacqueline van Rysselbergue, la recién depuesta intendente del Bío-Bío. No porque sea una representante de la moralina católica más rancia y acaudalada que al final no practica lo que predica, pues esto ya no constituye ninguna novedad. Sino por el modo de ejercer autoridad que impuso tanto en el municipio de Concepción como en el cargo que acaba de abandonar. A través de un grupo de unos diez asesores, varios de ellos completamente iletrados, pero igualmente incondicionales de su persona, a quienes reclutó en sus primeras campañas electorales y con los cuales ha mantenido una relación de mutua confianza. Tipos sin preparación académica, obnubilados por el aspecto físico de su jefa así como de su exótico apellido y de sus triunfos en las urnas.

                             Es interesante porque es de esa forma que se arman las sectas religiosas. Un líder carismático reúne en torno de sí reúne un puñado de escogidos que extrae de las peores cloacas, a fin de que le aseguren una obediencia irrestricta gracias a la condición de ascendencia. A poco andar, dichos elegidos se transforman en los lugartenientes de su maestro, ayudándolo a integrar más personas -que permanecerán para siempre en un estrato inferior- y a estructurar la disciplina dentro de la organización -siempre con métodos autoritarios-. Un aparataje piramidal creado por este grupúsculo con el propósito de beneficiarlos sólo a ellos, pero que es sostenido a ciegas por la masa que se encuentra en el escalafón más bajo, en gran parte por el poder de convencimiento de la cabeza principal, que con palabras edulcuradas y misérrimos regalos -que después de todo son mejor que no tener nada- logra aglutinar a un conjunto que desde el punto de vista del sentido común parece ilógico.

                                                                                                    Pues bien ¿Cómo la van Rysselbergue consiguió su ascenso? Primero contaba con carisma -quién más que un político puede mostrar ese atributo-, el cual le permitió aprovechar una serie de rasgos propios a su favor, entre los cuales están los mencionados hechos del apellido y la reciedumbre física, esta última incólume pese a los seis hijos que parió ( y cuya firmeza fue capaz de traspasar a su desempeño profesional, por ejemplo cuando rechazó tomarse el periodo post natal a pesar de que por ley era irrenunciable). Pero también, el hecho de provenir de la clase alta y estar vinculada a los círculos conservadores y oligárquicos de la iglesia católica, factores que impulsan a los ciudadanos comunes y corrientes a mirar hacia arriba, tanto en el sentido social como en el espiritual. También usufructuó de su condición de mujer, quizá de todos los atributos de los que se valió, el único que despierta un complejo de inferioridad, más aún si se pertenece a un sector reaccionario. Sin embargo, aquí se identificó como la pobre que avanzaba en medio de un ambiente masculino y aún así continuaba amamantando a sus bebés. No digo triunfaba, porque en lugar de los méritos apeló a la compasión del mundo exterior: esa deferencia de caballeros que en los círculos más recalcitrantes se tiene hacia las féminas, y que no es sino una arista simpática del dominio patriarcal.

                          Ese rostro afable le permitió conformar toda una maquinaria siniestra y peligrosa, motivada por intereses económicos y políticos, pero aceitada por las baratijas religiosas. Así, se rodeó de un grupo de incondicionales con escasa instrucción, a los cuales podía controlar a su antojo con simples arrumacos, para luego extender la pirámide hacia los ciudadanos pedestres. Y como éstos, de seguro, vivían en la pobreza característica de una sociedad clasista, no lo pensaron dos veces y marcharon detrás de ella. Esta semana, ha sido el templo personal de van Rysselbergue el que se ha derribado, no la derecha gobernante, ni siquiera el partido de la susodicha. Aunque sean éstos quienes, definitivamente, los responsables de que tales anomalías impregnen el servicio público, al incentivar esa falsa e irracional fe basada en la moralina y en legitimidad de quien tiene dinero.

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