miércoles, 24 de noviembre de 2010

El Estado Que Nadie Quiere

Uno puede estar en desacuerdo con el régimen vigente en la RPD Corea. Puede reprobar, con argumentos atendibles, su actuación en materia tanto de política interna como internacional. Incluso puede opinar de manera apresurada y afirmar, con el dedo acusatorio de quien trata de pasar por adalid de la democracia y los derechos humanos, que allí se vive una dictadura atroz, mantenida por una auténtica dinastía informal. Pero lo que no se debe hacer es alentar los impulsos imperialistas de Estados Unidos, que ya sabemos de sobra en lo que acaban. No al menos, sin antes conocer la totalidad de las causas que llevan a una situación de tensión y por ende a una amenaza de guerra. Justamente, para evitar que dicho evento se produzca. Y eso es válido también para el caso de un incidente tan grave como el acaecido en estos días, donde las autoridades de ese país comunista bombardearon una isla de su vecino del sur, de tradición republicana -que en el pasado albergó sus propias tiranías, aquí de carácter derechista, que no dejaron por eso de cometer atropellos- y aliado incondicional de los norteamericanos. Precisamente por lo que se ha venido afirmado hasta acá, ya que después de todo, la acción bélica responde a una provocación: los constantes y agresivos ataques verbales que el presidente de la R. Corea ha escupido contra su par norcoreano, que se han retroalimentado de una fuerte y exagerada campaña diplomática, y de acciones poco deseables como los próximos ejercicios militares conjuntos que se llevarán a cabo cerca de la zona fronteriza, precisamente con la federación yanqui.

Está de más reiterar que la península de Corea, en términos técnicos, permanece en guerra a pesar de que las hostilidades armadas en ese lugar del mundo cesaron en 1953, pues eso se consiguió con una tregua, un tipo de acuerdo que por definición es momentáneo, y no con un tratado, que sí tiene un carácter conclusivo. La idea en las mentes de los líderes internacionales que ayudaron a la firma de esa pacificación transitoria, era que un futuro no muy lejano ambas entidades se unificaran y siguieran la lógica del Estado nacional. Pero ese enfrentamiento significó el punto de partida de la llamada Guerra Fría, y las dos potencias imperantes de entonces, la Unión Soviética y Estados Unidos, desplegaron todos sus esfuerzos en proteger a su correspondiente aliado. Pasaron casi cuarenta años, y cayó el muro de Berlín y el comunismo se desmembró. En Europa aconteció la mal denominada reunificación alemana, pues en realidad la RDA, sin una metrópoli que la cobijara, terminó siendo absorbida por la antigua RFA, que expandió sus propios estatutos jurídicos al nuevo territorio. Algún tiempo después, en el Medio Oriente, Yemen Árabe y Yemen Democrático imitaron el ejemplo germano y se fusionaron, a pesar de que no había un antecedente sólido acerca de un Yemen único, e incluso las dos estructuras se independizaron en forma separada. Faltaba entonces el aporte del Sudeste Asiático. Y como se trataba de una región muy emblemática, y los coreanos del norte habían apoyado al bando perdedor, la lógica indicaba que el régimen estalinista debía rendirse y aceptar una auténtica anexión a sus antiguos rivales quienes, además, se acercaban más al principio del Estado-nación, muy alejados de una construcción ideológica y en seguida ajena a la naturaleza del hombre (un factor de peso en la cultura oriental, por lo demás) que se ofrecía al otro lado del paralelo 38.

Un pensamiento que no repara en una consideración nada desdeñable. En este ya medio siglo y fracción de historia, la RPD Corea ha sido capaz de crear una conciencia de territorio soberano, lo cual le permite exigir a la comunidad internacional y a sus símiles étnicos del sur, el derecho a existir como país viable y respetable. Por desgracia, el manido concepto del Estado nacional, que ha ocasionado tantos sinsabores en otras latitudes (transformándose, por la testarudez de sus defensores, muchas veces en "Estado fallido"), no permite que se obre de acuerdo a lo que se desprende del análisis más elemental: que hay dos países con el potencial de asumir el nombre Corea. Hay que admintir que un Estado puede ser religioso, ideológico o incluso comercial, y ejemplos a nivel mundial abundan: Vaticano, Pakistán, Mónaco, Brunéi, por citar algunos. Fuera de que, si un gobierno o una sucesión de mandatos consigue crear un sentimiento de pertenencia entre sus ciudadanos, entonces bien puede pasar como nación. De hecho, retomando lo sucedido en Alemania, ahora mismo conviven en Europa otros dos Estados germánicos: Austria y Liechtenstain, a quienes es posible añadir la zona de habla teutona de Bélgica y los cantones alamánicos de Suiza (todas entidades que gozan de amplia autonomía). Pero aún: los habitantes de la extinta RDA se sienten extranjeros en el orden actual y continúan corriendo por aguas paralelas a los antiguos occidentales. Las purgas hacia la RPD Corea en realidad surgen al confudir los vocablos nación y nacionalismo, esto último bien asimilado en el sur, producto de las cruentas dictaduras de dicho signo mencionadas anteriormente, y que cometieron atrocidades sobre las cuales los estadounidenses supieron hacer la vista gorda.

Desde luego que aquí se puede esconder una intención de los dragones mercantilistas sudcoreanos -y de paso, de las sanguijuelas empresariales norteamericanas-, por apoderarse de un territorio que les ofrece una buena cantidad de consumidores, ávidos de adquirir lo que siempre falta en un régimen comunista. Pero para Estados Unidos hay una motivación adicional: su crisis económica -que lo tiene al borde de perder su hegemonía mundial- y el desprestigio popular que está enfrentando su presidente Barack Obama. Y aquí cabe una elucubración muy interesante: mientras ellos son aliados de la R. Corea, la RPD Corea mantiene lo propio con China, precisamente el país que le está quitando su lugar a los gringos. Una situación que se asemeja a la experimentada en la época de la Gran Depresión, cuando los nazis, los fascistas y los japoneses recuperaron la estabilidad que los norteamericanos no podían conseguir. Hasta que acaeció el ataque a Pearl Harbour, que justificó la entrada de los EUA a la Segunda Guerra Mundial, que significó un empuje definitivo gracias al auge de la industria bélica. Se aniquiló a Hitler basándose en su concepción de los judíos, siendo que los yanquis eran casi tan antisemitas e incluso tenían fluidos contactos con el Tercer Reich. Hoy se da una coyuntura similar: China es una tiranía sanguinaria, y la India, la otra gran esperanza financiera, ha optado por solidificar su sistema de castas más allá de las elecciones periódicas. No vaya a ser que estos admirables gigantes asiáticos se tornen de la noche a la mañana en monstruos que es urgente borrar de los mapas.

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