miércoles, 16 de junio de 2010

Una Tanqueta en un Estadio

Pese a que muchos no lo considerarán así -principalmente por el triunfo del seleccionado chileno ante Honduras- no se puede sino calificar de repugnante el gesto de Michelle Bachelet, de posar su oblonga humanidad en un asiento preferencial de la tribuna de Nelspruit, como un hincha más, aunque todos sabemos que en la realidad no es así, pues en su condición de ex presidente es un hecho que consigue atrapar la atención de las lentes de todas la prensa acreditada, incluyendo la transmisión oficial, que la enfocó al menos en dos ocasiones. Eso, además de las cámaras de los espectadores comunes y corrientes, que sabemos, hoy son completamente asequibles y hasta pueden caber en un teléfono móvil. Si se quiere efectuar un parangón con las acciones ingenua y estúpidamente populistas de Sebastián Piñera -como ver el partido en uno de los campamentos de damnificados por el maremoto en la Región del Bío-Bío-, la conclusión termina siendo una sola: ambas son conductas repudiables, que intentan aprovecharse de la cultura de masas generada por el fútbol (muy inculta y escasamente reflexiva, lo cual, tratándose de estos menesteres, es una ventaja adicional) para concretar intereses personales. En la primera, allanar el camino para una eventual y al parecer ansiada vuelta al poder; en el segundo, ocultar su manifiesta incompetencia ya acaecidos tres meses de gobierno. Tanto en Sudáfrica como en Chile, ya es tiempo de las rechiflas y los objetos contundentes.

Pero, ya que nos abocaremos a la encargada de la legislatura anterior, dejemos para otra oportunidad al mandamás de la administración actual: que a fin de cuentas, Piñera y sus secuaces, junto con el sector político que representan, son tan obvios y predecibles al momento de embellecer atrocidades y expresarse con mentiras, que el mecanismo más eficaz para combatirlos son las apedreamientos callejeros. De acuerdo: Bachelet no es menos inepta y en este sitio he dejado innumerables pruebas y constancias al respecto. Pero su pacto de origen, y en eso se incluye ella misma como sujeto pensante y parte de un proyecto común, se supone, o se suponía teóricamente hablando, era capaz de presentar una alternativa distinta y tanto en sus aspectos esenciales como en sus detalles más cotidianos, fácilmente distinguible de su contraparte conservadora, pese a las coincidencias que llegasen a descubrirse entre ambos paradigmas. Sin embargo, nos topamos con una ex presidenta de capacidades tan limitadas como quienes han emergido de una dictadura militarista, y que deben obrar en función de quienes les otorgaron la vida. Y aunque parezcan dos asuntos diametralmente diferentes, que sólo pueden ser unidos con argumentos extraños y rebuscados, también la renuncia acomodaticia, o en su defecto, la adaptación de la propuesta original bajo condiciones que la arrastran a una virtual disolución, es una prueba de dicha incapacidad, pues la entrega desmedida de concesiones remata en la aceptación virtualmente automática de las ideas del otro, lo cual elimina el debate, y acto seguido, el esfuerzo de pensar. De ahí hacia adelante, sólo resta fabricar una imagen carismática cuya exclusiva presencia anule toda clase de cuestionamientos. Precisamente, lo que hizo Bachelet en sus cuatro años y que le permitió abandonar La Moneda con estratosféricos niveles de apoyo, y lo que en la actualidad ha reducido las protestas contra Piñera a la inexistencia mediática.

Y la verdad, basta echar un simple vistazo para notar que el gobierno de la oblonga ex mandataria fue intrascendente, tanto que posibilitó el regreso de la derecha al poder tras veinte años. Su gestión estuvo plagada de golpes de efecto, como el asistencialismo social o las declaraciones en favor de las mujeres, en especial las madres. También hubo de esta clase de estratagemas, en sentido negativo, por ejemplo la represión contra las comunidades mapuches. Y entre bonos por hijo, ajuares y casos de corrupción, los asesores de Bachelet notaron que una buena fuente de popularidad era hincarle el diente a la infraestructura deportiva; pero no la de aquellas competiciones que sólo hacen noticia cuando los atletas ganan una medalla olímpica (de hecho, el deporte especializado fue vergonzosamente ignorado durante el periodo), sino aquellas disciplinas que garantizan una enorme concurrencia de espectadores, de las cuales, la más vistosa es el fútbol. Aprovechando que nuestros estadios eran algo más que canchas de tierra, se impulsó la construcción de modernos coliseos, de acuerdo a estándares de calidad internacionales. A ello, se agregó la realización de un mundial U-20 fememino, que permitía alardear acerca de los logros del género. Aunque dicha categoría está en pañales en Chile, como lo demostró el paupérrimo resultado del seleccionado local (tres derrotas en igual número de desafíos). En definitiva, nada de innovación: sólo inaguraciones mediáticas y un embellecimiento de lo mismo de siempre.

Ni siquiera en el asunto de la igualdad de la mujer esa legislatura trajo avances importantes. Sólo se reforzaron las regalías para la maternidad, lo cual es posible clasificar en el marco de los roles tradicionales. Incluso, aumentó el embarazo adolescente, producto que se asumió la educación sexual y la entrega de anticonceptivos con una completa timidez, por no decir cobardía frente a la iglesia católica. Por cierto, aquí hay otro estigma que se le achaca a las fontanas de Venus: el de genuflectarse con suma facilidad a decisiones de curas y ministros religiosos, sobre todo si tratan restringir las vidas de ellas mismas y acto seguido de quienes las rodean. Ni siquiera se abrió la puerta a otro tipo de fémina, y el caso más palpable fue la censura que aplicó el SERNAM al Instituo Nacional de la Juventud, por ese afiche donde salía una dependienta de un "café con piernas" semidesnuda, llamado a votar en las próximas elecciones (¿es que acaso el movimiento sufraguista, alguna vez hizo excepción con quienes deseaban mostrar su cuerpo?). De paso, apaciguó a los hombres con un circo ancestral, como es el fútbol. Es decir, la esposa yendo de un lado para otro, atendiendo la cocina y los niños, mientras el marido permanece en su sillón favorito observando el cotejo que disputa un seleccionado chileno, que le entrega el placer adicional de ver de reojo a una ex presidenta en las graderías, de la que pudo haber sido tal vez partidario.

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