miércoles, 15 de diciembre de 2010

Detener Para Humillar

La indignación que produce el trato vejatorio por parte de Carabineros a un detenido mientras lo trasladan en un vehículo policial hasta la comisaría, por supuesto que sólo puede provocar indignación. Pero no por el hecho en sí, o porque se tenga la idea preconcebida de que la policía está para resguardar la seguridad de los ciudadanos más débiles y honestos. De hecho, cualquiera que cuente con el más mínimo conocimiento de cómo funciona la vida en las calles, sabe que existe la posibilidad de que los agentes abusen de los civiles que han arrestado, gracias al amparo que les otorga la legislación. Por lo que tal bochorno debe ocurrir a diario y también en este momento. Ello, a pesar de la cara de asombro que colocan los lectores de los noticiarios televisivos cada vez que repiten la grabación registrada por un teléfono móvil, en una extraña mezcla de hipocresía e ingenuidad.

Sin embargo, ¿es posible dar otras explicaciones de la conducta de los funcionarios policiales, aparte de las que son citadas hasta el hartazgo (protección legal y judicial, escaso nivel intelectual y cognitivo de los involucrados)? La verdad es que sí, en especial porque si hay sujetos que reúnen en un solo cuerpo los peores rasgos de una sociedad, ésos son los carabineros. Primero, está esa paranoia irracional e injustificable que la delincuencia provoca en los chilenos: al menos en los que poseen un cierto caudal económico o algún cargo político de votación popular. Y que las estadísticas han demostrado que es una preocupación absurda al nivel del ridículo. Tal situación ha dotado a los agentes públicos de una aura que los ha transformado en intocables, con todas las consecuencias que eso acarrea: penas especiales para quienes intentan agredirlos, credibilidad parcial a su favor en caso de conflictos, permisividad exagerada al momento de contener a manifestantes o a grupos exaltados. Además de aumento constante y sostenido de la dotación, que es surtida por los sectores de bajos ingresos, los mismos desde donde, según las encuestas que revelan la mencionada paranoia, provienen los malhechores.

Entonces podemos extraer una curiosa conclusión. El número de policías es excesivo para la cantidad de atracos que se suscitan en el país. Lo cual conlleva a imaginar que estamos repletos de funcionarios ociosos cuya única actividad es engordar en los cuarteles (lo último, comprobable con espantosa facilidad). Y que de puro aburrimiento -aparte de la impunidad- caen en la tentación de cometer fechorías o de entrometerse en redes que rozan lo ilegal. En este contexto, hace unos meses, otro reportaje televisivo mostró imágenes de carabineros que ejercían en una plácida localidad de la zona central, quienes motivados por la abulia, organizaban orgías en las cuales se paseaban a campo traviesa desnudos o con las vestimentas de las mujeres que invitaban al retén. Los que ahora han salido a la palestra, de seguro andaban buscando una fuente de entretención; y ansiosos por demostrar su poder -que temían se diluiría por la ausencia de maleantes- escogieron a un pobre hombre de mediana edad, adicto a las drogas y habitante de un barrio muy malafamado, para canalizar sus intenciones más viles. Alguien que sabían no les iba a oponer resistencia. Porque los indoctos y los bravucones sólo pueden hallar diversión en el más débil.

De una vez por todas salgamos a decirlo con la mayor fuerza. En Chile la delincuencia no es ningún problema, y cualquier discurso que propuge la tesis contraria sólo se puede tachar de irresponsable. Carabineros, al contrario de lo que se afirma en su himno, no corre tras el bandolero. Y no sólo porque los funcionarios sufran de sobrepeso. Su labor siempre ha sido contener la protesta social y la prueba de ello es la violencia con que disuelven las manifestaciones reivindicativas, mientras se muestran incapaces de retener a un caco común. El llamado "combate a la delincuencia" contiene elementos reaccionarios, clasistas y prejuiciosos, que tienden a calificar de maleante a todo aquel que sea pobre o exprese un pensamiento más o menos heterodoxo respecto al sistema político, económico y social. Que mira al pueblo con recelo, en definitiva. Aunque necesite a ese mismo pueblo para solventar su ideología, a entender por la extracción de los policías. La única forma que un ciudadano pedestre tiene de salvarse: volverse agente y así demostrar lealtad al patrón golpeando y torturando a sus propios hermanos.

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