jueves, 12 de agosto de 2010

Piñera o la Banalidad del Nombre

La incontable cantidad de veces que Sebastián Piñera menciona a Dios, producto de causas diversas pero motivadas por el mismo fin, cual es interpelar al subconsciente conservador y religioso propio de la idiosincrasia chilena, y de ese modo dar una imagen de empatía y bondad basándose en un elemento tomado por "sagrado" como es la fe; hace rato que se puede comparar con la conducta de aquel niño inquieto que a cada rato toca la chaqueta o el pantalón del adulto que lo tiene a cargo, para fastidiarlo con preguntas o indicaciones que sólo en la edad infantil resultan interesantes. Por lo mismo, ya que Piñera está lo suficientemente grande, al punto de que es el actual jefe de Estado, es que sus reiterados intentos de sacar al Señor al baile ya se están volviendo difíciles de soportar. Pero además, cabe recordar que la majadería extrema provoca tal nivel de vacuidad en el significado de los términos, que en el corto plazo nadie, ni siquiera quien los despojó de su sentido a fuerza del uso exagerado, entiende por qué se recurre a ellos, aunque se repitan de manera mecánica y sin parar. Entonces, entre los receptores del mensaje, empiezan a aparacer las sospechas fundadas, respecto de la intencionalidad tras un discurso que recurre a los mismos componentes como si se tratara del éxito radial de moda.

En la Biblia, desde los diez mandamientos en adelante, siempre se les ha ordenado a los creyentes que "no tomen el nombre de Dios en vano". En la época del Antiguo Testamento, este precepto era tan importante, que los israelíes dejaron de pronunciar la palabra Yavé (al griego, Jehová), identificación, por decirlo de algún modo, "oficial", y la remplazaron por vocablos como Adonay (el Señor), Shadday (el Altísimo), el pronombre Él o incluso curiosas sutilezas como "Ángel de Yavé" o "Yah". Mientras que en los tiempos de Jesús, tanto el Salvador como sus discípulos advirtieron acerca de quienes "llaman Señor, Señor, Señor; pero no se rigen por Sus normas". Hablar de Dios sin un propósito ni un fundamento claros era considerado vulgar y por ende incorrecto. Aún si la persona en cuestión quisiese expresar honestamente su testimonio de fe. Pues eso, a la larga, puede demostrarse con hechos, que es el medio más plausible para confirmar la conversión del corazón. Si alguien obra de acuerdo a la regla de oro del Sermón del Monte, ("haz el bien sin mirar a quien y no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan")se supone que es capaz de estampar un modelo de comportamiento ejemplar que sus contemporáneos y coetáneos no tardarán en seguir. En cambio, que acomete acciones reñidas con la convivencia social, terminará siendo rechazado y condenado, pese a que insista en su condición de creyente. E incluso esa contradicción puede empeorar las cosas, al quedar quien la padece como un mentiroso de marca mayor. Y si hay algo que da para asustarse, sin lugar a dudas que ése es el desengaño.

Sin embargo, la sola mención reiterada, inoportuna e irreflexiva de un nombre, cansa a los que de una u otra manera se ven obligados a escuchar. Y en el caso de Dios sucede algo similar. Al final, Piñera va a provocar con su actitud un efecto contrario al cual desea. Cabe recordar que el Señor no es una entidad que pueda comprobarse a simple vista: de hecho es eso lo que persigue la fe, captar más allá del empirismo sensorial o mental. Luego, si al término se le vacía su contenido, se lo reduce a la nada misma, que en esta coyuntura, equivale a negar justamente la existencia de Dios. Por ende, lo que nuestro presidente está fomentando es la proliferación de los no creyentes, con todas las consecuencias que eso puede acarrear para el sector político que representa y el modelo de país que busca implantar (liberal -al estilo Friedman- en lo económico, conservador en todo lo demás): mayor aceptación del aborto, la anticoncepción, la eutanasia y la homosexualidad; auge de movimientos como el ecologismo, que parecen simpáticos cuando se trata de oponerse a un empresario depredador; pero que son tan cerriles e intolerantes como el más recalcitrante de los curas.

Pero por otro lado, hasta los simpatizantes más acérrimos deben admitir que el rechazo a esta actitud puede llegar a producirse por efectos más concretos, pues en realidad Piñera no está practicando lo que predica, y nada hace presagiar o siquiera imaginar un cambio de rumbo. Sus imprecaciones se atienen a gritar en las plazas públicas y obtener una recompensa inmediata, que en este caso no proviene de las masas populares, sino de los medios de comunicación asiduos a su pensamiento. Es curioso cómo estos sujetos que, por asistir regularmente a las ceremonias eclesiáticas, donar materiales de construcción para los templos, haber sido educados en colegios religiosos para ovejas gordas, o simplemente por pertenecer a los estratos socio económicos altos y tradicionales -los que suelen mantener a las instituciones religiosas-, se abogan el derecho de pasear a Dios según su propio gusto y conveniencia, ya que creen que su enorme caudal les da la posibilidad de tutearlo o de tornarse confianzudos. Resulta interesante porque al final siempre se descubre que su testimonio no se condice con sus declaraciones cliché. Pasó con George W. Bush, en Estados Unidos. Y está sucediendo en Chile. Por ello, es que los cristianos de verdad debemos hacer lo que corresponde: reprender a estos tipos y acto seguido dejar de creer en ellos, porque sólo así podremos alabar realmente a Dios.

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