martes, 3 de agosto de 2010

Amor Homosexual: Terror Eclesial

Aunque se trate de un hecho meramente semántico, de cualquier modo hablar de matrimonio homosexual es un contrasentido pues por definición ese enlace se lleva a cabo entre personas de géneros diferentes. Y en todo caso, al delimitarse el significado de una palabra, se está dando un testimonio histórico acerca de su uso más frecuente, el que acto seguido es consensuado por todos aquellos habitantes que cuentan con el pleno uso de sus facultades racionales, independiente de la lengua que hablan o de las tradiciones que defienden. Y si revisamos los siglos pasados, al menos desde la invención de la escritura, caemos en la cuenta de que ha existido la poligamia, las uniones entre parientes cercanos, incluso los matrimonios múltiples -cuando hay más de dos contrayentes-. Todas estas variantes, debidamente legalizadas y reguladas por los pueblos que las prefirieron. Pero resulta imposible hallar un código o una declaración que plantee la idea de un connubio sólo entre quienes tienen idénticos genitales, aunque eso no quiera decir que la homosexualidad haya sido despreciada en términos generales. Muy por el contrario, antes que se estableciera la dominación judeo cristiana, en Occidente, y las religiones monistas en Oriente, muchas culturas, entre ellas algunas respetadas en la actualidad, como Grecia o Roma, toleraban dicha tendencia que llegaba a veces a formar parte de determinados rituales sociales.

Éste es el mismo modo de pensar de los sacerdotes y en general de los miembros observantes de la iglesia católica. El que tratan de englobar en sentencias que aseguran que el mentado enlace homosexual "destruye la esencia del matriomonio", "atenta contra la unidad de la familia", o la que hasta ahora se muestra como la más condenatoria: "es una aberración desde cualquier punto de vista". Son frases cliché, marca registrada de unos interlocutores que las emiten cada vez que su manera de abordar el mundo es puesta en duda, los cuales no desean enfrascarse en explicaciones teológicas que no atenderá nadie, y menos cuando la tribuna empleada son los medios masivos de comunicación. Pero que, gracias a la peculiaridad de cada incidente -y al poder consetudinario que ostenta el romanismo-, al final se cargan de contenido, logrando el propósito de ser escuchadas y debatidas. Ellas, además, indican el grado de admiración que los curas sienten por la unión matrimonial, en especial, cuando notan que no pueden experimentarla de manera directa, pues debido a sus votos sagrados están obligados a "casarse con Dios" y a renunciar a la opción de una pareja terrenal. Es tal la veneración del papismo hacia este vínculo que incluso lo considera un sacramento. Atesorándolo como una joya invaluable, que de extraviarse o ser robada, implica virtualmente la desaparición institucional de su credo, o en su defecto, un debilitamiento lapidario y terminal. De más está decir que la mantención de dicha perla también incluye el evitar que se deteriore. Y uno de los peligros más atroces que la acechan, justamente porque desvirtúa la esencia misma de una cosa, como es su definición, es la extensión del beneficio a los sujetos que practican la homosexualidad.

Sin embargo, si volvemos a retroceder lo suficiente en la historia, descubrimos que el matrimonio no nació en el seno de la iglesia católica. Ni siquiera la variación que ésta promueve -monógamo con numerosa descendencia- es original, pues el imperio de Roma ya la había instituido, aunque los más acaudalados pudiesen contar con un séquito de amantes de ambos géneros. En realidad, los sacerdotes se apropiaron de una instancia propia de las oligarquías y de las clases pudientes, precisamente para alcanzar las esferas más altas de la sociedad y disfrutar del buen pasar económico. Y aunque los estatutos digan otra cosa, la verdad es que no le quitaron su componente de poligamia y adulterio, pues hasta hoy, quienes contraen el "sagrado vínculo" en parroquias, capillas o catedrales, suelen abrirse a la opción de la infidelidad. El mismo origen que los hace mirar los acontecimientos contemporáneos con miedo. Porque vislumbran, con profundo estupor, que uno de los mecanismos más eficaces al momento de asentar sus atribuciones, se desmorona, perdiendo sus componentes más elementales; para más remate, con una concepción sociológica que ve las cosas en sentido positivo. Ya que los partidarios del matrimonio gay esgrimen un argumento absolutamente práctico, cual es el derecho patrimonial de estas parejas sobre sus bienes, que adquieren de mutuo acuerdo, pero que en términos legales deja espacio para una sola firma. Lo cual lo transforma en un acto de amor: de los heterosexuales hacia aquellos que por pensar distinto pueden terminar desamparados, y de los propios homosexuales, al hacer oficial su relación mediante los instrumentos recomendados precisamente por la iglesia católica. Quedando en consecuencia, la sensación de que los integrantes de esta última, que siempre ha insistido en el amor al prójimo, después de todo no practican lo que predican.

Personalmente por este temor, muy bien fundado además, de que el matrimonio homosexual puede desmontar al matrimonio propiamente dicho, es que no tengo ninguna aprehensión contra él. Aunque si lo analizamos desde un punto de vista totalmente objetivo, es más conveniente esa iniciativa de las "uniones civiles". Pero cualquier cosa que baje de su altar a una institucionalidad oligárquica y represora, siempre será bienvenido. Y lo digo por los dos elementos que aquí están en juego: el matrimonio como institución y su principal albacea, la iglesia católica. A ver si esa organización, que sólo sirve para abrigar asesinos, estafadores y pedófilos, pierde unos cuantos niveles en sus intentos por inmiscuirse en las vidas individuales.

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