miércoles, 26 de enero de 2011

Girardi: Un Fanático Religioso

Si alguien me entregara una explicación coherente acerca de cómo un partidario del aborto, al mismo tiempo se opone al control de los perros callejeros, entonces estaría dispuesto a concederle un mínimo grado de credibilidad al senador Guido Girardi. Al menos, el suficiente para no cuestionar su candidatura a presidir esa institución. Pero este izquierdista y ecologista, médico de profesión y matasanos por convicción, cuya carrera política se ha desarrollado entre diversos casos de corrupción nunca confirmados y declaraciones destempladas propias de la variante más extremista de su ideología, sólo puede despertar una sensación de vergüenza entre quienes lo escuchan, incluso entre quienes suelen votar por él, por la enorme cantidad de incoherencias que emite a cada rato, y que lo colocan a la altura de un católico integrista que rechaza el uso de anticonceptivos, mientras minimiza los casos de pedofilia que involucran a los sacerdotes.

Sólo cabe una explicación para comprender la conducta de este sujeto. Se trata de un fanático religioso, en su caso, del ecologismo, credo que tiene un nombre oficial: Nueva Era (o New Age, para quienes se solazan con los neologismos anglosajones). Pero cuyos efectos en la población son los mismos que provoca el integrismo musulmán, el fundamentalismo protestante, el judaísmo sionista o los movimientos católicos como el Opus Dei. Los representantes más destacados de cada una de esas corrientes, suelen alertar de enemigos ocultos que constituyen una amenaza para la humanidad, y acto seguido, utilizan sus influencias para frenar el avance de dicho peligro. La consecuencia de tales acciones, es una serie interminable de prohibiciones que afectan al grueso de los ciudadanos, sin llegar a tocarlos a ellos, no porque se trate de figuras prístinas e impolutas, sino porque lisa y llanamente son enviados de los dioses. Y en lo que respecta a Girardi, no es la excepción. Durante la década de 1990, lideró una violenta campaña contra el empleo de los fuegos artificiales durante el Año Nuevo, que remató en la prescripción de éstos a mediados del 2000. Ya en este siglo, fue famosa su idea -por fortuna desechada en su mometo- de mutilar aquellas películas donde los actores aparecían fumando. Y en épocas posteriores, ha propuestos impuestos a la llamada comida chatarra y a las bebidas alcohólicas, además de promover la idea de impedir el uso del tabaco en lugares cerrados, incluyendo restaurantes y locales nocturnos. Una amalgama de absurdos moralizantes que sólo han perjudicado a pequeños comerciantes y distribuidores, y que no guardan ninguna relación con los abusos que cometen empresarios más acaudalados.

Sorprende que en sus discursos, además, Girardi se valga de argumentos que, en su estructura y en su lógica elementales, tengan idéntica orientación que la de los católicos conservadores a ultranza. Es decir, que emplean la disuasión valiéndose del terror y una concepción maniquea del mundo. En el asunto de la comida chatarra, por ejemplo, recurre a un demonio quimérico como la obesidad, al cual cubre de rasgos malignos (o que en realidad él presenta como tales). Así, los gordos son estéticamente feos y arrastran disfunciones de salud que a la larga se transforman en un lastre para el sistema público: baja en la autoestima, riesgo de infarto. Nótese que, aunque no se los trata de pecadores, al final se los termina condenando igual como lo hace la iglesia católica, que los incluye en uno de los siete pecados capitales: la gula. En lo que respecta a los fuegos artificiales, alguna vez los definió como "armas que matan", con una voz lastimera pero a la vez enérgica. Y en cuanto al alcohol y al tabaco, tiende a golpear la mesa con datos estadísticos cuya veracidad es similar a los que alguna vez lanzó la Conferencia Episcopal para justificar su oposición al divorcio, los que por cierto fueron acusados de fradulentos, discriminatorios e insultantes.

Acá no es el temor a Satanás ni al infierno. Sino a la destrucción del planeta o a las enfermedades. En especial, eso último conlleva un marcado tono efectista. Uno de los miedos más eficaces es a lo que está afuera y no se ve, o no se alcanza a ver. Así se ha conseguido espantar, durante milenios, con el cuco o el diablo. Ahora, en medio de una humanidad desencantada, resulta más eficiente crear espantos "científicos", como el probable sufrimiento de patologías, que ocurren dentro del organismo, que uno nunca podrá observar a través de la piel. Además que el factor de probabilidad está muy remarcado: el tabaquismo puede generar un cáncer al pulmón, en la mitad más uno de los fumadores, pero no es una relación de causa y efecto absoluta. Tampoco lo es la alimentación chatarra en el sobrepeso ni en el aumento del riesgo de infarto. Luego el argumento empírico no es lo sólido que se pretende presentar, y en tal sentido queda reducido al mismo tamaño que tiene la probabilidad de caer en el averno si se es ateo o pecador. En cambio, sí resulta muy convincente en una sociedad dominada por las declaraciones seudo científicas, en lugar de las seudo teológicas, como sucedía antes. Llegados a este punto, tal vez sí se le encuentre coherencia a lo descrito al inicio de este artículo. Girardi es partidario del aborto y la eutanasia, porque esas prohibiciones son harina de otra religión, con la cual busca competir, abrigando la remota esperanza de desbancarla y llenar la vacante con sus propias restricciones y explicaciones -que se reducen a aseverar que "es malo", aunque ahora se agregue el complemento "para la salud"-. Bueno: ya sabemos lo que ocurre cuando dos fanáticos de distintos credos chocan en el mismo territorio. La enorme cantidad de conflictos que se han suscitado en la historia producto del particular, lo comprueba.

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