jueves, 24 de marzo de 2011

Los Daños Colaterales de la Mano Dura

Cuando suceden cosas como el tiroteo de San Bernardo, donde un sujeto no halló nada más eficiente que disparar a matar contra los funcionarios de Investigaciones -acribillando de hecho a dos de ellos- que fueron a fiscalizarlo en el marco de un simple control de rutina, con el propósito de corrobar una denuncia por robo de tendido eléctrico de cobre: no falta quienes se preguntan por qué se dan estos bochornos en circunstancias que existe un amplio abanico legal que protege a los policías, endureciendo las penas para aquellos que osen agredirlos, además de la promulgación de sanciones cada vez más severas contra toda clase de delitos. En resumen, no entienden por qué la existencia de la llamada "mano dura" empero es incapaz de contener actos de tan inusitada violencia.

Se trata de ciudadanos comunes y corrientes, de clase media, a quienes la televisión los bombardea a diario con noticias de asaltos y ataques sexuales. Prácticamente todos viven de un sueldo y cada fin de mes deben lidiar con las deudas y los pagos de cuentas. Han construido un pequeño edificio en base a esfuerzo, en medio de una vorágine que no valora su potencial, lo cual se expresa en una remuneración baja en relación con sus capacidades profesionales. Por ello son personas que tienen miedo constante a perder lo que han logrado. Si son despedidos del trabajo, el castillo que han levantado se les desmorona de manera inmediata. Pero si se transforman en víctimas de algún robo, también caen en una situación de precaridad. Es hacia ellos a quienes están dirigidos los discursos en favor de la mano dura, ya sea para sacar dividendos comerciales o políticos. Alentados por un eslogan que les brinda una aparente seguridad, lo creen a pies juntillas y por eso aplauden a los parlamentarios cuando aprueban una condena mayor contra algún delito, o llegan al extremo de alegrarse cuando un incendio en alguna de las atiborradas cárceles del sistema penal chileno acaba calcinando a un importante número de reos. Por supuesto, si un juez o un congresista usa las cámaras para denunciar el hacinamiento de los recintos penales, ellos experimentan la sensación contraria y se indignan. Así, se ha tejido una tendencia donde se considera que la sociedad sería perfecta si exterminara a los calificados como delincuentes al estilo de la solución final de los nazis. Y como es necesario ubicar al enemigo antes de señalarlo como blanco, al final los malhechores son los miembros de la clase social más baja, que por no pertenecer a nuestro grupo debe ser ubicada en la vereda de enfrente. Los sectores más pudientes, en cambio, quedan excluidos de cualquier sospecha pues de allí provienen los que proponen leyes que nos garantizan seguridad y los empresarios que nos proporcionan empleo.

Asimismo, en medio de esta demostración de ingenuidad, aceptan que el endurecimiento de las sanciones es causa de la extinción de las conductas tildadas de antisociales. Sin embargo, para sacar tal conclusión, es imprescindible admitir que un caco, al ver que toda la sociedad lo rechaza, al punto de dejar estampado su repudio en el cuerpo legal, será capaz de reflexionar hasta descubrir lo errado de su conducta. Lo cual desde luego es imposible. No porque le den más años por sus actos, le adviertan que la agresión a un policía será considerada por el magistrado, lo amenacen con enviarlo a una cárcel inhumana, o la sociedad le prepare un repudio permanente: el delincuente se va arrodillar en plena calle, tomando conciencia del mal que ha acometido, y va a implorar perdón. Muy por el contrario. Se defenderá de las agresiones que recibirá a su vez, y obrará con una ferocidad proporcional al ataque que recibe. Y conforme más dura es la embestida en su contra, igualmente más extrema será la respuesta. Se trata del instinto de supervivencia que no sólo las personas honestas poseen. Fuera de que el tipo casi no tiene nada que perder. Si termina abatido, se liberará de un difícil cautiverio que no culminará con una estadía tras las rejas, pues ya cumplido el periodo de encierro que le fue asignado, se topará con individuos que le darán la espalda excepto cuando encuentren la oportunidad de recordarle su pasado.

Esto es como aquellos vecinos que alzan las cercas de sus hogares y buscan cerrar las calles de su sector con la esperanza de no ser asaltados. Los delincuentes acaban convenciéndose de que esto se hace porque dentro de la casa abundan los objetos de valor, y en definitiva se sienten estimulados a cometer la fechoría. Y si descubren que el interior no es como lo imaginaron, y con el antecedente del esfuerzo adicional que debieron llevar a cabo para ingresar, entonces su agresividad aumentará producto de la frustración. Aunque el uso de la mano dura no sea un exacto equivalente a gran escala de lo recién descrito, sí son comparables en el sentido de que acaba transformando un asunto netamente policial en una suerte de guerra no declarada. Y en los conflictos bélicos sólo hay enemigos, a los cual cabe únicamente eliminar para sobrevivir.

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