miércoles, 5 de enero de 2011

Niña Rica Muerta de Hambre

Si hay algo positivo que se puede extraer del último incidente protagonizado por Ximena Ossandón a la cabeza de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI), y que marcó el fin de su breve y a la vez bochornosa gestión en esa repartición pública: es que también existen las mujeres miserables y despreciables. Lástima que debimos soportar el advenimiento de un gobierno derechista para recordarlo, porque antes gran parte del país estaba obnubilado con la sonrisa huera de Michelle Bachelet, tras la cual fueron disimulados una serie de descalabros administrativos que todavía los chilenos estamos pagando, y entre los que se cuentan precisamente, las causas que remataron en el ascenso de los conservadores al poder. Pues la capacidad y la estulticia se reparten a tasas iguales entre ambos géneros, no importando la tendencia política de un determinado representante.

Sin embargo, el problema no radica en sus inefables y poco acertadas declaraciones, propias de una madre de nueve hijos que vive con holgura gracias a la excelente posición del marido, lo cual le permite no sólo darse el lujo de dejar de trabajar, sino también de delegar las responsabilidades de la crianza de su prole en un adecuado número de empleadas y sirvientas, permitiéndole asistir con regularidad a las reuniones pastorales para señoras de la clase alta, donde puede con total soltura y distensión su apoyo a la familia tradicional y luego su horror por el cada vez mayor número de parejas convivientes y hogares uniparentales. Tampoco en el sector político o social al que pertenece, ya que eso significaría discriminación. Menos en el hecho de que, durante las elecciones, haya realizado una labor encomiable en favor del candidato presidencial derechista, que a la postre le acarreó a este bastantes votos, mientras ella descuidaba su propia postulación parlamentaria, que finalmente perdió: alguien así merece ser retribuido independiente de la inclinación ideológica. La cuestión que ocasiona escozor, y en seguida repudio, es que califique de mediocre el sueldo de casi cuatro millones de pesos que durante nueve meses recibió por un cargo que utilizó con el único propósito de hacerse famosa y reconocida, tarea en la que por cierto sale bien evaluada. No debido a que antes haya vivido de rentas. Ni porque se trate de una rabieta infantil como reacción a su despido (en tal sentido, su actitud podría ser tachada de ridícula, pero más allá de eso sólo generaría compasión). Sino porque traiciona uno de los eslóganes más repetidos por su sector durante la campaña, y que les sirvió de gran manera para adjudicarse la legislatura.

Y es que la derecha ha insistido, incluso hasta el día de hoy, que la Concertación era una manada de pordioseros que buscaban los cargos públicos para mejorar su situación económica y su estatus social. Lo han recalcado varios ministros de la actual administración, como Ena Von Baer o Felipe Kast. La misma Ossandón lo deslizó en alguna entrevista. Por contraste, ellos, provenientes de sectores acomodados y por lo tanto con los líos pecuniarios resueltos, no debieran tener dificultades en "servir" antes que en "servirse". Más aún, si se trata de sujetos educados en los más prestigiosos colegios de monjas y curas, donde se instruye a los niños y jóvenes en la vocación del sacrificio. De acuerdo: el más bruto comprende que nadie se vuelca a trabajar sin recibir remuneración a cambio, y si ésta no es satisfactoria, efectuará las labores de la peor manera imaginable. Pero si estos sujetos, después que se presentaron a la opinión pública como superhéroes, caen en la cuenta de que la realidad no era tan maravillosa como se las pintaban en las clases de religión o en los comités voluntarios de verano, ¿no será más sano para ellos y los demás que reconozcan sus errores y rectifiquen el rumbo? No se les pide que renuncien ni mucho menos, sino que entiendan que la lógica de golpearse el pecho en la capilla del barrio en ciertas ocasiones no constituye la respuesta adecuada. Y es legítimo que los ciudadanos, hayan o no votado por ellos, les exijan rendiciones. Después de todo, confían en sus atributos, uno de los cuales es, o debiera ser, la honestidad.

Paradójicamente, una madre prolífica como la Ossandón necesitó de nueve meses, lo mismo que dura un embarazo, para notar que la administración pública es distinta a la manutención de una familia acomodada. Y eso, pese a que en ambos casos estuvo a cargo de niños. De seguro, sintió que había bajado de estrato social, y eso la asustó como le sucede a casi todos los ricos de este país, que tienen conciencia de que han obtenido su fortuna merced a la explotación de los obreros y a los muertos dejados por una atroz dictadura a la que prácticamente le rinden culto. Por eso aúllan de espanto cuando se asoman temas como la delincuencia, pues le tienen miedo a las hordas que en cualquier momento pueden llegar a su puerta reclamando lo que les pertenece y que ellos les han usufructuado. Y muchas veces, ese terror se oculta con el desprecio. El mismo que motivó a la directora de la JUNJI a tratar de borrachas descuidadas a las mujeres que dejaban a sus hijos en los jardines infantiles. Porque ellos, que siendo perfectos les han hecho mal al resto -lo que desconocen en público pero suelen admitir en privado-, imaginan que todos estamos dispuestos a dar la puñalada por la espalda al menor descuido y sin mediar provocación alguna.

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